Pedro murió en el mes de agosto del pasado año, y con él se fue uno de los últimos artistas-historia del arte cubano. Con su partida también la poesía perdió a uno de sus representantes más excelsos. Pedro, quien fuera miembro del grupo Diez Pintores Concretos y muy vinculado a Los Once, es el pintor abstracto-geométrico por naturaleza, el agudo ensayista sobre arte, el poeta frondoso y elegante de nuestra poesía escrita de la segunda mitad del siglo XX y lo que va de este.
El diseñador, revistero y editor, el hombre integral de la cultura, será homenajeado con una gran exposición en la galería “El Reino de este Mundo”, de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí. Horizontes consta de una treintena de piezas, mayoritariamente pintura y dibujo, más tres esculturas, pero en una vitrina se exponen los libros del autor, fotos y catálogos de las decenas de exposiciones internacionales en las que participó.
La impronta de Pedro de Oraá es difícil de resumir en un par de cuartillas, pero es imposible pasar por alto su figura en su aniversario. Hace unos años Manuel López Oliva dijo acertadamente: “Oraá se ubica dentro de esos casos excepcionales de profesionales de las artes visuales que hemos desarrollado, simultáneamente y con constancia, faenas literarias; como ha sido en Carlos Enríquez, Marcelo Pogolotti, Arístides Fernández, Felipe Orlando, Mario Carreño, Fayad Jamís, Adigio Benítez y otros más jóvenes. Se trata de una personalidad en la cual la necesidad de comunicarse y compartir sensaciones le ha impedido limitarse a la escritura o la pintura, al concepto o la metáfora, al enjambre del texto provisto de revelaciones o al pintar no-representacional. De ahí ese peculiar mecanismo traslaticio que convierte la poesía en diseño pictórico, la evocación en símbolo, y sus reflexiones en juegos derivados del encuentro entre ideografías geométricas “puras” y espacios dispuestos cuidadosamente”. Con otras palabras, López Oliva nos dice que fue un hombre expresión de la poesía integral, la letrada y la simbólica.
Sus inicios se remontan a la década de los cincuenta del siglo XX. El encuentro con Loló Soldevilla fue determinante para encausar sus inquietudes creativas. Ambos fundaron en octubre de 1957 la galería Color-Luz, espacio que aglutinó al grupo Diez Pintores Concretos, que se mantuvo activo entre 1958 y 1961. Ambos fueron el núcleo aglutinante del grupo, al que tributaron otros destacados artistas como Sandú Darié, Luis Martínez Pedro, José Mijares, Salvador Corratgé y Rafael Soriano. A todos los unió el abstraccionismo geométrico.
Salvador Corratgé recordó en su momento que se reunían en casa de Loló Soldevilla, quien ayudó mucho económicamente a los integrantes del grupo. Ella había sido consejera cultural de Cuba en Francia y cuando en 1952 regresó a Cuba, con mucha información actualizada sobre el arte europeo, la compartió con ellos. “Trajo reproducciones de Vassarely y de otros pintores concretos, ella misma creaba pintura geométrica, y cuando nos empezó a mostrar los catálogos, a hablarnos del movimiento que había en París, muchos de nosotros nos interesamos y yo me apasioné por este estilo de pintura”, recordó Corratgé.
Ese fue el comienzo. A partir de ahí Pedro fue, sostenida y permanentemente, un artista geométrico o concreto, y se mantuvo en esa línea expresiva hasta el final. Las piezas de arte concreto de Oraá son estructuras animadas por un movimiento agitado, vivo. Ser abstracto es una naturaleza, no un estilo y Pedro enseñó esa verdad con su vida y obra. Con más de una veintena de muestras personales y el doble o más de colectivas y una presencia en numerosos eventos internacionales, entre los que sobresalen las bienales de São Paulo, Kosice, Iberoamericana de México y la Trienal de la India, entre otros, nunca dejó de producir arte, ya sea en obras sobre tela o cartulina, murales colectivos para ambientaciones, y obras tridimensionales.
Cuando parecía que ya estaba en el cenit de su carrera, Oraá potenció su presencia en el panorama plástico del país. El bienio 2015-16 fue extraordinariamente significativo para su trayectoria. Comenzó exhibiendo en la galería “Villa Manuela” su muestra personal Contrarios Complementarios II, que tuvo una excelente acogida por la crítica especializada. Después, recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas, el reconocimiento más alto del país para los artistas visuales. Luego, integró dos grandes exposiciones colectivas organizadas en Londres (septiembre-octubre de 2015) y Nueva York (enero-febrero de 2016), tituladas ambas Concrete Cuba, organizadas y financiadas por la importante galería (más bien una transnacional del arte) “David Zwirner”. Poco después, a fines de 2016, expuso en el Museo Nacional de Bellas Artes la muestra personal Oraá Abstractivos, que incluyó pintura, dibujos y esculturas de reciente factura, con lo que mostró a los públicos que era un artista en constante renovación. Fueron estos dos años un momento de reconocimiento y revitalización de su trabajo (y en general del arte concreto cubano), en la recta final de su vida.
Su poesía escrita, al decir de varios especialistas, es plasmación de “sabiduría en el lenguaje y sentido de la imagen” (Basilia Papastamatiu), “vindicación de los oficios, de las cosas, de la realidad” y “escritura viva de la experiencia como forma de abordar la indagación en el recuerdo” (Jesús David Curbelo), “un modo de desmontar la naturaleza, sus leyes…” y de una expresiva carga erótica (Teresa Fornaris). Yo agregaría que es una poesía limpia de hojarasca adjetival, de una esencial pluralidad temática y estilizada en sus formas, es decir, una lírica de sus vivencias e imaginación.
En materia escritural fue, además, un informado opinante, y sus juicios literarios se correspondían con lo testimonial, siendo un buen conocedor de nuestro paisaje letrado. Como ensayista, su obra no fue demasiado extensa, aunque publicó dos monografías sobre otros colegas, Antonio Vidal (1977) y Dibujos de Eduardo Abela (1987), pero, sobre todo, es importante la compilación de sus ensayos y artículos sobre arte, Visible e invisible, de 2006, de una enorme significación para el pensamiento acompañante a la creación simbólica nuestra. En el breve texto introductorio a este conjunto de penetrantes reflexiones críticas, Pedro expresó que dichos trabajos habían contribuido a “explicarme a mí mismo los significados de ese inagotable misterio que es el fenómeno artístico”. De manera que el poeta y el pensador sobre arte no solo necesitaba explicar sus razones sobre creación y estética, sino buscar en ellas la explicación a los enigmas que, para él mismo, guardaban tales temas. Una confesión muy significativa, sobre todo si se hace en el pórtico de un libro propio. En ese volumen, el ensayo “Vigencia y continuidad de la pintura abstracta”, así como el texto de valor testimonial, “Cárdenas, árbitro de la forma”, son de una belleza, acuciosidad e interés considerables.
Horizontes es un merecido homenaje al gran artista, un hombre de la cultura total.