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Los lugareños recibieron, sin mucho entusiasmo, la noticia de un barco, anclado en la bahía, después del mediodía del 4 de enero de 1900. Era el vapor de hélice nombrado Yarmouth que traía más de 200 personas a bordo, provenientes de Estados Unidos para conquistar tierras vírgenes, donde fomentarían una colonia en un lugar intrincado nombrado La Gloria, proyecto concebido por la Cuban Land and Steamship Company.
El sábado 30 de diciembre de 1899 partió desde el puerto de Nueva York el Yarmouth, capitaneado por E. O. Smith. Los colonos, procedentes de 30 estados de la Unión, dominaban diversos oficios y profesiones.
Participaron en la aventura agricultores, carpinteros, mecánicos, ingenieros, comerciantes, cuatro médicos, un abogado, un editor, un clérigo, el reverendo A. E. Seddon de Atlanta, y también se sumaron veteranos militares como el general Paul Van der Voort, de Nebraska, quien era el subgerente de la compañía colonizadora.
El viaje fue lento a causa del mal tiempo. Demoraron cuatro días y medio en avistar los ballenatos, pequeños islotes, que parecían centinelas inmóviles, con la misión de custodiar la bahía de Nuevitas.

La avanzada
El fomento de la colonia fue pensado casi como una operación militar. El 9 de octubre de 1899 desembarcó la vanguardia, dirigida por el ingeniero J.C. Kelly, procedente de Texas.
El grupo de exploradores fue bien seleccionado, ya que estaba integrado por jóvenes, resistentes a las adversidades, con capacidades físicas y sicológicas para sobrevivir en medio de lugares desolados, con escasa comida y ejecutar extenuantes jornadas de exploración.
Realizaron el estudio topográfico, talaron los árboles en el sitio donde se edificaría el poblado, abrieron el camino desde el puerto Viaro y alistaron el muelle y su rudimentaria infraestructura en condiciones muy desfavorables porque aún perduraba la temporada de lluvias.

Por lo general, trabajaron con el agua hasta la rodilla o la cintura, en medio de malezas espinosas y acosados por mosquitos y jejenes. Se alimentaron con harina de maíz y boniatos. Muchas veces durmieron con la ropa mojada.
Imagino su alegría cuando, en diciembre, llegaron a caballo las primeras mujeres D. E. Lowell y. W. G. Spiker, con sus esposos.
Desembarcaron en Piloto y desde allí marcharon por un sendero hasta La Gloria. El Sr. Lowell tenía experiencia como productor de naranjas y piñas en La Florida, abandonó sus cultivos debido a una gran helada, y el Sr. Spiker era fotógrafo en Ohio, antes de emprender la aventura de convertirse en colono. “Estaban bien, felices y satisfechos con el clima y el paisaje”.
En Nuevitas
Volvamos al punto de arribo del Yarmouth. Algunos marineros y vendedores de frutas se aproximaron a la embarcación. James M. Adams, propagandista del negocio, observaba cada detalle y escribía sus impresiones. Luego las publicaría en el libro Pioneering in Cuba, editado en 1901.
(…) la apática ciudad de Nuevitas se extendía desde la orilla del agua hacia atrás por la ladera de una larga y verde colina, con las casas bajas de tejas rojas aferrándose a lo que parecían posiciones precarias a lo largo del agua áspera.
“(…) calles desgastadas que cortaban la ladera de la colina. A la derecha, un promontorio cubierto de verde se adentraba en la bahía, salpicado de chozas nativas ocasionales y plantado en parte con cáñamo de sisal (…) Vista desde el puerto, Nuevitas parece bonita y pintoresca, pero una vez en tierra, la ilusión se desvanece. El barro te encuentra en el umbral y se te pega como un hermano. Las calles, en su mayor parte, no son más que callejones surcados por la lluvia, llenos de grandes piedras que sobresalen y barrancos de no poca profundidad. El barro pegajoso y amarillo está por todas partes, y una vez adquirido es tan difícil de eliminar como el reumatismo. Las casas, en general, son poco más que chozas, y los jardines que las rodean están descuidados y abandonados (…)”.

