Cuba aspira a reabrir todas sus aulas el próximo septiembre. Al menos ese es el plan del Ministerio de Educación cubano (MINED) con vistas a culminar el actual período lectivo, dilatado por causa de la epidemia de COVID-19.
El curso escolar 2020-2021 es ya el segundo que transcurre en el complejo escenario epidemiológico provocado por la pandemia; solo que, a diferencia del anterior —al que el coronavirus sorprendió con las clases bastante adelantadas—, este ha transcurrido siempre bajo la sombra de la enfermedad infecciosa, con lo que se ha convertido, sin lugar a dudas, en el curso más irregular y accidentado de las últimas décadas en la Isla.
La COVID-19 ha tenido un inevitable impacto —sanitario, económico, social, cultural, educativo— en el país y ha dibujado su propio mapa de Cuba, un mapa, por demás, cambiante en el tiempo, a merced de la transmisión de la enfermedad y de las medidas establecidas para contenerlo en los diferentes territorios. Así, cada provincia, municipio y localidad ha ido fluctuando entre cierres y reaperturas según su tasa de incidencia, y las clases han marchado a la par, aunque en los últimos meses, debido a un fuerte rebrote que se resiste a remitir, las aulas han permanecido mayormente cerradas.
Eso no significa, no obstante, que el curso se haya detenido, pues el Ministerio de Educación (MINED) y las autoridades locales han apelado a alternativas virtuales, televisivas y de otra índole para que los niños y jóvenes sigan recibiendo los contenidos de sus respectivos grados escolares. Pero, indiscutiblemente, el cambio de dinámicas y escenarios —en el que la escuela cedió el protagonismo al entorno familiar—, con la pandemia como telón de fondo, ha supuesto un desafío a la calidad del proceso docente y el aprendizaje de los estudiantes.
Las propias familias, cuyos hogares se transformaron de la noche a la mañana en las nuevas aulas, no han escondido sus preocupaciones sobre este proceso, su desarrollo y repercusión en la formación de sus hijos; como tampoco lo han hecho sobre el rol que la estructura familiar ha debido desempeñar en el mismo, lo que ha generado diversos conflictos, tensiones y una necesaria reconfiguración de las rutinas y tareas propias del hogar.
Dos cursos y una pandemia
Todo comenzó hace ya más de un año, en marzo de 2020, cuando la COVID-19 llegó a Cuba. Entonces, el curso escolar se detuvo dos semanas después de haberse reportado los primeros casos —tres turistas italianos en la ciudad de Trinidad—, en medio de un creciente reclamo de los padres para que se suspendieran las clases presenciales, debido a “preocupaciones sobre las condiciones higiénicas o de hacinamiento en algunos centros educativos”, según reconoció el primer ministro Manuel Marrero.
La idea inicial manejada por el gobierno fue mantener las escuelas cerradas durante casi un mes, del 24 de marzo al 20 de abril, y reabrirlas “en dependencia de la situación epidemiológica existente en ese momento”, según Marrero. Sin embargo, no serían cuatro semanas de vacaciones, pues solo una estaba concebida como receso escolar, mientras que desde el 30 de marzo comenzarían las actividades docentes televisivas, un ensayo —consciente o no— de lo que ha venido sucediendo a lo largo de toda la pandemia.
Cuando se decidió poner en pausa temporalmente el curso, “ya los estudiantes habían recibido más del 70% de los contenidos del plan de estudio”, de acuerdo con la ministra de Educación Ena Elsa Velázquez, por lo que el panorama no pintaba demasiado desfavorable incluso considerando que los alumnos no retornasen pronto a las aulas, como en definitiva sucedió. Lejos de mejorar, la situación epidemiológica empeoró en la Isla con el decursar del tiempo, por lo que las autoridades optaron por mantener las clases por vía televisiva “hasta nuevo aviso” y finalmente extendieron el período lectivo más allá de su cierre tradicional.
