Durante años el Estado vendió los automóviles usados, dados de baja de las agencias de alquiler, mediante una carta oficial atestiguando que el poseedor de ella tenía ahorros suficientes, ganados en divisas en el extranjero.
Las colas eran de miles de personas, entre los diplomáticos, artistas, periodistas, cooperantes de la salud y deportistas. Y a algunos se les ocurrió que podría ser un buen negocio vender ese derecho a comprar un carro.
Esa fue la principal razón esgrimida oficiosamente para terminar de un día para otro con las “cartas” y poner a la venta los automóviles a precios inalcanzables, un Peugeot normal puede llegar a costar hasta 250 mil dólares.
Decía el General independentista Máximo Gómez que los cubanos se quedan cortos o se pasan y su criterio parece aún vigente. Sin embargo, por muy extrema que haya sido la respuesta no deja de ser cierto que el negocio de las “cartas” existió y he aquí un ejemplo:
Cuento que no es cuento
Julia y Francisco tenían un auto. Pero quisieron tener otro.
Cristóbal, un amigo de la pareja de toda la vida, recién acababa de convertirse en un hombre privilegiado: tras emplearse en el extranjero con un contrato conseguido por el gobierno cubano, mereció una “carta”, bendición administrativa, para adquirir su propio medio de transporte.
Pero la promesa que significaba aquella carta tardaría en concretarse, y Cristóbal ideó una forma aparentemente fácil de ganar dinero y satisfacer necesidades que nunca desaparecen, aunque no sean permitidas.
Con 4000 CUC y el papelito acuñado le compró el auto a la pareja de amigos; pero un carro en Cuba siempre es algo muy volátil, movedizo, y para seguir en movimiento Cristóbal mantuvo viva su chispa de emprendedor y vendió, sin papeles, el “cacharrito” a un nuevo socio: Vladimir.
Rodaba tranquilo el negocio hasta que, en un amanecer de enero, un frenazo en seco hizo chirriar las gomas.
Una nueva bendición administrativa inhabilitaba la anterior, y las cartas lingotes no fueron desde entonces más que un papel cualquiera. Quien tenía el derecho lo perdió, y quien quisiera un auto, que lo pagara a 8 veces su costo, dicen que para ayudar al desarrollo del transporte público.
Ni Julia ni Francisco lo pueden hacer. Y al creativo de Cristóbal todo se le volcó.
Con verdades a medias o mentiras flagrantes, ninguno de los cuatro quiere ceder en sus respectivas esquinas: Julia y Francisco quieren su auto de vuelta, porque el trato no era cambiar un Hyundai por una esperanza irrealizable. Vladimir tampoco lo suelta, hasta que retorne peso sobre peso el monto que él pagó. Y Cristóbal… Cristóbal no sabe para dónde mirar ahora que desde arriba le dañaron la plata segura y el invento.
Piensa, eso sí, que a él no solo le engañaron aquellos que prometieron compensar sus años de sacrificio y aportes a las arcas nacionales con un automóvil de segunda mano, sino que ellos mismos le pusieron en la mano el combustible para prender la llama del negocio “incendiario”. El piromaniaco puede serlo, pero no enciende la hoguera si no tiene con qué.
¿Aparecería semejante madeja de entuertos y conflictos si existiera un mercado automovilístico sin disposiciones absurdas y con precios razonables? La pregunta no está en el foco de los problemas de Julia, Francisco, Cristóbal o Vladimir; pero planea, como una carta que vuela impulsada por el viento, sobre esta Sala de juicios donde ahora todos se ponen de pie, para recibir al tribunal.
Es un cuento y aunque pudiera ser realidad, no dejaría nunca de ser un caso muy puntual, pero lo que me pregunto yo es: Porqué c… los cubanos no pueden comprarse un carro como lo puede hacer cualquiera en este mundo incluso en Haití (se dice que son mas pobres que Cuba), sin que el estado tenga que inventar sobreprecios absurdos para sacarle “provecho”; (un provecho que no es tal), porque hay que ser tonto o tener mucho dinero para querer gastar en algo que cuesta (8 veces ?) su valor. Otra pregunta además: Porqué se habla tan poco del tema cuando se sabe bien que es algo que toca la fibra mas sensible de los cubanos? (después de todo son los que han pasado mas de 50 años sin poder comprar un carro sin el sofoco de ser “vanguardias”, jineteros, deportistas, musicos o irse del país.
El problema no es solo el precio del automobil aunque lo rebajen el pueblo nunca lo podran adquirir. En cuba se necesitan trabajo con alto salario y bancos que lo puedan financiar como todo los paises sino seguiran con los autos del 59 y con bicicletas.