Tengo que ir a comprar las flores -fue el primer pensamiento del 7 de septiembre. Mejor hoy. Mañana no hay quien encuentre amarillas.
Las flores
En el agromercado, los dos quioscos que venden flores cambiaron un poco su formato y su oferta. Estaban las habituales tanquetas de pintura reutilizadas como envases para los atados de tallo largo. Pero también había inusuales ramos, cada uno con girasoles, empecinadamente espolvoreados con una escarcha plateada, maquillados.
Las flores no necesitan maquillaje. Nunca. Pero de la escarcha no se libra nada ni nadie estos días de celebración u homenaje a la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, y a Oshún, deidad del panteón Yoruba. Los girasoles iban combinados con alguna flor blanca: azucenas, pequeñas rosas o nardos.
Me sumergí en las tanquetas de atados. Escarbando, rocé con la primera interlocutora del día. Me miraba a mí pero no hablaba del todo conmigo:
-Ay, Oshun, mi´ja… ¿has visto como está la cosa? Con estos precios no hay quien te compre flores… ¡Discúlpame!
Asentí con la cabeza.
-Así mismo… ¡No es fácil!
La desconocida terminó comprando un girasol y una espiga de nardos. Yo me fui con tres girasoles. Ambas, orondas con la satisfacción del deber cumplido.
No había salido de la explanada de los quioscos de vendutas y me para un hombre anciano y algo enclenque.
-Mira qué bonitos están esos girasoles. ¿Dónde los conseguiste? Porque estos están apurruña´os.
-En el otro puesto están mejorcitos. Pero me costó trabajo, no se crea. Vaya directo a las tanquetas, los ramos están muy caros.
El camino de vuelta, usualmente de cinco minutos, duró diez. De frente, otra mujer empieza a hablarme cuatro metros antes de topar conmigo:
-Mira tú. Yo tengo que comprar cinco. Se lo prometí. Son cinco. Deja ver si me alcanza. Están bastante buenos esos, ¿verdad? ¿Cuánto te costaron?
-Cinco pesos cada uno.
-Menos mal que me lo recordaste. Voy ahora, que es temprano. Niña, que no es fácil…
-No, no es fácil.
Tres minutos después sostuve más o menos la misma conversación con una iyawó. Después, con la abuela de la nieta que se comía una tartaleta de guayaba.
Cuando llegué a mi destino, acumulaba interacciones con gente del barrio con las que jamás había intercambiado palabra, y me dieron ganas de más. Creo que por eso fui a El Rincón.
Camino a El Rincón
Llegar a El Rincón no resulta fácil. Depende de en qué lugar de la ciudad estés, debes armar tus combinaciones de dos, tres o cuatro tramos. Luego de varias acrobacias en el primero, el segundo tramo lo hice en una “gacela”, esos microbuses de transporte colectivo que últimamente me salvan la vida.
En el recorrido fui mirando los carteles y uniéndolos como si fueran oraciones de un mismo párrafo. Donde en otras ciudades del mundo encontrarías repetitivos anuncios de KFC, McDonald’s, Subway o la cadena local que corresponda, en La Habana hay otra letra: Por La Habana, lo más grande; Fidel, vamos contigo; Maceo tiene tanta fuerza en la mente como en el brazo; Crematorio / El Rincón. Flecha a la derecha.
Cuando llegas a Santiago de las Vegas todo empieza a verse amarillo y violeta, todo huele a amarillo y violeta, se hace más nítida la ropa amarilla y violeta que una lleva puesta. El amarillo es el color de La Caridad y Oshún. El violeta el de Babalú Ayé-San Lázaro que es el santo central de ese templo, de los más venerados en Cuba.
Cada dos portales, una venduta de flores amarillas y violetas. Como las flores de la mañana habían quedado en la casa, pensé en comprar alguna más, para llevar.
Mientras más te acercas a El Rincón suben los precios, más aumenta -allí también- la escarcha, y más disminuyen tus posibilidades de encontrar flores sueltas. Llegado un punto sólo encuentras ramos. Varias tarimas tenían ramos de flores arriba y aguacates abajo. Los ramos a 50 pesos, los aguacates a 5 pesos.
Pensé en si a Oshún le importaría que en lugar de flores le llevara un aguacate. Si yo fuera ella, preferiría aguacates. La mayoría de la gente le lleva flores. No estaría mal ofrendar un aguacate, que, además, para mí es la gloria. Compré nuevas flores (también compré aguacate).
