El fenómeno del fundamentalismo religioso adquiere cada vez más presencia en el escenario cubano. Este asunto es de interés eclesial, político y académico. Las lecturas sobre él son disímiles, como las comprensiones sobre su carácter y alcance.
Desde esa perspectiva integradora, converso con el Dr.C. Maximiliano Francisco Trujillo Lemes, profesor titular de la facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana, quien ha estudiado durante algún tiempo el fenómeno religioso en Cuba.
¿Qué caracteriza al fundamentalismo religioso en Cuba?
El fundamentalismo religioso en Cuba ha tenido crecimiento significativo, sobre todo a partir de 2018, tras la discusión del proyecto constitucional, aprobado definitivamente en 2019 como Constitución de la República; por cierto, con variaciones en ciertos postulados de orden civil, como el concepto de matrimonio, aunque ese fundamentalismo no dejó de tener manifestaciones visibles previas. Es una actitud que reúne los rasgos esenciales que esta tendencia manifiesta en casi cualquier lugar del mundo.
Pandemonium: a propósito del programa religioso antiderechos cubano
El fundamentalismo se genera, básicamente, en aquellos sistemas religiosos que cuentan con un libro sagrado y donde suelen hacerse lecturas literales de ellos, en este caso, lo más común en Cuba son las manifestaciones de fundamentalismo en ciertas iglesias evangélicas y protestantes, donde son comunes lecturas literales de la Biblia y se pretende que el mundo se constituya, se explique, se manifieste, exista y además se gobierne y estructure según esos principios.
En Cuba, es obvio, el leit motiv básico de manifestación del fundamentalismo, pero no el único, está vinculado a asuntos de orden moral. Es un fundamentalismo que se expresa, por el momento, contra aquellas prácticas, aquellas actitudes que procuran defender las maneras de amarse de grupos humanos que no encuadran dentro del canon heteronormativo de la moral religiosa cristiana, presuntamente vindicada por los textos sagrados.
El fundamentalismo religioso tiene diversas formas de expresarse: dentro de las estructuras estatales, de forma semi estatal, o extra estatal, esta última forma se consuma donde los poderes fácticos de estas iglesias pueden tener cierta influencia sobre las instituciones y la funcionalidad del Estado, pero no forman parte de él. También puede expresarse a nivel comunitario. Si bien en Cuba la primera forma no es evidente, sí hay sujetos dentro de la sociedad que empiezan a sentir que pueden tener alguna influencia en la toma de decisiones, en ciertas políticas del Estado cubano. Esa idea lo empieza a develar como un actor político cauto, tenue, pero con alguna influencia en ciertas tomas de decisiones en políticas públicas, sobre todo en asunto de derechos civiles de las minorías sexuales y pretendiendo a más.
Lo más común en Cuba es que ese fundamentalismo se exprese esencialmente en el ámbito comunitario. De hecho, en ese ámbito sí está teniendo un éxito relativamente significativo, porque hay muchas denominaciones inscritas en estas posturas que han creado verdaderas redes de ordenamiento de la vida social en sus comunidades, muchas de ellas caracterizadas por ser vulnerables en el acceso a bienes y mostrar síntomas de pobreza. El relativo éxito de su gestión lo han conseguido, sobre todo, porque asisten a esos grupos humanos no solo con ayuda material, sino también con cierta asistencia espiritual. Eso es importante tenerlo en cuenta. Eso contribuye a que muchas de esas iglesias, de esas denominaciones insistan en cambiar las dinámicas de la aprensión de lo religioso en la comunidad, y tiendan a dirigir esa aprensión hacia formas tradicionales identitarias nacionales, que juzgan como enajenantes o demoniacas. Van creando poco a poco quintas columnas que tienden a la intolerancia, a la violencia contra aquellos grupos y estructuras sociales que dentro de la nación no se corresponden a sus credos o posturas éticas, filosóficas, teologales, e incluso de carácter estético.
Por ejemplo, los ataques de estos fundamentalistas están direccionados, básicamente, en tanto parte del cuadro religioso cubano, a las religiones de origen africano, a las que demonizan constantemente en sus discursos. Eso está teniendo incidencia en ciertos sectores sociales. Además, estos fundamentalistas en la Isla están aspirando a participar en la educación espiritual y real de los ciudadanos, lo hacen ahora, sobre todo, en las estructuras de acompañamiento comunitario que han creado. Pero aspiran a más, pueden aspirar a entrar en los sistemas educativos formales y ahí transmitir su palabra. Es importante no perderlo de vista.
