La Habana amaneció este martes de gris, invernal. En su parte más antigua, incluido el barrio de San Isidro ―centro de miradas y comentarios por los sucesos de los últimos días―, y también más allá. El cielo encapotado y los vientos del norte no dejaban margen a la duda. El primer frente frío de la temporada hizo su entrada en la ciudad justo cuando iniciaba diciembre y los termómetros y los habaneros lo agradecieron.
“Falta que hacía ―me dice un hombre que prefiere no revelar su nombre―, a ver si refresca un poco el ambiente, porque las cosas han estado bastante calientes en los últimos días. Usted sabe.”
Yo sé, usted sabe, él sabe, todos sabemos. En la capital cubana ―y también a lo largo de la Isla y hasta fuera de ella― nadie está exento hoy de esa conjugación del verbo saber en el tiempo presente del modo indicativo.
Todos sabemos, de una forma u otra, de lo sucedido en San Isidro y en el Ministerio de Cultura, de sus sagas en la propia Habana y en otras ciudades del país, de la “tángana” a favor del gobierno en el Parque Trillo, de los reclamos de la cancillería cubana a EE.UU. por su intervención en el asunto, de las denuncias cruzadas, atrincheramientos, arrestos y descalificaciones de algunas partes hacia las otras partes, de la puja de fuerzas que tira hacia los extremos y mantiene la posibilidad de diálogo alentada el 27 de noviembre en el filo de la navaja.
Todos sabemos, porque las redes sociales, los medios cubanos y los extranjeros, los oficiales y los alternativos, los activistas, artistas e intelectuales involucrados directamente en los hechos y otros que no estuvieron, los blogueros, comentaristas e influencers oficialistas y también los opositores y los pretendidamente imparciales, los académicos y periodistas y dirigentes y más, se han encargado de contar su versión, de ofrecer sus criterios y valoraciones, de fijar sus principios, de completar el cuadro de lo ocurrido rellenando las omisiones de sus contrapartes, de aportar al necesario debate, pero también no pocos, tristemente, han aprovechado para echar más leña al fuego, para pulsear ideológicamente de forma oportunista y obstinada, para denigrar y tergiversar a su favor, para cerrar de golpe las puertas que pudieran abrirse.
Y todo eso, de una forma u otra, ha llegado a las calles, a la gente de a pie, que también (de)construye lo sucedido y se hace su propia opinión, aunque luego muchos prefieran guardársela para sí mismos, para su círculo cerrado, o la dibujen a medias, u off the record, cuando tienen una grabadora delante. Por si acaso.
“Mejor me pregunta de pelota”, me dice Orestes ―me dice que se llama Orestes―, un cincuentón de caminar pausado con el que coincido en la concurrida calle Monte, cuando le pregunto por los hechos de los últimos días. Y a continuación me aclara que ya se cansó “de coger lucha con Industriales y con quien no es Industriales”.
“A estas alturas del juego, ya no me importa mucho cómo son las cosas. Lo que me importa es que no me cojan out”, sentencia el hombre con una peculiar, pero comprensible metáfora beisbolera.
“Aquí la gente está pa’ lo suyo, periodista, en su lucha ―lo secunda Rolando, que a acompaña a Orestes a ‘una gestión’, según me dicen―. Ya las cosas estaban bastante complicadas con la pandemia y la falta de comida, y ahora todo esto pone el pica’o más malo todavía. ¿Usted ha visto cómo está la calle de policías?”
“Ahora mismo hay que andar safe, sí ―vuelve Orestes―, porque si te agarran fuera de base te la aplican y ya he oído cada cuento que ni sé… Pero como le digo una cosa, le digo la otra: cada quien sabe lo que hace y dónde le duele, y nadie escarmienta por cabeza ajena ni puede hablar por los demás. Y si ha pasado todo esto ahora, lo de la huelga y las protestas, por algo será, ¿no? Lo único que espero es que la situación se tranquilice y esto no sea para peor.”
