“Por la sombrita hijo. Y evadiendo el envite de un Ford vacío, cuyo chofer nos mira como acreedor, atravesamos la calle y ganamos la acera umbría, constelada temblorosamente por el sol, que cala los anchos toldos a rayas de los comercios.” Así comenzaba su crónica dedicada a la Calle del Obispo, en 1927, el escritor Jorge Mañach en las memorables Estampas de San Cristóbal, donde la consideró “calle de los mil comercios” y “mostrador ilustre de todas las amenidades”.
Esta calle es una de las más antiguas de la capital cubana. Existen dos versiones sobre el origen de su nombre. El historiador José María de la Torre afirmó que se debía al obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, quien acostumbraba a frecuentarla durante sus paseos. El investigador Manuel Pérez Beato, en cambio, aseguró que allí vivió, esquina a la de Compostela, en el lejano año de 1641 el obispo Fray Jerónimo de Lara.
Se dice, también, que le llamaron de San Juan, porque conducía a la iglesia de San Juan de Letrán; otros la denominaban del Consulado, ya que, en una casona, en la esquina con la calle del Baratillo, se estableció la sede del Real Consulado de Agricultura y Comercio, institución creada en 1794.
El Gobierno colonial la nombró Weyler, en 1897, como homenaje al Capitán General. Ya en la etapa republicana, en 1905, las autoridades la denominaron Francisco Pi y Margall, en agradecimiento al político español que había defendido la libertad de Cuba. Sin embargo, el pueblo nunca dejó de llamarle por su apelativo primigenio, restituido en 1936.
Desde los tiempos fundacionales fue una arteria importante debido, como afirmó el historiador Emilio Roig de Leuchesring, “a las circunstancias de formar parte, una de sus cuadras, de la Plaza de Armas, y de levantarse entre ellas y las de O’Reilly y Mercaderes, la primera iglesia parroquial mayor, y al ser derruía esta, la Casa de Gobierno o Palacio de los Capitanes General y residencia del Cabildo (…)”
Los transeúntes de antaño paseaban desde Plaza de Armas hasta la Puerta de Monserrate, donde, según Alfonso Rosado Ávila, cronista del Diario de la Marina, “había dos portalones, uno de acceso a la ciudad que quedaba exactamente frente a Obispo, y otro de salida que coincidía con O’Reilly. Facilitaba el acceso a esas puertas un ancho puente exterior con 12 arcos de sillería, que atravesaba el foso. Cada uno de estos puentes tenía lugares destinados a peatones y carruajes o caballerías.”
Una de las más animadas de la ciudad
La intensa actividad económica de la calle del Obispo causaba admiración a los viajeros. Samuel Hazard, pintor y escritor estadounidense, en su obra Cuba a pluma y lápiz, editada en 1871, refería: “Ved el cuadro de vida y movimiento que se ofrece. Esta calle es una de las más animadas de la ciudad, donde se hallan los establecimientos más atrayentes en toda su extensión, hasta afuera de las murallas de la ciudad, de las que se sale por Puerta de Monserrate; el otro extremo está en el muelle de Caballería, en la bahía. Jamás se cansa uno de recorrer esta calle”.
El periodista, dramaturgo y empresario teatral Federico Villoch, quien la recorría cuando era estudiante, a fines del siglo XIX, para ir al Instituto de Segunda Enseñanza, situado en la primera cuadra, entre las calles de Mercaderes y San Ignacio, recordaría muchos años después, en 1943, en una crónica publicada en Avance:
“La calle toda se estremecía de punta a cabo desde las primeras horas de la mañana, con el ruido ensordecedor que producían al rodar a toda carrera sobre el adoquinado irregular de entonces, las guaguas (…) de la popular empresa de Estanillo. A veces había que hablar a gritos para que lo oyeran a uno, así en la vía pública como en el interior de los establecimientos: aquella calle era el nervio gran simpático del organismo habanero; el torrente circulatorio que daba vida a la capital de la isla; el negocio, la moda, el turismo, el flirt, todo se desbordaba por aquella calle elegante, estrecha y ruidosa: un horno en verano; una nevera en invierno”.
