Sobre las tres de la tarde me llegó un mensaje por Whatsapp: “Mañana a las 10 en casa de Agustín”. Cuando llegué a Zaragoza, uno de los primeros nombres que escuché fue el de Agustín Montano. Yo estaba aún abrumada por el tema del alquiler, corrían esos primeros días después de mudarte en los que todo parece ir mal, y un amigo en común me lo mencionó: “voy a escribirle a Montano, un amigo de mi familia que tiene muchos contactos y ayuda a mucha gente”. Otro día, en una de esas caminatas en las que pretendes conocer tu nueva ciudad en pocas horas, una amiga que me servía de guía también se refirió a Agustín: “¡Tienes que subir allá arriba! El señor es súper majo”. Parecía que todos los caminos de la urbe maña conducían a un solo lugar: Manifestación 13.
La esquina en la que vivió José Martí está ubicada en la parte histórica de Zaragoza, muy cerca de la emblemática basílica de Nuestra Señora del Pilar y de la amplia plaza. Una cuadra más abajo está el Mercado central. Justo al frente, la Plaza de la Justicia y la fuente de la Samaritana. En Manifestación 13 residió el joven Martí de 1873 a 1874, periodo en el que se tituló como bachiller en el Instituto Goya y como Licenciado en Derecho, Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza. Fue allí también donde amó a la zaragozana Blanca Montalvo.
En varios textos dejó el Apóstol referencias de los sitios que frecuentaba, de la vorágine política de esos años que vivía la provincia española y de las personas que conoció, textos en los que se evidencia el amor que le tuvo a Aragón y a sus habitantes: Estimo a quien de un revés/Echa por tierra a un tirano:/Lo estimo si es un cubano; /Lo estimo, si aragonés.1
En la segunda planta nos esperaba Agustín. Me llamó la atención, al punto de darme risa, que la cafetería de los bajos del edificio se llamara “El Picadillo”. Todo me parecía tan cubano en ese rincón de ciudad. Desde que entré no dejaba de pensar en una sola cosa y me lo repetía como un mantra: “¡aquí estuvo Martí, coño!”. Era inevitable la emoción.
Subimos como quien sabe que algo deslumbrante le espera. Sabíamos que sería una buenísima e inolvidable experiencia. Y no nos equivocamos. Yo llevaba un poco de café cubano Arriero, para dos coladitas, una caja de cigarros Popular y unas palmeritas. Quería compartirlo todo con Agustín en esa insuficiente mañana, quería subirle un poquito de Cuba al apartamento de los ochos balcones.
Nos recibió un hombre de baja estatura, con muy buen semblante a sus más de setenta años. El pinareño irradia modestia y, sobre todo, pasión por la historia de Cuba. Sabe mucho y, lo más relevante, hace demasiado. Músico, poeta y loco: nos cuenta que es actor desde hace muchos años, titiritero, director de escena, narrador oral; un ser de luz que asombra todo el tiempo, que enamora a primera vista. Hay cierta melancolía en sus ojos. Lo advierto y quedo muda.
Agustín llegó a Zaragoza en el año 2000, cuando unos amigos lo invitaron a probar suerte en suelo ibérico. Luego de convivir varios meses con ellos decidieron que era hora de que tuviera más independencia. Luego de recorrer varios inmuebles que ellos mismos arrendaban llegaron al edificio con la tarja en la fachada. Manifestación 13. A Agustín enseguida le llamó la atención que allí se leyeran unos versos de José Martí. Indagó de qué se trataba. “Sí, dicen que aquí vivió Martí”, le dijeron. Suficiente para él: “¡Aquí me quedo”!
En el vestíbulo hay un enorme altar con varias fotografías de rostros, adornado con flores naturales, bien vivas, y velas. “No le tires foto a eso, niña, son los muertos”, me dijo con ese tono jovial que lo caracteriza. Después sigue la sala, con muchísima luz exterior y fresco, que se agradece ahora en verano. En un rincón, una escultura italiana de bronce, de estilo renacentista, una mujer de túnica con angelitos encima. “Salvando las distancias, me siento en una escena de Fresa y Chocolate, en otra “guarida”, le tuve que confesar.
En la esquina contraria del salón principal está lo mejor: una bandera cubana, fotografías de la familia Martí-Pérez y muchos libros dedicados al Apóstol, libros que le han ido regalando a Agustín autores de Cuba y locales. Pude leer títulos como La Zaragoza de José Martí, Versos sencillos, El Martí que yo conocí, una revista Bohemia con temáticas martianas, entre otros.
Hay también un enorme búcaro con muchas rosas blancas. Son artificiales, pero le recuerdan al creador del rincón el día de su inauguración. Cada una de ellas representa un homenaje al Apóstol. En aquel evento, Montano pidió a los invitados que llevaran rosas blancas para la ocasión, y allí quedaron como lazo perenne entre los cubanos de aquí y el Maestro.
Cada objeto en esa casa tiene su historia; siento que Agustín quiere narrarlas todas, como quien deja la oralidad como herencia, a la vez que comparte su bandeja de galletas y una taza de café con cada cubano que ha pasado por allí.
