En la época sombría del bonchismo y el gansterismo en Cuba resaltó un fiero pistolero con semblante de criollo bonachón: Policarpo Soler. Se ganó una fatua celebridad por sus crímenes, las fugas rocambolescas de las prisiones y por su trágica y oscura muerte en Santo Domingo. Lo ajusticiaron en 1959 por orden del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, a quien sirvió con sus malas artes luego de su partida de Cuba, tras conseguir un ventajoso acuerdo con otro dictador: Fulgencio Batista.
Cuál sería la connotación que alcanzó este personaje que en una encuesta que realizó la revista Bohemia en diciembre de 1951, para medir los resultados positivos y negativos de la administración de Carlos Prío Socarrás en sus postrimerías, los consultados señalaron que el gansterismo era el tercer problema más alarmante para la ciudadanía, solo superado por la situación económica y la corrupción. Lo interesante es que muchos mencionaron específicamente la escapada de Policarpo del Castillo del Príncipe como un asunto de muy grave preocupación. Dígase también que uno de los pretextos para ejecutar el innoble golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 fue la necesidad de extirpar el gansterismo.
Policarpo Benito Solé Cruz (Solé y no Soler era su apellido correcto) nació en la finca Jobobaleao, ubicada entonces en el municipio de Ciego de Ávila y al este de la ciudad homónima, el 5 de enero de 1909, pero residió y se crió en la zona del central Violeta, barrio de Cupeyes, en el término municipal de Morón. Cuentan que el adolescente “Milín”, como le llamaban en familia, se destacó temprano por su carácter violento y su agresividad, que podía llegar a la crueldad.
Estos defectos de su personalidad no fueron obstáculos para que muy joven, en 1930, fuera designado alcalde de barrio en Cupeyes. Tres años después, el 26 de agosto de 1933, se produce su primer crimen reportado: desavenencias con el colono Evelio Díaz Piedra culminaron con la muerte de este por un certero disparo en la frente, y no se cargó a Mr. Pío Hanson, jefe de campo del ingenio, porque el susodicho se ocultó rápido tras una mesa, en el sitio del fatal encuentro: la fonda de los obreros del batey. Agréguese, por curiosidad, que Díaz Piedra era el compañero sentimental de La Macorina, a quien se le ha reservado espacio, por un colega en estas páginas.
Narra Irene Hernández Betancourt, biógrafa de Policarpo, que dos jóvenes vecinas del lugar, al oír los disparos, salieron a husmear y vieron al fugitivo que cabalgaba apresurado para alejarse del teatro de los hechos. Lo notable del testimonio es que confesaron ver que “pasó Policarpo frente a ellas espoleando su caballo y lo montaba al revés, es decir, de espaldas”. Una suposición es que el estrenado matón intentaba evitar que le atacaran por la espalda.
El que esto escribe interpreta de otra manera la insólita posición de Policarpo sobre el equino y descubre un anuncio revelador: Este personaje había decidido entrar de espaldas a la Historia.
Fuentes:
Irene Hernández Betancourt: Policarpo Soler. Pólvora tras la sonrisa. Mecanuscrito e inédito. Violeta s.f.
Bohemia. Año 43, No. 49, 16 de diciembre de 1951.
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