Hay investigadores que hablan de la posible conformación en el futuro de verdaderos barrios evangélicos, donde, con la movilidad de ciertos recursos, con la existencia de liderazgos carismáticos en algunas de estas iglesias, estos grupos puedan fortalecer su poder de convocatoria en las comunidades, a nivel barrial, incluso más allá del nivel barrial. Se constata que están teniendo éxito en eso, para refutar las posturas de otros, o procurar demostrar que sus propias posturas son las válidas.
Estamos frente a un fundamentalismo que por el momento ha tenido no poca notoriedad en el ámbito comunitario, primero en las zonas rulares y en la zona oriental del país, donde eclosionó en la década de los 90, extendiéndose hoy a toda la nación, ante todo en barrios y zonas desfavorecidas. Sin alarmismos, pero con preocupación, pueden considerarse y son un actor social, espiritual y hasta político, a no dejar de tener en cuenta.
¿Podemos hablar, también, de otros fundamentalismos, no solo religiosos?
Además del fundamentalismo religioso, existen otras expresiones de este fenómeno: el económico, el político, incluso el estético. Existen ahí donde un grupo humano o ciertos líderes procuren demostrarle a los demás que sus verdades o sus códigos son los únicos adecuados, los únicos correctos y los únicos que todos deberían seguir o respetar.
Vivimos en un mundo donde esta tendencia tiene éxito en ámbitos no solo religiosos, lo cual es peligroso porque cuando entran a la esfera de la política y empiezan a tener múltiples seguidores, crean actitudes de intolerancia a otras posturas o actitudes políticas que pueden condicionar una desregularización de la democracia, ahí donde la hay, o fortalecer posturas autoritarias o dictatoriales, donde existen regímenes con ese carácter, que casi siempre se basan en presupuestos políticos fundamentalistas.
Es decir, si en la religión ese fundamentalismo lo puede representar un pastor, un ayatolá, un rabino, un obispo, un sacerdote, en la economía puede ser un líder de opinión, un investigador de temas económicos que se haya convertido en adalid, o en la política lo puede ser un líder político carismático. Hay de todo tipo de fundamentalismos y todos ellos son peligrosos porque son intolerantes, porque exigen una lectura literal de ciertos textos que consideran sagrados o casi sagrados, y que habría que respetar a todas luces y sin ninguna objeción para cumplir con su presupuesto de verdad.
¿Hablar de conservadurismo es un sinónimo de fundamentalismo, o son cuestiones distintas?
No se puede confundir conservadurismo religioso con fundamentalismo religioso. Sin embargo, hay una línea delgadísima que los separa. No son necesariamente iguales, aunque en algunos órdenes ellas pueden coincidir y se confunden. El conservadurismo permite interpretaciones contextuales de sus textos sagrados, en ciertos órdenes de la reflexión teológica. Es decir, hay posturas conservadoras en la religión que pueden tener interpretaciones bien estructuradas sobre un asunto tan complicado, desde el punto de vista teológico y conceptual, como puede ser el problema de la trinidad. Es decir, no hacen una lectura literal de la biblia para entender la trinidad, sino que le procuran una explicación, una interpretación, en relación a su tradición teologal o denominacional.
Puede manifestarse, por ejemplo, en torno a la presunta santidad de María, la madre de Jesús (en el mundo del cristianismo, y católico en particular, ahí donde María tiene seguidores). Son tradicionales lecturas diversas sobre la naturaleza sagrada de la Madre de Jesús, en ese orden permiten interpretaciones de textos o tradiciones orales o escritas. Pero, cuando se trata de principios de la fe, o cuando se trata de postulados de orden moral, por ejemplo, pueden ser muy conservadoras, muy defensoras de la llamada tradición. Esos tipos de presupuesto, que no son necesariamente de carácter teológico, sino de representación funcional, de la existencia de la comunidad religiosa, son defensores de las actitudes que presuntamente vindican los textos sagrados o, por el contrario, en el caso del catolicismo, donde es muy común el conservadurismo, no así el fundamentalismo (aunque tiene presencia), el respeto a la palabra de las figuras más significativas de esta Iglesia, como pueden ser el Papa, los obispos, etc.
Es decir, el conservadurismo se da allí donde se procura conservar ciertas normas o tradiciones que la institución religiosa considera que no son cuestionables. Esto se dirige en lo fundamental al mantenimiento de conductas morales, a la conservación de ciertas estructuras sociales o políticas con las que estas instituciones religiosas conservadoras se pueden sentir identificadas, o a la preservación de principios que consideren inviolables. Estas posturas del conservadurismo siempre están en el fundamentalismo, de una manera u otra. Lo que distingue al fundamentalismo es que, además, no permitir ninguna interpretación de los textos sagrados. Siempre exigen una lectura literal de los textos sagrados como ya se refirió previamente, y dicen que la comunidad religiosa debe actuar, debe operar desde esa lectura.
