“Fue al día siguiente de que en el noticiero hablaran de la plaga del frijol que había acabado con la cosecha en Cienfuegos o Sancti Spíritus. Dio la casualidad que esa mañana yo no trabajaba, y como pensaba visitar a mi hija y el mercado quedaba de camino, me dije: ‘Mejor llego y compro unas libritas, por si acaso’. Debió ser en febrero o a finales de enero. Lo recuerdo porque todavía nadie hablaba de la pandemia”.
A la vuelta de tantos meses, Yolanda insiste en que, para anticipar que “2020 sería un año malo”, le bastó encontrarse con los puestos de los “frijoleros” cerrados. “El fin de semana anterior, mi esposo había ido a ese mismo mercado y los había visto a todos vendiendo como si nada, así que no podía ser por desabastecimiento. Simplemente, se habían dado cuenta de que podían ganar mucho más que hasta entonces, y que el Estado no tenía cómo pararlos”.
Para las cenas de Nochebuena y Fin de Año, Yolanda guarda un paquete de frijoles negros de poco más de una libra, comprado en una tienda de moneda libremente convertible. Casi se insulta al recordar su precio: un dólar con 85 centavos. “Es como si por una libra tú estuvieras pagando setenta u ochenta pesos, ¡una locura! Y para colmo, en una moneda que la mayoría ni siquiera tenemos”.
Pero en los tiempos que corren no abundan las alternativas. Lastrada por sus propias carencias y por las sanciones del gobierno de Estados Unidos, este año la agricultura cubana terminó por tocar fondo. Incluso en provincias como Ciego de Ávila, histórica proveedora de La Habana y otras regiones más pobladas. En junio, su delegado de la Agricultura le anticipaba a la prensa local que los rendimientos caerían a la mitad en muchos cultivos, y que en algunos –como el arroz– el descenso sería tan profundo que se estaría bordeando la irrentabilidad absoluta. “Más tierra sembrada no es igual a más comida”, agregaba, como para zanjar el triunfalismo con que algunos medios estatales reseñaban la campaña de siembras.
La parábola en ascenso seguida por los precios de los alimentos no muestra tendencia a aplanarse. Más bien lo contrario. Comenzando diciembre, el Consejo de Defensa de La Habana puso en vigor un nuevo listado de “precios máximos minoristas”. Su consecuencia fundamental fue la desaparición de muchos de los productos que pretendía regular, y el comienzo de un nuevo capítulo en la larga porfía entre los vendedores y la administración de la ciudad.
La experiencia indica que los primeros llevan las de ganar. En agosto, mediante una norma similar, la Dirección Provincial de Finanzas y Precios había pretendido topar en 45 CUP la libra de carne de cerdo (que había llegado a cotizarse a 70 CUP). “A medida que el país incremente la producción de masa porcina, el precio irá disminuyendo”, vaticinó la titular de esa dependencia, sin recordar la crítica situación afrontada por los criadores debido a la falta de piensos y otros insumos. La nueva norma no solo hizo desaparecer el alimento de las tarimas, sino que contribuyó a incrementar su valor en el mercado negro. No faltan los que pronostican que pudiera entrar a 2021 rompiendo la barrera de los 100 CUP.
Considerando el anuncio de los bajos rendimientos agrícolas en la campaña de frío 2020-2021, el panorama tampoco parece halagador para la oferta de productos del agro y, claro está, para los precios.
Del surco ¿a la casa?
“Cuando la comida sube, todo lo demás sube”, opina Omar, un vendedor de materiales de la construcción en Camagüey. Durante 2020 la mayoría de los artículos que comercializa al menos duplicaron su valor. “Es algo lógico. Si tú sales y no encuentras el plato fuerte o el arroz, y tienes que pagar más ‘por la izquierda’, pues ya te vas condicionando. Así, el que tiene un negocio, le aumenta un poco a lo que vende, o el que trabaja prestando un servicio. Para bien o para mal, es una cadena”.