El último tramo a El Rincón se hace en unas motos que tienen trailers detrás para pasaje colectivo. Había una pequeña cola y un hombre preocupado.
-¿Quién es la última persona?
-Yo
-¿Y usted detrás de quién va?
-De él.
-¿Y él detrás de quien va?
-Detrás de la muchacha embarazada.
-Bueno, hay que tener cuidado, porque viene la gente y se cuela
-Usted no se preocupe, señor –le dice la primera de la cola– aquí nunca pasa nada. En esta cola nadie se cuela. Yo vivo aquí cerca y vengo mucho. Aquí todos vamos al mismo lugar, y nos miramos las caras, y nos respetamos. No se preocupe, que esta no es la cola del pollo.
-¿Pollo? ¿Dónde hay pollo?
-No es fácil –rezongó otra.
Llegó la moto. Nos subimos sin barullo pero el hombre preocupado no alcanzó sitio y tuvo que esperar la próxima.
Mi compañía fueron dos familias, una de cinco personas (incluida una bebé nacida hacía horas con una batica con la bandera de Estados Unidos) y otra de tres. En la familia de cinco, una mujer joven y alta cargaba una cartera vieja y pequeña. En la cartera, con medio cuerpo afuera, estaba una estatuilla de San Lázaro o Babalú Ayé. El santo estaba vestido de gala: capa con lentejuelas… y mucha escarcha.
La otra familia fue en silencio. No llevaban nada; sólo tristeza, o preocupación, que a veces es la misma cosa.
El Rincón
Aunque lo parezca, El Rincón no es una iglesia. Es, literalmente, un rincón, un escondrijo donde la gente va a huir de lo demás y se encuentra con otros que huyen, han huido o huirán. Al final, todas las personas huimos de algo en algún momento.
El Rincón y el Santuario del Cobre en Santiago de Cuba, son probablemente los únicos lugares de todo el país donde en el mismo espacio físico te hermanas con gente tan distinta. No necesitas haber nacido en Cuba para ir a ese rincón. Pero una vez que estás allí, eres de esta Isla, así sea por un rato. Allí no hay cubanos de dentro y de fuera, no hay cubanas que lo eran y ya no, no hay cubanos que otros creen que no lo son.
Lo único que recuerda que estás en una iglesia es un cartel que reza: no se puede entrar en tirantes, short corto ni chancletas. Pero si llegas con ese atuendo, no tienes que irte ni cumplir de lejos el encargo. En la puerta, una señora te presta unos batilongos blanquísimos para que puedas cubrirte. No creo que a la Caridad la importe, la verdad. Pero así funciona.
Dentro, alguien le dice al hombre de la gorra que se quite la gorra, a la mujer joven que sale con lágrimas en los ojos que no se olvide de devolver el batilongo, al niño de tres o cuatro años que haga un poco de silencio. La mayoría de la gente no dice nada en alta voz, porque está gritando piel adentro.
Todas las personas encienden una vela en la placa grande de aluminio. No siempre es posible comprar las velas del color que corresponde (amarillo o violeta, otra vez). Cada quien pone su vela, su luz, del color que consigue o que quiere. La superficie termina teniendo cera de todos los colores, un poco mezclados y un poco intactos. Miro el collage y pienso que se parece una bandera de la diversidad. Seguramente lo es.
Enciendo mi vela con la llama de una que ya está encendida y que alguien encendió para pedir o agradecer por algo que yo no sé. Mientras pido y agradezco, recibo la luz de otra persona, y doy luz a quien viene detrás, y que encenderá su llama con la mía.
Los 8 de septiembre y sus alrededores El Rincón acoge a más personas que de costumbre. Siempre voy aunque no esté en La Habana. No sé si a quien busco es a Oshún y a Babalú Ayé, a la Caridad del Cobre y a San Lázaro, o si lo que busco es un lugar donde quepamos sin condición la primera mujer de las flores, el hombre enclenque, la Iyawó, la de los cinco girasoles, el hombre preocupado que buscaba pollo y certeza, la mujer que tenía certeza, la familia triste, la joven alta con su estatuilla de gala, la bebé recién nacida, la que entrega los batilongos, quien encendió la llama donde encendí mi vela, la escarcha que no me gusta pero que me acompañó, y yo. Cachita, no es fácil.
El oscurantismo medieval, pasando por las terrenales leyes de la mercancía y el mercado. Pero…. con los poderes que tiene… ¿ Por qué ” Cachita” permite eso?
¡Virgen de la Caridad
Líbranos de todo mal!