Conversamos online, por supuesto, con un joven de 27 años cuya vida transcurre al ritmo de los teclazos y el surfing en la red. Es un adicto al diseño gráfico, a la tecnología, a detectar y absorber cuánto de nuevo se publique en Internet sobre su pasión: el arte digital. Pero eso no fue lo que me atrajo de Victor Alejandro Morales Oliú.Detonó esta entrevista el tema de su último proyecto: Disyuntivas, una obra que penetra hasta el subsuelo del cuentapropismo en Cuba y profundiza en el comportamiento de quienes ejercen este tipo de comercio que por no estatal ha sido muchas veces marginado. En el arte de Víctor, esta vez, la identidad humana del cuentapropista se transforma en mercancía.
Cuatro años en la Academia de Artes Vicentina de la Torre, de Camagüey, dos como profesor en un colegio similar en Ciego de Ávila, y un quinquenio de estudio de la carrera de Diseño Informacional en el Instituto Superior de Diseño de La Habana, avalan su destreza y buena técnica.
Así consideró el jurado de la última edición del Proyecto Arte Digital, promovido por el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau donde obtuvo, precisamente con Disyuntivas, el único premio otorgado. De imaginativo y audaz lo catalogaron, por abordar “una problemática compleja y sensible de nuestra realidad más actual, la del cuentapropismo, apelando al humor y proponiendo una visión aguda y reflexiva sobre el tema”.
Hoy, cuando el cuentapropismo en Cuba es como pólvora en la vida del país, estas fueron las palabras de Víctor para Oncuba…
¿Exactamente qué es Disyuntivas?
Es la instalación espacial de 20 retratos individuales acompañados de palabras que describen una situación determinada del cuentapropista. Cada rostro está construido con productos extraídos (fotografiados) de sus ofertas, también se muestra la palabra Revolución dividida en letras y tres audiovisuales.
¿Por qué elegiste precisamente este tema?
Porque la creciente transformación del paisaje urbano del país me lo imponía. Era inevitable que me afectara el alcance del cuentapropismo de manera directa en el día a día y sentí la necesidad, como misión artística, de desarrollar un proyecto que interpretara esta situación.
La perseverancia y apuesta del hombre como transformador de su entorno mediante una alternativa personal, imbuida de fracasos y logros en pos de prevalecer y perdurar en el medio objetivo que le ha tocado vivir, siempre es fuente de inspiración.
Por curiosidad, ¿en tu familia alguien es cuentapropista?
Hasta ahora no.
¿Qué criterios usaste en la selección de las personas que fotografiarías? ¿Elegiste al azar?
No. Basé mis elecciones en la diversidad de formas de ejercer el cuentapropismo, y en el aspecto más subjetivo, en la confianza y disponibilidad de los comerciantes a ser entrevistados y fotografiados, pues había mucho escepticismo con mi proyecto y era inevitable confrontar diversos caracteres y asimilaciones personales.
¿Qué les preguntabas?
Lo que venden, el por qué es eso y no otra cosa, qué los llevó a esas circunstancias, frustraciones, perspectivas, planes futuros…
¿Qué buscabas con esas interrogantes?
Ver mas allá de la diferencia entre el que vende y el que compra, interactuar humanamente con el mundo interior de estos trabajadores con mucho o poco que decir pero que igual necesitan expresarse y ser aceptados socialmente como un fenómeno ya integrado a nuestra cultura.
¿Qué aspectos comunes en el discurso de todos detectaste?
La necesidad de tener solvencia económica por encima de todo y la libertad y sensación de integrarse a la sociedad desde una posición muy individual.
¿Opuso resistencia la gente cuando te les acercabas?
Viví de todo, desde el rechazo total ante la novedad de mi gestión hasta una amplia aceptación e identificación con el alcance del proyecto.
¿Cuéntame alguna anécdota?
Mi primer y frustrado intento de “romper el hielo” al comenzar a caminar las calles fue con un señor mayor que ni me dejó explicarle el sentido de mi acción artística. Él vendía cuchillas, pilas… y nunca me dio la entrevista, pero yo perseveré con otras personas y obtuve este resultado.
¿Cuánto tiempo necesitaste para terminar el proyecto?
Fueron casi tres meses de intensa búsqueda, realización y estrecho vínculo con el entorno citadino de La Habana, pero el momento más crítico fue esa interacción con el vendedor, necesaria para obtener de primera mano todas las imágenes de productos variados que se ofertan hoy en día en cualquier establecimiento.
¿Qué sentiste cuando al fin viste finalizada tu obra?
Confianza en mí mismo y la satisfacción de haber culminado nuevamente otro proyecto artístico.
Y ganaste…
Sí. El premio fue la exposición de Disyuntivas en el Centro Pablo, y dinero que usé para la compra de accesorios e insumos tecnológicos en las tiendas de La Habana que me ayudaran a desarrollar mi trabajo creativo.
¿Habías participado antes en otros eventos de este tipo?
Llevaba 4 años participando en los Salones de Arte Digital promovidos por el Centro Pablo y siempre mis trabajos fueron seleccionados por el jurado para formar parte de la exposición junto a los premiados.
¿Cómo ves el desarrollo del arte digital en la Cuba de hoy?
Exponencial y muy contextual. Al margen del uso de las nuevas tecnologías, el arte digital se ha comprendido como una manifestación que no depende de estos medios para expresarse, sino que asimila las herramientas como proceso y no como producto final. Pero el arte digital debe entenderse como el uso eficiente y conceptual de un medio que no debe interferir en el mensaje, es decir, significar a través del resultado artístico y no a través de lo que sea capaz de generar una herramienta por sí sola. Todo es muy relativo en torno a esta manifestación cultural.
¿Consideras que necesita de más espacios que lo incentiven y vinculen a la gente?
Sí, y especialmente que una exposición de arte digital no sea entendida sólo como “imprimir o proyectar” sino que vaya a lo instalativo y que surjan nuevos espacios de promoción, algo que el centro Pablo ha sabido asumir bien.
¿El arte digital, cómo importa para la sociedad cubana tan cambiante y dinámica?
Creo que es ahora mismo es la forma de hacer arte más viable a la sociedad siempre y cuando la tecnología no opaque el discurso y resultado final de la creación artística. El intelecto no necesita de chips ni códigos, simplemente se apoya en lenguajes, como el digital, creado por el ser humano para exteriorizar sus sentimientos y formas de vida a fin de acercar la realidad, mirándola de otra manera.