La interpretación de los hechos varía de la población al Gobierno. En una de las comparecencias televisivas que dedicara a analizar la Tarea Ordenamiento —relativa a la unificación monetaria y cambiaria— Marino Murillo Jorge, el presidente de la Comisión de Implementación de los Lineamientos, reconoció que “se va a producir un incremento en los precios de los servicios de los cuentapropistas”. Pero acto seguido se abanderó con su optimismo para señalar que “habría que ver si el mercado les permite que los precios crezcan de manera indiscriminada”.
Su asistencia a la Mesa de Redonda, junto al Ministro de Economía y Planificación, había sido forzada por el estado de efervescencia en que se encontraba el país a causa de la eventual eliminación del CUC. Las filtraciones sobre los seminarios de preparación de cara al “Día Cero” habían alimentado la polémica entre los cubanos de dentro y fuera de la Isla. Cada día, cientos de personas amanecían acampadas delante de las casas de cambio para deshacerse de sus CUC y otras tantas se apresuraban a realizar gastos hasta entonces postergados, en previsión de que “después las cosas suban de precio”.
Según Omar, desde septiembre su negocio pudiera haberlo hecho rico. “Todo el que tiene que construir, o quiere hacerle arreglos a su casa antes de venderla, anda loco buscando que no lo coja la unificación. Precisamente, cuando más difícil resulta conseguir las cosas. Incluso materiales que no se fabrican con nada importado, como los ladrillos. Hace poco, un cliente se quejó porque su precio se ha triplicado en el último par de años y yo no tuve más remedio que contarle que en los tejares ya los productores estaban avisando que en cualquier momento volverían a subir la tarifa”.
La industria alfarera ilustra la vulnerabilidad de las estructuras productivas en Cuba. Aunque los ladrillos no requieren cemento, el barro y el rocoso con que se fabrican sí dependen del petróleo utilizado por los camiones que los trasladan desde las canteras. Y el combustible con que se los hornea es el aserrín desechado por los aserraderos. Pero desde 2019 las plantas madereras trabajan a un ritmo muy inferior al habitual, debido a los recortes en sus asignaciones de electricidad y a la falta de diesel para los camiones que sacan los troncos de los bosques.
La escasez y el alto precio de los ladrillos han disparado el uso de los bloques de hormigón en una proporción solo comparable con la escalada de su valor. En enero, cada bloque de 15 centímetros de ancho por 40 de largo se vendía en Camagüey a seis o siete CUP, recuerda Omar; ahora, por menos de 15 CUP no vale ni la pena buscarlo.
“En 2016 se estimaba que [en Cuba] entre el 55 y el 71% del gasto familiar se concentraba en alimentos. Eso significa que, para que el incremento salarial no fuese inflacionario, se necesitaría un ‘salto’ en la producción, pero la probabilidades de que ello ocurra en el corto plazo –incluso en el mediano– no parecen ser altas”, razonaba en septiembre último el profesor universitario y asesor de la Unesco Pedro Monreal.
La misma premisa era –es– aplicable al resto de la economía nacional, que por décadas compensó sus ineficiencias productivas con compras en el exterior. Las divisas que las pagaban se han ido agotando en medio de la crisis del turismo, el cierre de varios de los principales convenios de colaboración médica y los obstáculos interpuestos por la administración Trump al envío de remesas.
“Cuando vi que el problema sería con los frijoles, fue como si en un flashazo me devolvieran a los años más malos del Período Especial”, insiste Yolanda. Nunca imaginó, sin embargo, que a estas alturas de diciembre ya habría tenido que guardar los ingredientes para el congrí de sus cenas familiares.
A la par de los precios, aumentan la incertidumbre y el temor de muchas familias cubanas.
Apoyo incondicionalmente las medidas del reordenamiento monetario y cambiario pero creo que en la electricidad cualquier familia de la tercera edad y que pocean un aire acondicionado no le alcazara para sufragar las demás nesecidades. Mi opinión es que se debe de poner un precio único y asequible a los kw