“Suscríbanse al canal de mi chamaca y compartan su nuevo video que está súper bueno y sobre todo muy original. Ataca… ”. Fue el último mensaje que recibí del Tosco por WhatsApp el pasado 14 de abril. El texto estaba acompañado del video del tema Cubana, de Baby Cortés, su hija. La muchacha trata de abrirse paso en la música cubana en el género urbano.
Este lunes fue el último día de la vida pasada del Tosco. Ahora le tocará esa nueva vida que llega desde la memoria, con todas las implicaciones que conlleva ese ejercicio cuando se realiza desde la honestidad y la sabiduría.
José Luis Cortés, el músico, fue un hombre de un talento descomunal que hizo ciencia de la flauta y de la música popular cubana. Una ciencia inacabada como él mismo. Porque a pesar de que la diabetes le había hecho estragos en el cuerpo y lo había obligado a encierros forzados todavía tenía una obra incompleta. Esa obra que definiría nuevos capítulos de una de las carreras más brillantes en la música cubana durante las últimas cinco décadas. El Tosco, junto a Juan Formell y Chucho Valdés, fue uno de los instrumentistas que reconfiguró la música popular cubana con un sentido exuberante de la innovación, plasmado en temas iconos como Échale limón, No se puede tapar el sol con un dedo, Santa Palabra o Murakami Mambo, una de las canciones estrella de una carrera con la que se situó como uno de los arreglistas más originales e intrépidos de la escena latina.
El Tosco conocía muy bien lo que había entregado a la cultura cubana. Pero estaba más enfocado en la creación, en darle forma a temas nuevos, en nuevos ritmos que lo mantendrían junto a NG La banda, su orquesta, como pionero de la timba y escuela de flauta en toda América Latina.
Lo sabía, pero no presumía de sus aportes. La última vez que conversamos fue en uno de los escenarios más devastadores de la pandemia en Cuba. “¿Qué bolá periodista, qué bolá Michel?”, me saludó desde el otro lado del teléfono. Su voz conservaba los rasgos del carisma por el que era fácilmente identificable. Me habló de cómo se cuidaba por la pandemia y de sus nuevos proyectos. La conversación coincidió con el estreno de un nuevo video relacionado con la situación sanitaria que había causado (de nuevo) una polémica cuesta arriba. “Me estoy cuidando mucho y quiero que mis hermanos cubanos también lo hagan. Me interesa que mi pueblo se informe bien y preserve su salud. Estoy haciendo música porque la música es el alma de los pueblos. Tenemos el alma atrapada entre rejas porque si no nos cuidamos nos vamos a ir para el otro mundo.”
El Tosco padecía una diabetes que lo obligaba en ocasiones a mantener un encierro dentro de otro encierro. Aprovechó la tensión de la pandemia para darle cuerpo a un grupo de ideas tan trascendentes como delirantes. Las relataba con la certeza de que todo ese universo de música diversa y lúcida era posible desde la sala de su casa. En julio de 2021 sintió una ingente preocupación por los acontecimientos sociales que sacudieron al país. Un amigo común me llamó a la casa para decirme que “el maestro” quería que lo ayudara a recopilar las entrevistas que le hice desde la medianía de la década del 2000, cuando tuvimos nuestra primera charla. Él me aseguró que El Tosco estaba seguro de que en sus palabras, a veces publicadas íntegramente, a veces no, estaba reflejado el respeto al pueblo, el respeto a la diversidad de todo tipo y, sobre todo, su exhortación a escuchar las necesidades e informidades de la gente. De su gente. Le guardé los documentos en una memoria flash y se los envié. Me mandó de vuelta el agradecimiento y su insistente preocupación en el manejo de las protestas y los conflictos en las calles de la Isla.
Al Tosco lo llamaban, con razón, maestro. Cuando escuchaba esa palabra devolvía frases coloquiales que le restaban cualquier sentido protocolar al saludo. Él creció en el polvo de la calle, de la vida en la periferia, de esa tensión de la marginalidad que de tan presente podía rasgarse en al aire en su barrio de El Condado. Nunca miró sus orígenes desde el otro lado de la acera. Los observaba con el orgullo de un soldado que obtiene una medalla en la guerra. Los llevó por completo primero a su música, a su orquesta y luego a la formación de la Timba, ese estilo popular que cronicó la sociedad cubana de los 90. El núcleo duro de la trepidante velocidad de los metales y de ese ritmo vertiginoso estaba construido sobre el sudor, el látigo de la pobreza, el clamor de los barrios y el cuero duro de la piel de los que han aprendido como sea a sobrevivir. Muchas de las letras de NG, “la que manda”, fueron criticadas por agresivas y la polémica con “La bruja” todavía hoy se recuerda como una de las más encendidas discusiones de la música cubana.
Silvio cantaba sobre las flores que se abrían en Quinta Avenida, Pedro Luis Ferrer le cantaba a Marucha la jinetera mientras El Tosco decía que “Tú eres una bruja. Tú te crees la mejor, tú te crees una artista, porque vas en turitaxi por Buena Vista”. ¿La canción?: un escándalo en la Cuba de los 90. Lógicamente, muchas mujeres la denunciaron como se denuncia una ofensa y fue bajada de las plataformas de promoción. Años más tarde, el Tosco me dijo que todo había sido “una mala interpretación sobre el sentido del tema”. Tiempo después volvía a estar en el centro de la polémica al ser acusado públicamente por violencia de género por una de las cantantes de su grupo, Dianelys Alfonso, conocida como La Diosa. Él negó todas las acusaciones. Ella siempre las ha mantenido. Su denuncia potenció el reclamo por una Ley Integral contra la violencia de género en la Isla.