La tarde y noche del 4 de enero tuvieron que permanecer a bordo, en espera de ser inspeccionados por las autoridades de la Aduana y conseguir transporte para trasladarse a La Gloria. Conocieron, con gran disgusto, que la colonia solo disponía de nombre porque aún no se había construido nada, apenas desmontado una parte del terreno.
De noche sintieron algarabía en cubierta, pues vendedores de frutas (piñas, naranjas y plátanos) llegaron en pequeños botes. Como muchos colonos tenían planificado dedicarse a la fruticultura, estaban ansiosos por conocer la calidad de los productos nacionales.
Al día siguiente, fueron llevados en veleros a los muelles. Pasaron tres días en espera de la salida hacia su destino.
Como el trayecto por tierra había que realizarlo a pie o a caballo y el camino estaba casi intransitable, decidieron hacer el viaje por mar, en barcazas. Unos compraban provisiones, otros descansaban o paseaban y algunos se fueron de juerga. Ocurrió entonces, tal vez, la primera pelea a puñetazos entre un cubano y un estadounidenses durante el período de ocupación militar del país.
“El sábado transcurrió de la misma manera que el viernes, siendo el único incidente destacable un pequeño disturbio que tuvo lugar en el muelle cerca de la medianoche. Tres estadounidenses rezagados, que habían hecho más que simplemente observar el aguardiente, se pelearon con un barquero cubano por su regreso al Yarmouth. Los estadounidenses fueron los principales culpables, el barquero se mostró obstinado, y a la guerra de palabras le siguieron los golpes. El barquero llevaba la peor parte de la refriega cuando varios policías cubanos se abalanzaron sobre el grupo. Dos de los estadounidenses sacaron revólveres, pero fueron rápidamente desarmados y vencidos; uno del trío, que vestía el uniforme del ejército de los Estados Unidos, que había abandonado hacía poco, cayó al mar en la refriega. Esta repentina e inesperada retirada puso fin a la pelea; los ‘americanos’ llegaron a un acuerdo con el barquero y se les permitió regresar al Yarmouth.”
La tarde del domingo fue de mucho movimiento en Nuevitas. Al fin pudieron partir, en tres goletas, rumbo a La Gloria. Resultaron pequeñas estas embarcaciones para trasladar a más de 200 pasajeros; a última hora se había incorporado otro grupo que incluía cuatro o cinco mujeres. Decidieron colocar el equipaje en otra barcaza que iría más tarde, medida que provocaría disgustos y privaciones, pues demoraría demasiado en hacer el viaje. En el Yarmouth quedaron unos 20 hombres que, a última hora, desertaron del proyecto.
Hacinados
Emprendieron el viaje como sardinas en lata. Narra James M. Adams que “A la tranquila tarde le siguió una noche de gran incomodidad. Los pasajeros estaban hacinados, y muchos dormían, o intentaban dormir, sobre cajas, barriles o la madera que formaba parte del cargamento de la goleta. Algunos pasajeros de las goletas preferían pasar la noche de pie antes que tumbarse sobre cajas y madera.
(…) uno de los cubanos capturó un hermoso delfín, de unos dos pies y medio de largo. La tripulación lo cocinó y lo sirvió a diez centavos el plato. Cuando nuestra goleta, con un calado de cinco pies, entró en la ensenada a unas quince millas del puerto de La Gloria, se arrastró bruscamente sobre el fondo rocoso durante cierta distancia y estuvo peligrosamente cerca de sufrir una desgracia. Las otras goletas chocaron aproximadamente en ese momento y se produjo el pánico. Sin embargo, no se produjeron daños graves. Fue entre las doce y la una de esa tarde cuando se avistó el puerto de La Gloria.”
El término puerto es un eufemismo. Se trataba de un muelle rústico, estrecho, y en la orilla una hilera de pequeñas casas de campaña era toda la infraestructura. Las tablas del muelle pronto se llenaron de lodo por el trasiego de los pasajeros; algunos resbalaron y cayeron al agua de suelo cenagoso.