Eso sí, se mantuvieron las vacaciones de verano para alumnos y maestros, esta vez antes del fin de curso, las que coincidieron con una mejoría sanitaria que condujo al MINED a planificar la vuelta a las aulas en septiembre, para concluir el año docente 2019-2020, y programar el inicio del nuevo curso para dos meses después. Para entonces, se estipuló la aplicación de imprescindibles medidas sanitarias, como el uso de mascarillas y desinfectantes en las escuelas, ajustes en los horarios y locales para evitar hacinamientos y potenciar el distanciamiento físico, así como la prohibición de entrada a estudiantes y trabajadores con síntomas respiratorios.
Sin embargo, el plan no sería del todo posible, porque una segunda ola de la COVID-19, con La Habana como epicentro, impediría la reapertura de las aulas en la capital cubana y malograría el inicio del curso 2020-2021, como estaba previsto en otros territorios nacionales afectados por la pandemia. Comenzaba así una diferenciación territorial que ha marcado el desarrollo de las clases hasta hoy.
Finalmente, el nuevo período lectivo comenzaría de manera escalonada en varios municipios y provincias, siguiendo los indicadores establecidos por el gobierno para la llamada “nueva normalidad”, mientras la urbe habanera retomó las clases presenciales en noviembre —para cerrar un año docente que, según el MINED, “terminó sin reportes de transmisión de COVID-19 en las escuelas cubanas— e inició en diciembre el curso todavía en marcha, tras realizar “ajustes” para ponerse a la par de los demás territorios del país.
Un curso accidentado
Si el curso 2019-2020 fue atípico y accidentado, el actual lo va siendo mucho más. Ya a mediados de enero más de 30 municipios cubanos interrumpieron las clases presenciales al entrar en la fase de transmisión autóctona del SARS-CoV-2, y la cifra seguiría creciendo en las semanas sucesivas a medida que el coronavirus se expandía nuevamente por toda la Isla, en un fuerte rebrote que dura ya varios meses y que ha multiplicado los contagios y las muertes hasta niveles muy superiores a los del año anterior.
Por este motivo, el curso regresó al terreno televisivo en toda Cuba —con el Canal Educativo como principal plataforma y el apoyo de telecentros locales—, mientras las autoridades del MINED explicaban que la vuelta a las aulas se produciría “cuando existan las condiciones para ello” y siempre “a partir del cumplimiento de los indicadores definidos en los protocolos de salud”. Además, desde entonces el organismo institucional ha tenido que desmentir en varias ocasiones rumores “malintencionados”, replicados en las redes sociales, sobre el reinicio presencial del curso y han actualizado además la parrilla de teleclases.
Cuba: Ministerio de Educación desmiente rumores sobre el curso escolar en las redes sociales
No obstante, no todo ha sido por televisión. El entorno virtual también ha tenido protagonismo en el curso escolar, en particular el portal Cuba Educa, del MINED, y otros sitios web de instituciones educativas, al tiempo que también se ha apelado como complemento al correo electrónico, las redes sociales, la figura del “Repasador en Línea” y la aplicación nombrada Mi clase TV. Todo eso, sin embargo, tiene como vulnerabilidad a las diferencias en el acceso a la tecnología necesario para las nuevas dinámicas lectivas, algo que, incluso en pleno siglo XXI, también influye en la recepción de las clases televisadas.
“Sabemos que en las condiciones en las que estamos hay familias a las que no hemos podido llegarle de la misma manera que a otras, y eso ha provocado insatisfacciones” —reconocía en una reciente conferencia de prensa Marlén Triana, directora General de la Enseñanza Básica del MINED, quien dijo que ante esta situación “se han buscado muchas alternativas para que les lleguen las clases a los niños y puedan ir supliendo las dificultades e inquietudes lógicas que han podido ir surgiendo por la manera en que se ha tenido que desarrollar el curso en la mayor parte del país”.
La directiva aseguró que para los estudiantes que han tenido problemas para recibir las teleclases o acceder a los contenidos por vía digital, el MINED ha trabajado con las organizaciones y autoridades locales, a nivel de Consejo Popular, para identificar esas dificultades y buscar una solución para ellas. Añadió que, incluso, algunas escuelas han abierto sus puertas para estos alumnos, como también lo han hecho para niños que, por sus condiciones familiares y el trabajo que realizan sus padres, no pueden permanecer en sus casas, una labor que, para el caso de los más pequeños, también han cumplido los círculos infantiles a lo largo de toda la pandemia.
