No saben si algún pez o pulpo o alguna otra criatura marina caiga en la carnada. Ni siquiera conocen si las aguas que rodean la Bahía y bordean el malecón tienen el mínimo de descontaminación para hacer comestibles a los peces de por ahí. Pero siempre vuelven, cada día y cada noche, con su pita de nylon, con sus varas más o menos sofisticadas, con sus condones en forma de globos atados a la punta del anzuelo, con sus ganas de pescar algo más que sol y cansancio. Ellos son los pescadores de La Habana, pero no de cualquier Habana, sino de la misma de las postales y las portadas de revistas. Como si pescar nada tuviera que ver con el ruido de los barcos que aparecen de vez en vez, ni con las parejas que se besan justo al lado, ni con los turistas que piden una foto al pescador que languidece con el Morro de fondo, mientras fuma un cigarrillo.
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