“La consulta no es pan comido. Sobre todo en la instancia en que se vincula a la toma de decisiones”, advierte micrófono en mano Rafael Hernández, fundador y director de la revista Temas, con una dicción enfática que expande credibilidad y seducción por todo el auditorio.
A menos de veinte días del referendo constitucional y en medio de la efervescencia mediática por su eventual aprobación, un grupo de expertos invitados por Hernández considera que la consulta popular no debe ser una excepción, sino la norma transversal de un sistema que se piensa a sí mismo como participativo y democrático.
Curtido en el arte de la polémica y la disertación, Hernández, un politólogo de setenta años con créditos en el Colegio de México, vuelve a hacer coincidir los hechos con el debate de los hechos, en una sincronía que ha convertido Último jueves en un actualizado laboratorio de ideas por un par de horas, donde la audiencia tiende a olvidar lo políticamente correcto.
Control ciudadano, eticidad y chalecos amarillos
“Cuando Raúl entró al gobierno habló de algo muy importante, que es la dirección colectiva. Pero realmente nuestras instituciones están organizadas de modo feudal”.
La queja proviene de Andrés Novales, exprofesor y médico jubilado, para quien el sistema electoral cubano debe ser mucho más consultivo e interactivo con sus protagonistas, los electores.
“Cuando la consulta y la decisión están desvinculadas, (la primera) se convierte en una enajenación”, aprecia Novales, quien dice “nunca haber conocido personalmente a ningún diputado”.
Hernández calza: “La democracia no es solo nominar, elegir y votar. La democracia es el control popular, la posibilidad de estar en un permanente diálogo con los ciudadanos”.
Tomando como referencia la experiencia europea, el profesor e investigador francés Guillaume Faburel, invitado al panel, describe a la consulta no como una recogida de opiniones, ni como una encuesta “sabia”.
Según Faburel, de la Universidad de Lion, se trata de “un diálogo donde las partes se ven comprometidas, una especie de contrato entre los organizadores y los participantes y de control social de la palabra comprometida”, lo cual, ahora mismo, se pone a prueba en la crispada Francia de los chalecos amarillos, un movimiento ciudadano y horizontal a resultas del hartazgo con un sistema cortado a la medida de los ricachos.
“¿El representante que hace la consulta cumple lo solicitado o intentará modificar lo que piensan sus representados?”, se pregunta, por su parte, el ex economista Manuel Alonso, en línea con el joven comunicador Randdy Fundora, quien sondea al panel acerca de “¿cómo una consulta deja de ser una estrategia de manipulación y se convierte en un ejercicio verdaderamente democrático y participativo?”.
“Todo pasa por la ética y hay que sentir la necesidad, como decía Dórticos, de ascender al pueblo”, responde a tales interrogantes Susana Acea, quien por años estuvo al frente de la Asamblea Municipal del Poder Popular de Centro Habana, uno de los barrios con mayor nivel de problematización de la ciudad.
Acea, quien dice haberse acostado como profesora de Economía y levantado como presidenta de un gobierno local, revindica la consulta como un mecanismo para “apropiarse políticamente de la inteligencia colectiva”.
“Es muy difícil resolver los problemas sociales que son cada vez más contradictorios, convulsos, donde hay muchas mediaciones, solo desde la posición de aquel que está rectoreando los procesos de dirección”, estima.
Para la veterana delegada, “el poder popular tiene toda la estructura funcional para permanentemente establecer el diálogo”, de modo que las fallas provienen de prácticas perniciosas y de la desarticulación subjetiva del aparato, donde la burocracia y la corrupción no serían exóticos, además de la demagogia y la opacidad administrativa, “lo cual hace mucho daño a cualquier proyecto que después no hay cómo curarlo”.
“El obstáculo mayor que veo es la falta de integralidad de los mecanismos, medios y métodos para perfeccionar el sentido democrático de la sociedad”, resume Acea.
Doble vía
Algunos observadores, como el profesor de Historia de las Religiones, Enrique López Oliva, detectan cómo la carencia de un extendido bagaje político en la sociedad estaría lastrando la calidad del debate público. “Muchas veces las personas actúan sin tener elementos suficientes para tomar una decisión”.
Elvira Vázquez, una estudiosa de estos asuntos, juzga que el problema fundamental es cómo crear cultura cívica ciudadana que permita un canal de doble vía entre representantes y representados.
