Fotos: Leonel Escalona Furones
Acostumbrados a que cualquier tormenta, huracán o ciclón que se enfrente a las serranías más orientales de Cuba siempre pierda la pelea, la ciudad de Guantánamo -aún cuando Isaac está en el montañoso Maisí- luce en calma.
Nadie corre desesperado de un lado a otro, tampoco se escuchan gritos de alarma. El pueblo conoce que el Consejo de Defensa Provincial decretó la Alerta Ciclónica, que debe asegurar los hogares, buscar reservas…y en las instalaciones públicas ya se tomaron medidas para responderle al temporal.
Eran poco más de las doce de la noche cuando comenzó a llover.
Entonces Isaac todavía se encontraba a 350 kilómetros de distancia y a 190 kilómetros de cabo Tiburón, en Haití, y ya la gente sabía, intuía, que no se sería tan peligroso como se pintaba.
Así nos confesó Agustina Fernández Quiala, a quien entrevistamos casi en medio de la calle cuando iba -sin paraguas pero con frío- a comprar frijoles, arroz, azúcar y café a la bodega de su Consejo Popular. Ella habita en Luz Caballero entre 10 y 11 norte, en la ciudad cabecera de la provincia, donde ahora sólo caen, tras cortos intervalos, las gotas de una fina llovizna.
“Tengo dos hijas y con ellas y mi esposo aseguré toda la casa. Cada vez que anuncian una tormenta, eso es lo que hago. Siempre lo mismo: destupir los tragantes, limpiar las hojas del patio, arreglar mi techo que es de zinc, comprar comida y panes por si acaso… nadie sabe lo que puede pasar. Aunque, le digo periodista, yo sospecho que con Isaac pasará como siempre: cuando choque con las montañas se debilitará”.
Agustina tiene una fe, casi ciega, en la fortaleza de Guantánamo para resistir los embates de un evento meteorológico. Sus vecinos la comparten, sin embargo advierte que “por si las dudas, por si cuando se meta Isaac entre las lomas arrasa en vez de suavizarse, ella se prepara”.