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Orestes y Rolando fueron de los pocos que me hicieron swing, para seguir con su jerga beisbolera, de todos con quienes intenté hablar. Algunos, con todo su derecho, me soltaron el “no” rotundamente; otros apuraron el paso o se disculparon amablemente por no estar “muy al tanto” de lo que les preguntaba. Que era de lo que yo sé, usted sabe, y ellos seguramente también sabían, pero prefirieron no comentar.
No fue el caso de Mario, jubilado de la empresa eléctrica e “internacionalista” según recalca, para quien “con el enemigo no se negocia”. Ni con “mercenarios” tampoco.
“Yo sabía que los americanos estaban detrás de lo de San Isidro, antes de lo que lo dijeran por el noticiero. Se caía de la mata ―asegura―. Esa gente (EE.UU.) siempre ha querido tumbar esto (la Revolución) y ya no saben qué inventar. Han hecho de todo, hasta poner bombas. Y siempre hay gente aquí que se presta para su juego, mercenarios que lo que buscan es armar su show y llenarse los bolsillos. Pero parece que otra vez se cogieron el dedo con la puerta.”
“Siempre se puede dialogar ―acota Daniel, estudiante universitario, a quien como a Mario encuentro de paso por la Calzada del Cerro―, pero dentro del socialismo, como dijo el presidente Díaz-Canel en el Parque Trillo. Yo estuve ahí, como muchos jóvenes que fuimos a reafirmar nuestro apoyo a la Revolución y a mostrar nuestro rechazo a quienes irrespetan los símbolos patrios, que se dicen representantes del pueblo cubano y reciben dinero desde Estados Unidos. Esa gente del mal llamado Movimiento San Isidro no tiene moral para reclamar nada.”
“¿Y los que fueron al Ministerio de Cultura?”, le pregunto y se toma un minuto para pensar. “Creo que igual tienen que definirse ―responde finalmente―, porque no se pueden dejar confundir ni arrastrar por los que quieren provocar un estallido social en Cuba. Ya le digo que se puede debatir, dialogar con respeto, porque no vivimos en un país perfecto, pero siempre para mejorar nuestro socialismo.”
Gabriela, por su parte, lamenta no haber estado en el Mincult el pasado 27 de noviembre, como sí estuvieron varios compañeros y amigos suyos. Sus padres, dice, no la dejaron ir “por temor a que pasara algo, como lo del gas pimienta que le echaron a un grupo”. “Eso estuvo fuerte”, asegura.
Aun así, esta joven estudiante universitaria piensa que ese fue “un día histórico” en el que una parte de la juventud y la intelectualidad cubana dejó claro que “hay mucho que discutir y cambiar para tener una Cuba mejor, más inclusiva y respetuosa, en la que de verdad quepamos todos y no solo los que piensan como el gobierno”.
Menos entusiasta es Maikel, también joven, con el que converso brevemente mientras espera en una parada de guaguas en las inmediaciones del Parque de la Fraternidad.
“Lo del Mincult estuvo bien, pero a esta gente (el gobierno cubano) no le gusta perder ni a las postalitas. Ya le han ido dando vuelta a la tortilla y echando a todo el mundo en el mismo saco ―me responde―. Convocaron a lo del Parque Trillo y le han caído arriba a los de San Isidro, que, la verdad, se entregaron en bandeja con lo del embajador de Estados Unidos y los videos esos del rapero que está preso, de Denis Solís. Aunque sigo esperando que alguien me explique si es legal que un policía lo filmara dentro de su casa, y también por qué la conexión y las redes se pusieron tan malas en esos días.”
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Pero más allá de San Isidro, física y espiritualmente, los habaneros no esconden por estos días otras preocupaciones. Algunas, para buena parte de ellos, más importantes y perentorias que el clima político de la Isla.
“Ay, mijo, yo no sé mucho de eso ―me dice Marina, que desanda la Habana Vieja en busca de alimentos, cuando le pregunto por los hechos recientes―. Yo no tengo el Facebook ese en el que mi nieto se pasa metido todo el día, y el noticiero ahora no hay quien lo vea, porque aquí cuando la cogen con una cosa… Fíjate sí es así que ya no hablan tanto de la COVID, que parece que se está revolviendo de nuevo acá en La Habana desde que abrieron el aeropuerto. Y eso me preocupa porque ya yo no tengo veinte años. Pero qué le voy a hacer, tengo que salir a comprar comida donde sea porque sin comer no se puede vivir.”
