Los habitantes de La Habana –y de gran parte de Cuba– pueden dividirse por estos días en dos grandes grupos: los que fueron afectados por el huracán Irma y los que, afortunadamente para ellos, esquivaron la bala.
Para los primeros, aun con la ayuda prometida y/o recibida, el horizonte no es el más luminoso. No puede serlo. De un golpe tan fulminante como perder el techo, las paredes, las camas y / o el refrigerador nadie se repone como por arte de magia. Lleva tiempo y esfuerzo. Voluntad.
Para los segundos, en cambio, las cosas son mucho más sencillas. Sus retos cotidianos se reducen a los de siempre: la comida, el transporte, los laberintos de la burocracia, las contradicciones familiares… Una bagatela al lado de no conseguir el cemento y las tejas necesarias y la posibilidad de dormir no se sabe cuánto tiempo en un albergue.
Pero nada nunca es tan fácil como parece.
Por estos días, los habitantes de La Habana –y quizá también de gran parte de Cuba– pueden dividirse en otros dos grandes grupos (que contienen a los que integran los anteriores): los que han conseguido comprar papel sanitario luego de que Irma se marchara de la Isla y los que no.
O, lo que es lo mismo pero dicho de una manera más explícita: aquellos cuyas habilidades de cazadores paleolíticos, ocultas en lo recóndito de sus genes, afloraron con más facilidad en estos días (post)traumáticos y les permitieron hacerse del demandado producto, y los que fueron traicionados por su excesivo desarrollo civilizatorio y han quedado hasta hoy con las manos vacías.
Digo papel sanitario como se diría un bisonte o un ciervo megalocero, milenios atrás. O como podría decirse un desodorante o paquetes de cuartos de pollo en La Habana en días mucho más recientes. Solo que ahora mismo no falta el desodorante en la cadena de tiendas de la capital cubana.
Los paquetes de pollo ya son harina de otro costal. Pero incluso aparecen. Y si no, aparece algún picadillo. O salchichas. O algo semejante. En la primera, segunda o tercera tienda que se visite.
Y están las carpas y mercados estatales, con enlatados y otros productos en moneda nacional.
Y están, además, la carne de cerdo y los embutidos que venden –aun cuando no todo sea perfecto– en mercados y puestos particulares de la ciudad.
Pero, que yo sepa, a ningún cuentapropista –por muy emprendedor que sea– se le ha ocurrido producir papel sanitario en nuestro inventivo archipiélago. Y tampoco venderlo.
Fuera de las llamadas Tiendas Recaudadoras de Divisas (TRD), el dichoso papel es –por tanto– menos que invisible. Un espejismo. Una quimera. Un acertijo que se desvanece en el aire.
Los cubanos lo saben desde hace mucho y normalmente hacen algo a lo que acostumbran como pocos en este mundo: acumular, comprar la mayor cantidad que sus bolsillos les permiten. Para momentos como este.
Pero incluso momentos como este pueden extenderse más allá de lo esperado. Y no todos han –hemos– sido tan previsores. O tienen –tenemos– los bolsillos listos para futuras contingencias.
Así que pasa un huracán y pone los vacíos en evidencia. En los almacenes y las personas. Los materiales y los mentales.
La gente, apenas se van el viento y los nubarrones, sale a la calle dispuesta a recopilar. A reponer las despensas disminuidas durante los días de tormenta. Y entonces los descubre.
Los vacíos.
La ausencia sospechosa –más allá de lo habitual– del papel sanitario en los estantes de las TRD.
Luego, en un reporte de la televisión, una funcionaria habla de “carencias de algunos productos” en las tiendas habaneras. Y menciona al susodicho papel. Dice que su abastecimiento podría tardar en normalizarse. Y que, mientras, se irán surtiendo las tiendas con los fondos disponibles.
Es la confirmación.
Comienzan entonces los rumores. La oreja peluda de la histeria. Las colas. La temporada de caza. Despiadada. Incansable. Desigual. Del papel sanitario. Además.
En realidad, los cazadores lo son desde antes de Irma. Desde antes de esta –no tan ilógica– carencia. Están aguzados. Entrenados. En carencias anteriores de: cárnicos, pasta de dientes, jabones, desodorantes, papel sanitario, leche en polvo, y un etcétera bien conocido.
Después del huracán solo se han extremado. Para poder surtir el refrigerador.
Una nueva presa no hace la diferencia.
El reporte televisivo con las declaraciones de la funcionaria se filma en la tienda en 3ra y 70, en Playa. Y hacía allí van las huestes de cazadores al siguiente día. En efecto, hay papel sanitario y las colas –pocas veces mejor dicha esta exageración– son kilométricas.
