El trepidar de la locomotora rumbo a Morón. La vieja línea ferroviaria usada desde los tiempos de la Colonia. El monte firme, algún potrero en peligro de ser devorado por la maleza ante la ausencia del guajiro que se había ido a luchar por la independencia. Fortines abandonados. Palmares. Ese era el panorama que observaban los viajeros, en 1899, en Sánchez, un sitio ubicado entre los poblados de Ciego de Ávila y Morón.
Sin embargo, había más, si se miraba con luz larga: terrenos fértiles, especiales para la agricultura, agua a flor de tierra para el consumo humano, posición geográfica cercana al puerto de Júcaro y al embarcadero de Morón y disponibilidad de un ferrocarril.
George H. Guillet, oficial de infantería del ejército de ocupación estadounidense, a cargo del ferrocarril militar de Júcaro a San Fernando, tuvo la certeza de que el futuro podía ser promisorio, en aquellos parajes de tierra colorada; entonces, junto a dos acaudalados hombres de negocios, Manuel Silveira (fue uno de los directores del Banco Nacional de Cuba) y Juan Manuel Ceballos, ambos bien conectados con la banca estadounidense y los grupos de poder, creó The Development Company of Cuba, en 1900.
Guillet fungió como secretario de la empresa y también compró terrenos. Ciertamente Silveria y Ceballos idearon un plan económico gigantesco para la región donde estuvo situado el sistema de fortificaciones conocido como la Trocha de Júcaro a Morón. Además de esta empresa, que se dedicaría al fomento de la producción de frutas, establecieron Courtin Land Golden Company, para exportar las cosechas al mercado norteamericano y canadiense, iniciaron la construcción del central Silveira, luego nombrado Stewart, al sur de la ciudad de Ciego de Ávila y fundaron la Redonda Company, para desarrollar la ganadería.
Ejecución del proyecto
Para invertir en Ceballos, que así se nombraría la nueva colonia, la propaganda acentuaba que se necesitaba hombres enérgicos, inteligentes y con capital moderado. Y aparecieron, y fueron muchos.
De acuerdo con un reporte del Diario de la Marina, publicado el 7 de abril de 1906, las tierras que poseía la empresa agrícola, aproximadamente, llegaron a 800 caballerías (30 910 hectáreas), adquiridas a precios muy bajos. En ese año ya 400 caballerías (15 455 hectáreas) estaban vendidas. Las primeras fincas se hallaban en Piedras, Tres Ceibas y El Noventa. En total tenían plantados en la comarca 200 mil árboles de toronjas, limones y naranjas, traídos desde la Florida, Estados Unidos. En agosto de 1904, la prensa anunciaba que los naranjos estaban produciendo frutos.
En menor escala cultivaban caña de azúcar, vegetales (espárrago, coliflor, apio, brócoli, haba tierna), melones, tabaco, melocotones, peras, té, plátanos, cocos, fresas, almendras, piñas, aceitunas, higos, dátiles y uvas. En fin, desde que amanecía hasta el anochecer se trabajaba. Carretas y arados tirados por bueyes, o mulas por doquier. Jinetes. Lecheros. Vendedores ambulantes. Carpinteros. Albañiles. Gente rubia con enormes maletas, y la mirada asombrada bajándose en la estación del ferrocarril. Otros con pequeños bultos, la ropa raída y la desesperación reflejada en los rostros. El empleo escaseaba y aquella podía ser la oportunidad añorada.
Aunque predominaron colonos estadounidenses también hubo canadienses, alemanes, suecos, irlandeses, cubanos, españoles y hasta un príncipe italiano: Camilo Ruspoli.
En febrero de 1905 J. S. Castellanos, en un artículo editado en El Eco avileño, se refería al progreso de la localidad:
(…) crece notablemente el barrio conocido por Sánchez o sea Ceballos, donde los americanos han hecho muchas casas y variadísimas construcciones y donde hoy viven quinientas familias.
Para que fuera más rentable el proyecto, los empresarios idearon espacios con fines turísticos. Así lo informaba el Diario de la Marina:
Como el propósito es convertir ese terreno, hasta hace poco inculto, en lugar de recreo para los que huyen de su clima frío en el invierno, haciendo surgir un pueblo, se ha ocupado la sociedad propietaria de aquel sitio de recreo, que ya existe en forma embrionaria —pues cuenta no menos de cien casas— proporcionándole todas las ventajas de una urbanización moderna, separando las casas entre sí, haciendo calles amplias, dotadas de jardines, con agua en abundancia, con guardarrayas pintorescas por el arbolado, con un sistema de cloacas, con alumbrado eléctrico, fabricación de hielo, escuela, establecimientos de todas clases, y un gran hotel de tres pisos, capaz para 300 personas.
Y el plan se fue ejecutando de forma acelerada y superó lo soñado. La fábrica de hielo distribuía una parte de su producción en la ciudad de Ciego de Ávila. Al primer hotel lo nombraron Ceballos, en honor al fundador. Para edificar el segundo hotel, denominado Plaza, se invirtieron 150 mil dólares, siguió el modelo arquitectónico del antiguo Hotel Plaza que estuvo a la entrada del Parque Central, de Nueva York, hasta 1907.
Hubo otro inmueble destinado al hospedaje llamado La Palma Real. Los obreros solteros residían en cuarterías.