Tal mecanismo facilitaría “dar seguimiento a los procesos de gestión a partir de la consulta y crear un proceso de devolución por parte del poder de lo que planteamos, solicitamos y exigimos; qué y cómo se ha hecho y a quién ha beneficiado y a quién ha perjudicado”.
Poder, anomia y hegemonía popular
Ramón García es un cubano con experiencia empresarial en África, pero antes fue profesor de Sociología y graduado en Derecho. Su apuesta es por la autogestión de la sociedad y la cogestión obrera de las empresas. Sin embargo, no tiene a mano ejemplos felices de tal proyecto y sí contraejemplos que cuestionan el poder decisorio de gobiernos locales frente a colosos corporativos del Estado como Cubanacán o CIMEX. “Hay una asimetría de poder en que la autonomía municipal se convierte en ficción política”, apuntó García.
El asunto del poder en el socialismo atraviesa las prioridades mentales de Joel Suárez. “Cuando el Estado se vuelve un saber por encima de todos, ahí hay un obstáculo fundamental”, dice Suárez, coordinador del Centro Memorial Martin Luther King Jr., una ONG de inspiración cristiana comprometida en la promoción de valores éticos y en el diálogo y educación popular.
Según Suárez, las prácticas autoritarias y verticalistas en Cuba están trufadas, además, por la cultura patriarcal, lo que agrava “la relación asimétrica con el otro”. Y lanza el teorema: “Si la soberanía radica de manera absoluta en el pueblo…y de esa soberanía emana toda fuente de autoridad, hay que ir a un diseño democrático donde se garanticen mecanismos formales de control de la representación por el soberano”.
Para el activista comunitario, dentro de tales mecanismos la consulta popular debería ser parte del estilo permanente para construir políticas públicas, al tiempo que sirve “de sanación de la confianza de la ciudadanía, las comunidades, los colectivos y de las familias en una zona de la institucionalidad política y gubernamental a nivel local”.
Esas estructuras han sido desgastadas por la crisis económica que irrumpió en los 90 y “otros procesos como la desidia y la burocracia”, que han avivado la anomia social y “incredulidad en la eficacia de esas instituciones a nivel local”, estima Suárez.
“No estoy hablando mal del socialismo. Eso ya pasó de moda. Estoy hablando de problemas que tienen que ver con la administración que garantiza la continuidad del proyecto”, indicó.
Discusión entre iguales
Los expertos concuerdan: la consulta popular debe sustentarse sobre una horizontalidad política.
“Cuando consultamos nadie está por encima del otro, sino que están en igualdad de condiciones como ciudadanos”, establece la profesora Acea, quien posee un Máster en Ciencias de Dirección.
En esa anulación momentánea de las jerarquías, la consulta empodera a la sociedad y aceita uno de los principios que harían viable el socialismo, tal como refiere la investigadora Yohanka León, investigadora del Instituto de Filosofía, al referirse a “la necesaria construcción de hegemonía popular, de un diálogo que no solo sea de arriba hacia abajo, sino una construcción de abajo hacia arriba”.
Con una larga experiencia de investigación de campo en el funcionamiento de base de las estructuras de representación, León observa “incoherencias y obstáculos internos y externos” para el ejercicio democrático en la isla, llama a no “funcionar bajo la ley tiránica de las instituciones” y revaloriza a la consulta no como “un instrumento más, sino como el instrumento de la democracia socialista”.
Al evaluar el debate público en torno al proyecto de nueva carta magna, que involucró a casi nueve millones de personas, León explica que la consulta tuvo “miradas apocalípticas, integradoras, críticas y propositivas”, tanto en las instituciones como en las inquietas redes sociales, dentro y fuera de Cuba.
“Ha sido una vivencia rica y profunda, no sin contradicciones, no sin conflictos, porque esa es la vida”, manifestó la también profesora universitaria graduada de Filosofía en la Unión Soviética en 1985.
Autora de una abundante ensayística, entre cuyos textos resalta Los sentidos de la utopía y la emancipación humana de Editorial Ocean Sur, 2012, Yohanka León gusta citar a una de sus colegas – Isabel Rauber– en una suerte de máxima que sirve de antídoto contra el envenenamiento por anomia: “Los protagonistas (los ciudadanos) no pueden ser espectadores”.