Tomamos el café mientras Montano cuenta sobre sus trabajos en el teatro, las cruzadas a Guantánamo y todo lo que ha hecho para salvaguardar el legado de Martí en los veintitrés años que lleva viviendo y sintiendo esas paredes de Manifestación 13. Habla de su mamá, aún viva, que dejó en Pinar del Río, de música afrocubana, de viajes a México y reuniones con chamanes. Lo escucho atenta, sigo el ritmo acelerado de sus palabras. “Esto tengo que escribirlo en cuanto llegue a casa”, pienso. A medida que pasan las horas voy descubriendo al hombre polifacético, al martiano empedernido, al luchador a tiempo completo.
Agustín nos declama, nos canta, nos lee. Todavía no entiendo cómo puede crear tanto y a la vez llevar una institución histórica y cultural que es su casa, cómo hacer tanto por Cuba desde Europa. Martí nos mira, todo el tiempo nos mira, y yo solo puedo pensar: “¡en este mismo balcón amó él!”.
Vemos varios audiovisuales de actos en la Cátedra Martiana de la Universidad de Zaragoza. Es increíble el vínculo que ha logrado Agustín con profesores de allí. Muchas fotos, los versos del maestro musicalizados, innumerables historias, reconocimientos y condecoraciones a quienes apoyan la divulgación de la obra martiana. Tanta labor desborda esos diez gigabytes de información. Nos invita, sin reservas, a que copiemos lo que queramos. Él sabe que Martí es de todos; que es nuestro también.
Saltamos a una carpeta nombrada “Merceditas Valdés Zaragoza”. “Ah, es que también soy el albacea de Merceditas. Mira, esta exposición fue el año pasado aquí. Esos trajes están guardados en aquella habitación”, me dice. El espíritu de la cantante de melodías afrocubanas también merodea por aquella casa de techo y paredes agrietadas por el duro paso del tiempo. Yo no puedo dejar de sorprenderme y traigo con el pensamiento a varios amigos a los que les hubiera encantado estar sentados allí conmigo.
Al fondo hay otra habitación. La de las exposiciones y los encuentros culturales. La habitación de la memoria. La de las misas y los cantos. Cerca de allí hay una caja con un libro ilustrado por Zaida del Río, otro de poemas dedicados a Cuba y sus regiones. “Poemas para niños de 0 a 99 años”, como dice él. Nos recita de memoria algunos versos. Le aplaudimos. Empieza por el primero, que se llama “Cuba”. Noto que por momentos se nubla su mirada. Me choca. Continúa con uno a su natal Pinar del Río. Le alabamos. Veo también muchas cajas en esa habitación, ropa doblada, camas desarmadas. Aquí huele a mudanza. Acierto.
“Este mes vuelo a Cuba”. Agustín no “vuela”, se va a vivir con su madre a la isla. Los dueños de la casa de Martí en Zaragoza, de su casa por más de dos décadas, de la casa-testigo, de la casa-patrimonio, de la casa-historia, la han vendido. Él dice que está bien. Yo sé que cargar con tantas revoluciones, con tantas deidades, con tanta música y amor en dos maletas de 23 kilogramos no debe ser nada fácil. Y menos en sentido contrario. Yo también tuve que aprender a seleccionar, a depurar, a regalar y a olvidar.
Los objetos que tienen vidas, como los de esa casa, se velan y entierran como a cualquier ser querido. Como mismo le hicieron a los que están en las fotos del altar del vestíbulo. Agustín ha donado a la Cátedra Martiana de la Universidad de Zaragoza todos los objetos de su colección relacionados con Martí.
Agustín, a partir de esa noticia de su mudanza, me duele. “Yo toqué todas las puertas que pude y nadie pudo hacer nada, no se hará nada.” Dentro de unos pocos meses las paredes de Manifestación 13, como son ahora, ya no existirán, el piso de madera desgastada ya no guardará las pisadas del Apóstol, todo será polvo y luego un piso moderno y costoso será erigido en su área. Él prefiere que ni se le hable mucho del tema. Nos dice que se lleva los momentos felices que acontecieron allí. Yo siento que está destruido de la boca para adentro.
Fui a ese apartamento tras la huella de Martí en Zaragoza, pero también fui a descubrir al hombre terrenal y el espíritu que es Mederos; todas las almas que deambulan por esa casa en un solo cuerpo. Agustín que se sabe y se percibe inspirado por el cubano más prolífero, por el pensador, por el patriota. Casi al final de mi visita menciona la tarja de los bajos. “Tengo que mandar a limpiarla antes de irme, yo sé que nadie más lo hará cuando no esté”.
En mi primer día en Zaragoza fui allí, a leer lo que ponía y a buscar el rostro perfectamente esculpido que me devolvía un pedacito de Cuba. En la cita de hoy releo la piedra: Para Aragón, en España/ tengo yo en mi corazón/ un lugar todo Aragón/franco, fiero, fiel, sin saña. Las partidas son demasiado tristes, no importa el destino, me digo a mí misma.
Al despedirnos, Agustín nos regaló unos versos suyos. A mí me supo más a una despedida muy particular de la tierra que lo acogiera por tanto tiempo:
El Pilar resplandeciente
con sus cúpulas pintadas,
la Virgen inmaculada,
la pasión de los creyentes.
España cuán elocuentes,
son tus fiestas del Pilar
de baturros van conscientes
a la virgen a adorar.
Una montaña de flores para la Santa María,
12 de octubre y de honores para celebrar su día,
Día de la Hispanidad,
se ensancha mi corazón,
dividido en dos mitades,
entre Cuba y Aragón.
Nota:
1 Poema “Para Aragón en España”, Versos Sencillos.