El poblado fue embellecido con un bulevar, donde sobresalían las palmeras y flores. Se inauguró una casa bancaria, una tienda de grandes proporciones La Comercial, los almacenes de venta mayorista y al detalle La Americana, una herrería, dos panaderías, fondas, un aserrío, un centro de publicaciones, una empacadora de cítricos, oficina de Correos que incluía el servicio de giros postales, oficina que representaba al Ayuntamiento avileño. También disponía de sistema de alcantarillado llamado Berlín, según una crónica divulgada en The Cuba Review, diciembre de 1906: “más perfecto que cualquiera de los que se han hecho incluso por las ciudades más emprendedoras de los Estados Unidos”.
Se estableció una fábrica para confeccionar las cajas que usaban en las exportaciones y George Guillet, construyó una industria que producía vinagre.
Debido a problemas financieros, Manuel Silveira, en octubre de 1906, precipitadamente abandonó Cuba, este hecho afectó los mega proyectos de J. M. Ceballos & Co. Sin embargo, los negocios y el polo productivo de Ceballos continuaron progresando. Durante la segunda ocupación militar estadounidense de la isla fue un punto de encuentro social de las tropas acantonadas en la región central y en diciembre de 1906 anunciaba con entusiasmo The Cuba Review: “La temporada turística ya se abre, y con los atractivos que ofrece en Ceballos, este pueblo favorito será la Meca de los visitantes de la isla este invierno”.
Asimismo, calculaba la publicación que serían exportadas 96 mil cajas de frutas a Nueva York al año siguiente. La producción de frutas y vegetales continuó incrementándose. Las cosechas eran exportadas a Estados Unidos y Canadá y las de menor calidad se comercializaban en Ciego de Ávila.
Las exportaciones a Canadá tenían buena aceptación. Un reporte del Departamento de Trade and Navigation, de ese país, reproducido por el Diario de la Marina, el 14 de septiembre de 1911, decía:
El doctor Ralston, que embarca toronjas y naranjas, de su finca en Ceballos, Camagüey, me visitó en estos días y me confirmó el hecho de que aquí se vende fruta de Cuba como de la Florida y de California. Con muy poco dinero y sobre todo esfuerzo, podrían los fruteros de Cuba hacerse de este mercado. La fruta es conocida, y mejor que la de Florida y California; el público la aprecia y la compra; pero no sabe que la fruta es cubana.
El experto horticultor W. C. Hewitt se desempeñaba como directivo técnico de la producción agrícola de la colonia. En 1910 la Compañía de Ferrocarriles de Cuba estableció un Departamento Industrial, con Paul Karutz como asesor principal, para proporcionar información y asesoramiento fiables y sugerencias con respecto a los cultivos, suelos, ubicaciones y mercados.
No todo fue color de rosa, entre las dificultades más comunes que enfrentaron los colonos estuvo el daño causado por plagas y el crecimiento vertiginoso de las yerbas. Para el control de estas últimas debieron contratar fuerza de trabajo extra y gastar así dinero no presupuestado.
Su majestad el azúcar
Desde que se fundó la colonia, algunos dedicaron parte de las fincas al cultivo de la caña de azúcar. Como fueron inaugurándose centrales relativamente cerca se estimuló esta producción. Con los altos precios del dulce grano, durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), el respaldo resultó mayor y hasta se edificó en la jurisdicción del barrio, el central Santo Tomás, inaugurado en 1917.
Lo anterior repercutió desfavorablemente en la producción de frutas y vegetales. Hubo colonos que no se adaptaron al cambio o no pudieron hacerlo económicamente y vendieron sus fincas.
El majestuoso hotel Plaza, uno de los símbolos más notables del poblado, en 1920 fue convertido en clínica y luego la Compañía Azucarera Agramonte S.A., lo desarmó y se llevó las maderas preciosas. Era una señal de los tiempos de crisis o de reajustes que se vivían.
Pero pasó algo inesperado. Al inicio de la década de 1920 ocurrió la debacle de la industria azucarera al bajar de forma brusca los precios del grano en los mercados internacionales. Fue un buen momento para que renacieran, o al menos se recuperaran en parte, los viejos sueños de Guillet, Silveira y Ceballos. El hecho de que, en 1934, existieran 48 fincas dedicadas al cultivo de naranjas evidenciaba la sobrevivencia del proyecto. Por cierto, 28 de ellas pertenecían a cubanos, lo cual demostraba el proceso de traspaso de las propiedades a campesinos nacionales.
Hoy quedan pocos vestigios de aquellos tiempos en el patrimonio arquitectónico de la tierra de la Soledad, como la llamó el músico Arnaldo Rodríguez en una de sus canciones. Sin embargo, sus suelos siguen siendo célebres por su fertilidad y los hombres y mujeres, que no han emigrado para la ciudad o “saltado el charco” se aferran a la tierra, a la agricultura, a las minindustrias; perdura así la tradición heredada de quienes convirtieron una selva inútil en colonia y poblado prósperos.
Fuentes:
Adalberto Afonso: Mis investigaciones y algo más, Palibrio, Estados Unidos 2011, t. 1.
Jorge Luis Betancourt: Ceballos, historia de una colonia norteamericana, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1985.
Diario de la Marina
El Fígaro
The Cuba Review (textos traducidos por Sandra Carralero Velázquez)
Siempre interesante!!!. Para los que no sabían porque se llama Ceballos a este pueblo y además todo lo próspero de su tierra este trabajo es muy bueno. Gracias José Antonio Quintana