El enjambre de jejenes castigó a los recién llegados. Almorzaron. La Compañía les obsequió pan y café. Poco antes de proseguir monte adentro, vieron con nostalgia que otro grupo renunciaba a la aventura y regresaba a Nuevitas.

Sin dudas, el nombre de camino también era un eufemismo. “Atravesamos una sabana abierta, con franjas ocasionales de árboles. Habían caído fuertes lluvias justo antes de nuestra llegada, y el sendero era uno de los más desastrosos jamás recorridos por un ser humano. Durante aproximadamente un cuarto de milla, el camino parecía un camino de troncos de pana, pero los troncos que lo componían eran tan irregulares y desiguales, y estaban tan desordenados por el agua superficial y tan cubiertos de escombros, que parecían haber sido colocados allí para obstaculizar el paso en lugar de facilitarlo. Después del camino de troncos de pana, el sendero era una desalentadora mezcla de agua, barro, tocones, raíces, troncos, zarzas y ramas. Ahora vadeábamos aguas poco profundas y barro profundo que casi nos arrancaba los zapatos; luego chapoteábamos en el agua y la hierba alta y áspera; y de nuevo, abriéndonos paso con cuidado entre feos tocones, troncos y ramas caídas, con el agua por encima de las rodillas”, relataba James M. Adams.
Al frente de la columna marchaba un hombre robusto, con botas de cuero y protegido de los rayos solares con un sombrero. Era Peter E. Park, abogado de Detroit, gerente de la compañía. Trataba de impresionar y evitar el desaliento. Mientras cubrían el trayecto de seis kilómetros, algunos tomaban fotografías con sus cámaras Kodaks para dejar testimonio gráfico de la odisea.
Durante el recorrido de dos horas cruzaron dos arroyos y observaron bohíos abandonados. Las tierras eran vírgenes y en ellas se distinguían las palmas reales. El lunes 8 de enero de 1900, los ciento sesenta colonos llegaron al campamento, conformado por una docena de tiendas de campaña y bohíos, en igual cantidad. La vanguardia, de cincuenta cubanos y otros empleados estadunidenses de la Compañía, les dio la bienvenida.
En algún planeta desconocido
Algunos ingenuos preguntaban por el hotel, entonces les señalaron unos trocos de madera dura, hincados sobre la tierra, en forma de pilotes. Las tablas, techo y demás componentes aún estaban en Nuevitas.
Todavía sin secarse, comenzaron a armar las tiendas de campaña, distribuidas por el coronel Thomas H. Maginniss, donde vivirían provisionalmente. De noche, descalzos, alrededor de fogatas, secaron la ropa y zapatos y los cuerpos maltrechos.
No fue fácil conciliar el sueño. Relata James M. Adams: “Pudimos conseguir algunos catres pobres y una manta fina cada uno. Esto fue insuficiente, ya que las noches, o mejor dicho, las madrugadas, eran bastante frías. Algunos hombres se vieron obligados a permanecer despiertos toda la noche para calentarse con las fogatas. La tela podrida de los catres se hizo pedazos, en la mayoría de los casos, antes de que terminara la noche y, en general, el sueño era escaso. Muchas de las tiendas estaban abarrotadas; en la mía había ocho personas, lo que representaba casi la misma cantidad de estados. Afortunadamente, los insectos nos dieron muy pocos problemas. La población del campamento esa primera noche debió ser de casi trescientas personas, y al día siguiente aumentó a esa misma cifra.”
Los primeros días después de nuestra llegada, llevamos una vida extraña y que a muchos de nosotros nos pareció irreal. Encerrados en un pequeño espacio abierto junto a un gran bosque, sin ninguna elevación lo suficientemente alta como para que pudiéramos ver siquiera algo del mundo exterior, como colinas, montañas o el mar, casi parecía como si hubiéramos caído de la tierra a algún planeta desconocido.”