A Marina le alarman los precios de muchos productos “cuando aparecen” y teme que el tope impuesto por las autoridades habaneras provoque que “se pierdan” y “la cosa se ponga más mala todavía”. “Ahora mismo hay algunos mercados cerrados y hasta los carretilleros están medio en baja ―relata―, pero algo tenía que hacer el gobierno, porque la verdad es que con esos precios no se puede…”
Otro asunto polémico son las tiendas en dólares abiertas por el gobierno cubano para recaudar divisas y paliar el impacto de la pandemia y el incremento de las sanciones estadounidenses.
“Cada vez son más y cada vez son menos las cosas que pueden comprarse en otros lugares. Las shoppings en CUC (pesos cubanos convertibles) dan ganas de llorar ―afirma Laura, de salida de uno de esos comercios situado en la populosa calle Obispo―. Al principio dijeron que las tiendas de MLC (moneda libremente convertible) serían para artículos de alta calidad y que en las otras dejarían los productos más económicos, pero ya prácticamente todo es en dólares, menos algunas cosas de comida y aseo, para las que hay que hacer tremendas colas. Yo entiendo los efectos del bloqueo, pero me parece que se les va la mano.”
“Y al final, tampoco es que las tiendas en MLC sean una maravilla ―añade―. Los precios están por las nubes y el surtido tampoco es tan diferente del que había antes en CUC. Quizá al principio sí, pero ya no. Ahora mismo estaba buscando una crema y una colonia, y aquí en el Agua y Jabón de Obispo no había. Y así pasa con otras cosas a cada rato, y no solo con los cosméticos. ¿Y entonces?”
“¿Las tiendas en dólares? Eso es para el que pueda ―reflexiona Orestes, a quien también pregunté sobre ellas―. Yo saqué mi tarjeta (magnética) para no quedarme atrás, pero hasta ahora no he podido ponerle nada porque no tengo quien me mande dinero de fuera. Así que tengo que seguir resolviendo con lo que tengo, como he hecho hasta ahora, hasta ver si mejoran las cosas. Lo que si no pienso hacer es quedarme con la carabina al hombro.”
“Eso de los dólares está duro ―complementa Rolando―, a mí me manda mi hija, pero sé que para muchas personas es difícil. Hasta las manzanas que venden por fin de año las están sacando en esas tiendas. Y en la calle el dólar está hasta a dos CUC. Por eso le digo que la mayoría de la gente anda en lo suyo, luchando para salir adelante, y no tiene mucho tiempo para cosas como las de San Isidro y lo demás que ha pasado.”
“¿Usted quiere ver una manifestación en La Habana? ―me pregunta como despedida― Vaya hasta una cola para comprar pollo y ya está. Ahí sí que va a ver gente, haya el frío que haya. Haga la prueba y verá como tengo razón.”
Conclusiones: QUE EL SHOW TERMINO CON PENAS Y SI GLORIA
Lo del ministerio de cultura lo veo bien, las personas tienen derecho a protestar contra cualquier gobierno, ningún gobierno en el mundo es perfecto, el nuestro tampoco lo es, pero no estoy de acuerdo que esos artistas y jóvenes se mesclaran con el MSI, quedó demostrado que estos individuos lo que se proponen es un show mediático pagado desde la florida, lo de la huelga de hambre fue una falsa y todo lo demás, los cubanos debemos manifestarnos cuando los canales oficiales fallan, pero nunca prestarnos para seguirle el juego a personas sin escrúpulos que lucran en la florida con el dolor del pueblo cubano
A eso reduce el comunismo a los ciudadanos : gentes que solo entienden la necesidad de comer y no estar preso !!! Ripios de personas….en eso es lo que han convertido a los ciudadanos cubanos !!! La Gloria que se ha vivido !!!