Triana explicó que se ha potenciado una “atención individualizada de los educandos”, un trabajo que reconoció como “sumamente complejo” en las actuales condiciones sanitarias, que ha requerido de un gran esfuerzo de los maestros para mantenerse al tanto de la situación de sus estudiantes —algo de lo que, seguramente habrá mejores y peores ejemplos a lo largo de la Isla—, al tiempo que ponderó el empeño de muchas familias para sobreponerse a las dificultades, mantener el contacto con las escuelas, y contribuir de manera significativa al aprendizaje de sus hijos en estas circunstancias.
Tres escenarios para cerrar el curso
Con junio ya en marcha y la actual oleada de la COVID-19, aún en su apogeo en Cuba, el año escolar 2020-2021 sigue los mismos derroteros de los últimos meses; pero ante su lógico y necesario cierre —y con la vista puesta en una presumible mejoría de la situación epidemiológica con el avance de la vacunación en la Isla— el MINED se ha planteado tres escenarios para su conclusión.
El primero de ellos contempla solo algunos territorios y centros escolares con una situación favorable; aquellos que no han suspendido las clases o han tenido solo mínimas afectaciones por la pandemia. Por ello, al menos en teoría, están en condiciones de culminar el actual período lectivo en julio —el viernes 2 de ese mes es el día previsto por el MINED para detener el curso y dar paso a las vacaciones de verano—, y comenzar el próximo curso escolar en septiembre, como es normal en la Isla. Cuando se anunció dicha estrategia, a fines de mayo, las autoridades educativas incluían en este escenario a la provincia de Las Tunas, algunos municipios de Cienfuegos y Holguín, así como escuelas de otras provincias, fundamentalmente rurales.
Un segundo escenario, menos favorable, incluye a territorios con afectaciones en las clases por la pandemia, los que pudieran volver a las aulas en este propio mes de junio y hasta julio, para luego retomarlo en septiembre, tras el receso veraniego, con el objetivo de terminarlo el 22 de enero del próximo año. El día 31 de enero de 2022 comenzaría entonces el nuevo curso escolar. En este caso podrían estar provincias como Guantánamo, Villa Clara, Ciego de Ávila y el municipio especial Isla de la Juventud, así como localidades y escuelas de otros territorios, según las previsiones del MINED.
Finalmente, el tercer escenario, llamado “crítico”, sería el de los territorios con la situación epidemiológica más compleja. Este no contempla un retorno a las aulas hasta septiembre, aunque también supone finalizar el actual período lectivo el 22 de enero de 2022, e iniciar el siguiente el 31 de enero. Estas provincias, entre las que se cuentan La Habana, Pinar del Río, Mayabeque, Matanzas, Granma y Santiago de Cuba, entre otras, dispondrían de 19 semanas para consolidar los “contenidos esenciales” de cada grado, de acuerdo con las autoridades educativas.
“No se trata de repetir el curso escolar, sino de terminarlo”, explicó a la prensa la directora General de la Enseñanza Básica, quien destacó igualmente que el MINED trabaja en las adecuaciones necesarias para cumplir con este proceso “con la calidad requerida”, y que las evaluaciones “se realizarán siempre después de haber trabajado de forma presencial los contenidos”.
Sobre este particular, Triana enfatizó en que “no se va a aplicar ninguna evaluación escolar sin antes no tener la tranquilidad de que los niños, niñas, adolescentes, han ido venciendo los objetivos para enfrentarse a un proceso de evaluación escolar. La principal evaluación que vamos a ir llevando —una vez que se retomen las clases presenciales— es la evaluación sistemática, la que se va a ir dando en el día a día, en la medida en que los estudiantes vayan afianzando los conocimientos”.
En cuanto a las adaptaciones curriculares, necesarias para ajustar los contenidos y prácticas docentes al contexto actual, las autoridades educativas han dicho que las mismas son resultado de rigurosos análisis y que, tras meses de teleclases, dichas prácticas docentes se completarán de manera presencial una vez que se produzca la vuelta a las aulas.