Entre las tareas inmediatas estuvo el trabajo de un grupo de topógrafos, bajo el mando del ingeniero Kelly, quienes hacha en mano desbrozaron el bosque para dividirlo en lotes que serían distribuidos de acuerdo con los contratos realizados en Estados Unidos entre los colonos y la Compañía. El 13 de enero comenzó la asignación de los terrenos para la ciudad.
Labor encomiable realizó M. A. C. Neff, ingeniero y arquitecto, pues tuvo a su cargo el estudio topográfico del sitio de la ciudad, preparó mapas y los libros de bienes raíces. Uno de sus mapas fue utilizado para la asignación de lotes del poblado, de una milla cuadrada.
James A. Adams, que había sido designado secretario del general Paul Van der Voort, ofrece en su crónica estos detalles del poblado:
“Estaba atravesado y contra-atravesado por calles y avenidas, con nombres apropiados. Estos eran, en su mayoría, solo caminos de topógrafos a través del bosque, pero se usaban mucho como vías para llegar a los lotes del pueblo y a las tierras de plantación más allá. Eran caminos accidentados, llenos de lodo, agua, tocones, rastrojos y raíces, pero con la llegada de la estación seca se hicieron más transitables. La carretera que atravesaba el centro del pueblo, de ida y vuelta a la costa, se conocía como la avenida Central, y la carretera que lo atravesaba en ángulo recto se llamaba calle Dewey. Alrededor de la intersección, el centro exacto del pueblo, se había reservado espacio para una gran plaza. La avenida Central y la calle Dewey fueron diseñadas para tener cien pies de ancho cada una, y eran naturalmente los caminos más utilizados por los colonos. La primera en realidad se extendía desde la línea trasera de la ciudad hacia el norte hasta la bahía, a cinco millas de distancia, mientras que la segunda continuaba desde las líneas laterales de la ciudad hacia las tierras de las plantaciones al este y al oeste. El sitio de la ciudad fue bien elegido. Tiene una elevación considerable sobre el nivel del mar, un suelo firme y duro, con terreno en constante ascenso. La línea frontal de la ciudad está a unos seis metros sobre el nivel de la marea; el centro, a unos cien pies, y la línea trasera, a casi doscientos pies. Alrededor de la ciudad había una franja de tierra de un cuarto de milla de ancho reservada por la compañía; luego estaban las plantaciones a cada lado.”

Creación de un pequeño estado
Una vez repartidos los solares, correspondió, mapa en mano, la distribución de la tierra destinada a las fincas. En febrero comenzaron a abrir pozos y recibieron los baúles con las pertenencias personales que habían quedado en Nuevitas. Inauguraron la oficina de Correos. También mejoraron el camino hasta el puerto de Viaro, sembraron palmeras, verduras y en marzo ya estaban plantando piña, plátanos, naranjos y cafetos.
Ya habían creado una asociación que contribuiría al desarrollo de la colonia; fungiría como un pequeño estado democrático. La junta estaba presidida por el Dr. William P. Peirce. La entidad fue estructurada en departamentos o comités: Transporte, suministros, saneamiento, manufacturas, asuntos legales, educación y observancia religiosa, entre otros.
Nuevos impulsos al campamento dieron John A. Connell, hombre de negocios de East Weymouth, Massachusetts, con su capital, inteligencia y fortaleza física contribuyó a la consolidación de la empresa. Pronto levantó el primer edificio de madera, destinado a tienda.
La primera escuela en La Gloria fue fundada por la Sra. Whittle de Albany, Nueva York. Estaba situada en una gran tienda de campaña, con piso de madera, cerca de la avenida Central y la inauguraron el 26 de febrero con seis alumnos. La primera casa, una cabaña con paredes de troncos y techo de lona, la edificó la danesa Moller.
El 27 de febrero, en horas de la tarde, arribaron unos sesenta colonos que habían sido trasladados desde Estados Unidos en el tercer y último viaje del Yarmouth. Los demás irían llegando, poco a poco, atraídos por campañas publicitarias y el afán de encontrar el paraíso en las llanuras del Camagüey.
Continuará…
Excelente!!!!!!