Los cazadores afortunados cargan por montones. Los no afortunados, los traicionados por su excesivo desarrollo civilizatorio, llegan tarde o van a la tienda incorrecta.
Se corre el rumor de que también han surtido otros mercados grandes. Y Carlos III se convierte en el nuevo objetivo. Hay, ciertamente, una larga cola, pero es para el pollo y el picadillo de pavo.
Los dependientes se encogen de hombros. Nada de papel sanitario.
La escena se repite –con suerte o sin ella– en otras tiendas de La Habana. A lo largo de los días. Varios días. Son los avatares de una temporada de caza. Despiadada. Incansable. Desigual.
Los que no tienen que invertir en techos y cemento y bloques y colchones, llevan al menos esa ventaja. La del bolsillo presumiblemente más lleno y la cabeza menos congestionada. Más tiempo y menos preocupaciones a su favor.
Aunque al final, son las habilidades de cazadores paleolíticos, ocultas en lo recóndito de los genes y renacidas tras el huracán, las que suelen resultar determinantes en estos días (post)traumáticos.
Lo mismo para hallar el papel sanitario que lo demás.
El olfato para seguir la pista correcta.
El oído para no irse “con la de trapo”.
La vista para descubrir la presa en la distancia.
Así, unos van tejiendo su leyenda y otros sus decepciones. Llenando sus despensas o vaciándolas. Acumulando o ahorrando en conteo regresivo.
Son los avatares de una temporada de caza. En plena temporada ciclónica.
Un país que no funciona con nada, ni con turismo, ni con bajos precios de petroleo, ni con dolar, ni con cuc, ni cuenta propismo, ni tiendas TRD, que se decia que iban a permitir generar ingresos para los que trabajan en cup, que es la mayoría del pueblo. Que queda para el que depende de un salario en cup, si la situación que se describe en el articulo no es para él. Hace falta otro tipo de ciclon que acabe con tanta injusticia e hipocrecia burocratica
QUE MANERA TAN EXACTA DEREFLEJAR NUESTRA REALIDAD!!!!!!!!!!!!!!!!!!……..realmente lo felicito Eric, aunque despues de leer su articulo me pregunto como tantos otros¿¿¿¡cuando cambiara eso de mantenernos en temporada de caza los 365 dias del año??????????…….y eso que solo aborda el tema del papel sanitario porque de lo demas que trae aparejado cada huracan que nos afecta, …….ni hablar
Tengo un amigo que dice que tenemos en casa un coto feudal. No hablo de los que acaparan para revender, sino de los que tienen ese “gen”. Es el olfato para darte cuenta de cuándo algo faltará y compras de reserva. Es la constancia y el esfuerzo de recorrer tiendas y más tiendas hasta que encuentras. Y es tener el cerebro en constante ejercicio para la “reserva de la reserva”. Cocino con gas licuado. Por si acaso, tengo una balita y una hornilla. Por si acaso tengo una cocina eléctrica. Por si acaso tengo una parrilla y carbón. Tengo agua siempre. Por si acaso puse tanques elevados. Por si acaso tengo un tanque pequeño en el patio. Por si acaso, lleno todos los depósitos que puedo y los cambio cada semana. Cuando la famosa megarrotura de la conductora, anhelé tener un pozo.Cuando hay mangos, hago conservas. Cuando hay tomate, hago puré. Cuando se fue Irma, me pasé un fin de semana haciendo, sellando y congelando croquetas, albóndigas y hamburguesas. Sí. Parece un coto feudal. La idea de ser autosuficiente todo lo que puedas. Da trabajo. Agota. Estresa. Tu cerebro siempre está trabajando. No padecerás de Alzheimer.
Cómo se hace? Agarras las páginas amarillas y llamas a todas las tiendas de La Habana. Preguntas a los amigos de todos los municipios que conozcas. No hay. Habrá que salir de La Habana. Quita de la ecuación los lugares muy dañados. Quita también las zonas turísticas o de gente “con dinero”. Quita los municipios que están en el camino de los anteriores. Piensa. Zona menos dañada, menos turística, que no esté de camino, que no sea tan complicado llegar.
Por cierto, vivo en El Vedado. Todavía hay papel sanitario en Güines.
Espero que el plomo de la tinta de los periodicos nacionales no genere ninguna reaccion adversa..
Igual podemos seguir a pie juntillas el video tutorial magistralmente impartido por Luis Alberto García (hijo) hace pocos días. También convertirnos al judaismo o al islam y solo utilizar la mano izquierda y agua. O seguir como hasta ahora y desde hace mucho tiempo. Haciendo un uso racional y eficiente de la prensa oficial. Que para algo habrá de servir el papel gaceta. Para recibir buenas nuevas no será.
Buen trabajo. Espero otro sobre si hay muertos de hambre en las calles de Cuba. O niños oliendo pegamento.