¿Qué relación podemos notar, en el contexto cubano, entre fe y política?
Hablar de esta relación hace inexorable ir a la historia. Hay que empezar por recordar que, durante cuatrocientos años, entre 1510 que comienza la colonización de Cuba y 1898 con su fin, el Estado español que operó en Isla fue confesional, por tanto, con una religión oficial: la católica. Los españoles la consideraban garantía de la unicidad del espíritu hispano, y por eso los acompañó hasta su entrada en la modernidad como el ente espiritual que calzaba las estructuras políticas de la monarquía. Esto, con altos y bajos, se entronizó en el sistema político colonial para Cuba.
Luego llegó la ocupación estadounidense, tras la intervención de 1898. Durante los años de ocupación el Estado que se instituyó en Cuba, por primera vez, fue de carácter laico, es decir, que separa la religión del Estado, como era en la nación dominante. Con la nueva ocupación se sistematiza un proceso interesante de evangelización protestante de la nación, sobre todo con misioneros estadounidenses. Concibieron que la aceptación del protestantismo en Cuba podía ser un elemento de aculturación de la influencia estadounidense en el país. Ese proceso tuvo éxitos y contravenciones. Había sectores dentro de la sociedad cubana, sobre todo sectores políticos, que descubrieron el peligro que la expansión protestante podría tener en la Isla.
La llegada de la República en 1902, con la Constitución de 1901, volvió a declarar el carácter laico del Estado y formalmente, tanto en esta Constitución como en la de 1940, la religión se consideró un ente separado del Estado, pero con precisiones. Ambos modelos constitucionales exigían a la ciudadanía el cumplimiento de la moral cristiana como presupuesto de su comportamiento cívico. Ahí hubo una cierta subordinación de la actitud cívica, por tanto, hasta cierto punto de la actitud política, a ciertas normas de la tradición católica presente en el país, lo que generó una y otra vez inquietudes en otros sectores del mundo religioso en la Isla. Esto evidenció que, aunque el Estado iba a operar de manera independiente a la religión en la toma de decisiones, no iba a desentenderse de la influencia que esta podía tener en el control del comportamiento de los ciudadanos.
Tras la Revolución de 1959, sobre todo a partir de la década de los 60s, la cohabitación religión-Estado fue denostada tremendamente. Se empezó a operar un proceso muy atípico en la historia de las construcciones políticas en Cuba, y es que dentro de las construcciones de identidad política y de filiación política al nuevo gobierno, se exigía casi como condición, la ruptura o la negación de toda fe religiosa. Por tanto, la religión empezó a operar no como estructura que acompaña al Estado, sino como estructura que es negada por el Estado. Actitud que se hizo política en la nación a partir de 1975, con el Primer Congreso del PCC, y en 1976, con la nueva Constitución, considerada la primera de carácter socialista de nuestra historia. Su lectura detenida descubre su raigambre profundamente atea.
A partir de los 90s, primero la reforma constitucional de 1992 y luego la aprobación de la nueva Ley de leyes en 2019, se relanza una nueva relación del Estado con las religiones, asumiendo el laicismo y no el ateísmo como actitud en el ordenamiento político de la nación. Pero como en el país no se ha aprobado aún ninguna ley complementaria que garantice esa laicidad del Estado, esta puede ser venal, es decir, que puede estar a merced del criterio de ciertos funcionarios. Aunque sin lugar a dudas, en los años recientes ha habido avances significativos en cuanto a libertad religiosa y en cuanto al respeto a las prácticas, a las instituciones y a la fe religiosa de los ciudadanos. Pero como no hay marco legal regulatorio se corre el riesgo que lo religioso empiece a entrar en el ámbito de lo público, no solo de lo privado, como está previsto constitucionalmente, y esto hace muy confusa la propia laicidad del Estado, otro fenómeno que habría que tener en cuenta. Ahí vuelve a haber una cierta mezcla de la política con la fe, muy discreta, pero pude percibirse en algunos órdenes.
Lo que ha ocurrido en los últimos tiempos, con los grupos fundamentalistas de los que hablé anteriormente, pero también con grupos conservadores religiosos, es que están procurando influir en la política a partir de ciertas “verdades o presupuestos de la fe”. Y puede darse y discretamente se ha dado un enrevesamiento de la relación fe y política en Cuba ¡a no descuidar!, lo que habrá que observar con detenimiento y atender en los próximos años.