El flautista era un espíritu muy libre dentro de la experimentación musical. Le fue de frente al chachachá, al danzón, al mambo, al son, al jazz. Lo mismo podía interpretar una prominente obra clásica y al menor giro de timón disparar un tema con ritmos y lenguajes nacidos en el mismo centro del Cerro. A la consecución de esa maestría contribuyó notablemente su paso por Irakere y Van Van, una agrupación a la que Formell lo llamó con menos de 20 años.
El Tosco, a quien le concedieron el Premio Nacional de la Música demasiado tarde, a veces también daba la sensación de sentirse un poco aislado, un poco solo. Me dijo que los medios se habían olvidado en cierta medida de su música y estaba dispuesto a amanecer, como en los años 90, en la radio para exigir que pusieran los temas de su orquesta. Cuando le miraba a los ojos estaba seguro de que era capaz de hacerlo con todo y su delicado estado de salud.
Cuando conocí la noticia de su muerte lo primero que vino a mi mente fue una tarde del 2018, cuando tras una entrevista me invitó a una ceremonia religiosa donde, creo, iba a oficiar un toque de santo en toda la dimensión. Le puse como excusa una información contra cierre que debía escribir y él me insistió hasta que las llamadas en su celular lo hacían percatarse de la demora. Siempre lamenté esa decisión porque habría sido una experiencia increíble estar en un toque de santo como invitado, ni más ni menos, que del Tosco.
Después compartimos en varios de sus conciertos en los que iba como espectador, porque el baile y yo nunca nos hemos entendido y ya a esta edad asumí mi estrepitoso fracaso en la pista. Siempre me saludaba con la misma cordialidad. Alguna vez llevé puesto una T-shirt de Metallica y al verme me dijo que era más rockero que yo. Comenzó entonces a hablarme con un conocimiento a fondo de los grandes clásicos del rock y el metal, algunos de los que luego me mostró en sus respectivos discos durante otra conversación en su casa.
El Tosco me confesó que la música lo había salvado. Me lo dijo una vez tras repasar imágenes de los amigos de su infancia en El Condado, de Santa Clara. “Sin la música quizá estaría preso o peor: estaría muerto”. Ese mismo sentido de sobreponerse, de no olvidar, atraviesa esa música que define (y definirá) las vanguardias musicales cubanas para siempre.
La muerte del Tosco ha causado conmoción en la comunidad musical cubana e internacional. Los mensajes de condolencia han llegado desde orquestas iconos como La Aragón hasta de cantautores como Fito Páez, pasando por las principales orquestas de música popular cubana. Nadie ha sido ajeno a la despedida de la leyenda, un hombre negro que también vio cómo por el color de su piel expresiones sutilmente racistas se ensañaron contra él.
En una de las largas conversaciones que sostuvimos tuve que irrumpirlo prácticamente desde el principio cuando me dijo una frase por la que estuve al borde de morir de la risa: “Hace 15 años me dieron la llave de la ciudad (Santa Clara) y ahora me la dieron de nuevo, porque olvidaron que ya la tenía. Por eso no fui y mandé a alguien. Es decir, me dieron la llave de entrada y la de la salida”. La imagen era un perfecto resumen de lo que pensaba el flautista sobre la promoción de su obra en Cuba, más allá de los contextos de su provincia natal, Villa Clara.
Hoy fue enterrado al amanecer. No pude ir porque de nuevo estaba contra cierre. Un amigo, Athanay Castro, me llamó sobre las 8:00 am para conocer la hora exacta de la ceremonia. Y me recordó cuando grabó con el Tosco No hay cráneo, nena. Eran el año 96. Con ese tema el flautista incorporó por primera vez la timba al rap y comenzó una amistad con el “Blanco rapero”, quien luego residiera durante años en España.
Hoy queda ponerle un altar a la música de José Luis Cortes. Queda recordar al músico y volver sobre su obra, que sirve como un repaso monumental sobre las vanguardias artísticas cubanas. Y queda el músico, el arreglista que puso a bailar a los cubanos con una obra que bien podía haber salido de la Academia de Ciencias. En ese altar no solo estará su música, sino todas las formas que creó José Luis para romper todos los códigos, descubrir las múltiples maneras de hacer felices a los bailadores al son de su grito de guerra: “Ataca Chicho”. Detrás de ese llamado ha habitado por décadas el sudor y las revoluciones más encendidas de los cuerpos humildes de los cubanos humildes, que fueron siempre su mayor destino.
Y aunque disguste a la comodidad de algunos, como ocurrió en su momento, debemos recordar también su máxima llena de sabiduría popular: “No se puede tapar el sol con un dedo, la verdad es la verdad, mala cara no quiero”.
Gracias Michel por tan sincera y acertada semblanza de ese excelente músico que siempre será para los cubanos José Luis Cortés.
Para él sólo le pido a Dios su eterno descanso.
Jose Luis Cortes, “El Tosco”, se fue demasiado tenmprano, inolvidable….Q.E.P.D…..