Enclavada en el centro histórico de La Habana, como una de sus arterias de más memoria y relevancia citadina, la calle O’Reilly se distingue rápidamente desde su propio nombre. Un nombre que es, en verdad, un apellido.
De origen irlandés, O’Reilly era el apellido del conde Alejandro O’Reilly, mariscal de campo del ejército español, nacido en el Condado de Meath, Irlanda, en 1723, y cuyo verdadero nombre era Alexander O’Reilly y McDowell.
El hombre inmortalizado en la calle habanera no tuvo un origen noble, pero su pericia militar le valió su ascenso en la escala social no ya de su país, sino en las colonias de España en América, bajo el reinado de Carlos III.
A Cuba llegó luego que La Habana cayese bajo el dominio británico en 1762. O’Reilly, quien se especializaría en el diseño y actualización de fortalezas militares, fue encargado de supervisar la situación defensiva de la isla, recuperar diversas plazas y modernizar los castillos del Morro de la capital cubana y de Santiago de Cuba. De esta forma, su nombre quedaría ligado a la mayor de las Antillas y terminaría identificando hasta hoy a esta arteria habanera.
La calle, no obstante, es anterior a la llegada de O’Reilly al país y ya desde el siglo XVI, desde los primeros tiempos de la otrora Villa de San Cristóbal, se convirtió en una de las primeras vías para la entrada y salida de la ciudad intramuros. Con los años iría ganando prominencia urbana y comercial, y sería conocida como calle Honda, del Sumidero, del Basurero y de la Aduana.
Más tarde, ya en el siglo XX, se le nombraría Presidente Zayas, en homenaje al controvertido Alfredo Zayas, cuarto presidente de la República. Pero todos estos nombres quedarían atrás y sería el de O’Reilly, el del militar irlandés españolizado, elevado al rango de Conde en 1771 y fallecido en España en 1794, el que sobreviviría a los caprichos y avatares del tiempo y se instalaría de manera definitiva en el imaginario colectivo de los cubanos.
La calle O’Reilly cuenta con uno de los trazados más regulares del centro histórico de La Habana y transita en paralelo al célebre boulevard de Obispo. Con poco más de un kilómetro de largo, nace en las cercanías de la bahía, en los alrededores del Templete, el Castillo de la Real Fuerza y la Plaza de Armas, y viaja hasta la calle Monserrate, hasta la plazoleta de Albear y la antigua Manzana de Gómez, reconvertida en el lujoso Gran Hotel Manzana Kempinski.
Punto de confluencia de edificios históricos y residenciales, de comercios y establecimientos gastronómicos como el conocido Café O’Reilly, de instituciones turísticas y culturales, esta arteria fue, incluso, el escenario de un legendario duelo entre dos exoficiales del ejército mambí devenidos políticos en los compases iniciales de la República.
Hoy, mientras La Habana recupera su trasiego cotidiano en medio de la crisis económica y con la COVID-19 bajo control, O’Reilly combina imágenes de recuperación y deterioro, de restauraciones en marcha y deudas por saldar. Imágenes que nos llegan a través del lente de Otmaro Rodríguez, quien nos muestra con ellas no los extremos más turísticos y reconocidos de la calle, sino sus lugares y vida interior, su travesía más profunda y menos edulcorada, su rostro, a fin de cuentas, más realista, más cercano, más habanero.