“Tenemos establecidos objetivos de nivel, de grado, de ciclo, de asignatura, de unidades y hasta de las clases. A partir de los resultados experimentales pudimos identificar qué contenidos debemos mantener, cuáles eliminar o integrar y cuáles debimos pasar para los grados siguientes, a partir de los tiempos”, detalló al respecto Silvia María Navarro, directora del Instituto Central de Ciencias Pedagógicas, quien aseveró que para su “implementación exitosa” el MINED ha previsto un “sistema de capacitación por disciplinas y niveles educativos a las estructuras de todas las instancias” y un seguimiento y control, por diferentes vías, a su puesta en marcha.
La COVID-19 tiene la última palabra
Para poner en práctica lo planificado por el MINED y cerrar de la mejor manera el curso escolar 2020-2021, se requiere no solo el ajuste de los tiempos y los contenidos, sino también la adecuada preparación del personal docente para estos cambios y la sistematicidad del contacto con los estudiantes y sus familias. De esta manera, e garantizaría un diagnóstico certero de la situación real cada uno de ellos de cara a su regreso a las aulas, algo que, sin dudas, supone un desafío, sobre todo a nivel de base, en las escuelas y comunidades.
De acuerdo con la directora general de la Enseñanza Básica, en los diferentes territorios nacionales ya se trabaja en ese diagnóstico, así como en la identificación de las las afectaciones sufridas por los estudiantes como consecuencia de la COVID-19, con la intención de que ello no atente contra su reinserción escolar y su aprovechamiento académico. Este es otro de los retos inminentes de la Educación cubana, pues supone un trabajo particularizado ya no por territorios o instituciones docentes, sino dirigido a los propios niños y jóvenes.
Pero, además de labores metodológicas y administrativas, el reinicio de las clases presenciales entraña también una “puesta a punto” de todos los centros escolares luego de meses sin la presencia de sus alumnos. Hablamos de acciones para el necesario mantenimiento y reparación de las escuelas que así lo requieren y que resultan necesarias para su reapertura, y también de implementar las medidas sanitarias y preventivas imprescindibles para evitar nuevos contagios y forzar otras pausas, que nadie desea.
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“Se ha hecho un esfuerzo muy grande en este sentido, pero todavía nos queda mucho por hacer”, reconoció al respecto Triana, quien afirmó que, aun cuando la estrategia prevista por el MINED tiene como uno de sus principios fundamentales “defender la calidad del proceso docente educativo, aún en los escenarios más complejos” —para lo que se han diseñado un conjunto de acciones desde el organismo central hasta las direcciones y los centros locales— “lo más importante es la salud de los estudiantes, los maestros y demás trabajadores de nuestras escuelas”.
Por ello, la última palabra la sigue teniendo la COVID-19 y no se descarta que en algunos territorios no puedan retomarse las clases presenciales en septiembre, en caso de no mejorar el escenario epidemiológico. La propia ministra de Educación ha puntualizado que el diseño previsto para el cierre del actual período lectivo y el inicio del próximo está condicionado a la situación sanitaria del país y que “nunca se tomará una decisión que pueda afectar la salud de nuestros educandos y trabajadores”.
Si aun con el avance de la vacunación y la continuidad de las medidas higiénicas y de seguridad, el escenario no fuera favorable por igual en todo el país, entonces se pospondría el cronograma previsto allí donde fuese necesario y se continuaría apelando a las clases televisivas y otras acciones, ya puestas en práctica durante la pandemia, de acuerdo con los directivos del MINED.
El futuro, por tanto, sigue entre signos de interrogación, aun con la voluntad de autoridades y maestros cubanos por regresar a las aulas y poder culminar el curso. Como también resulta una incógnita cómo podrían repercutir en la formación de los estudiantes todo este accidentado período y los mecanismos educativos empleados en su curso, no en el presente y futuro inmediato sino a largo plazo. Pero esta pregunta —que muchos se hacen también a todo lo largo del mundo— no tiene aún una respuesta. Esta dependerá, seguramente, del empeño puesto en su solución.