En su libro Cosas de Antaño, Álvaro de la Iglesia nos ofrece otro valioso testimonio: “Cuando los que hoy somos viejos éramos niños, no se veía una dama por las calles como no fuera en su volanta. Obispo y Muralla, que monopolizaban la atención femenil en materia de vestidos, joyas, etc., etc., llenábanse desde las seis de la tarde en verano, y desde las cuatro en invierno, de una multitud de quitrines que hacían cordón ante los establecimientos más en boga. Los dependientes despachaban al lado del carruaje, iban y volvían mostrando los artículos solicitados y en tanto la tienda estaba vacía, la calle estaba llena de compradoras. Y esto no ocurría con un giro determinado, sino con todos”.
De los comercios de aquella época, la prensa anunciaba la sombrería El Casino, de los hermanos Díaz, la peletería de Manuel Sánchez Cuétaro, la relojería de Gonzalo, La Sociedad Moderna (sastrería y camisería de Arriza y Selma), La Sociedad, “de Fargas, el más simpático de los sastres de La Habana”. En el número 54 se hallaba El Almendares, establecimiento propiedad de Rafael González, que vendía instrumental quirúrgico, armas blancas, perfumes, quincalla, espejuelos y joyas, la imprenta y librería Ricoy y la joyería El Fénix.
El 3 de enero de 1841, el norteamericano George W. Hasley inauguró en Obispo el primer estudio fotográfico de Cuba y de Iberoamérica, en la casa número 26, entre Cuba y Aguiar (hoy 257).
Dos de las farmacias más notables en la historia de Cuba allí se establecieron: el 27 de abril de 1898, la del boticario Francisco Taquechel Mirabal, en la esquina a Mercaderes, que en la actualidad sigue prestando servicios y también es un museo, y la Farmacia Droguería Johnson, inaugurada en 1914.
Bazares orientales
Durante las tres primeras décadas de la República aumentó vertiginosamente el progreso comercial de la vía. El viajero y académico norteamericano Frank C. Ewart narraba en su obra Cuba y las costumbres cubanas:
“El centro del distrito comercial donde se encuentran las mejores tiendas, son las calles del Obispo y O’Reilly. Aquí, como en otras partes de la ciudad, los toldos de lona colocados sobre los paradores forman una vía cubierta, porque están como a quince pies sobre la cera y en muchos lugares se extienden desde un lado de la calle hasta el otro, presentando el aspecto de bazares orientales”.
En Obispo fue tradicional el establecimiento de agencias de viajes. Funcionó, en la segunda mitad del siglo XIX, una de ellas en el inmueble número 28. Allí se compraban los billetes para trasladarse a Bahía Honda, en un vapor que realizaba el recorrido una vez a la semana.
Años después, la International Mercantile Marine Co., abrió oficinas en Obispo 75, donde vendía pasajes para Estados Unidos (Nueva York y San Francisco) y Europa. Esta compañía tenía una flota de seis vapores en 1931, entre los cuales sobresalían los conocidos como palacios flotantes Majestic, Olympic y Homeric.
La empresa North German Lloyd disponía de Oficina de Pasajes y Turismo que comercializaba boletos para España, Francia y Alemania.
También acogió negocios financieros como el Banco Nacional de Cuba, el Banco Mendoza (hoy Museo Numismático), Biada y Cía, banqueros, consignatarios y comerciantes, al Trust Company of Cuba, la Compañía General de Seguros La Comercial, La Alianza S. A., el Banco de Fomento Comercial, la Compañía de Seguros y Fianzas Orbe S.A.
El edificio Horter, del norteamericano J. Z. Horter, en esquina a Oficios, era muy visitado porque allí estuvo la Embajada de Estados Unidos y oficinas de relevantes empresas. Fue sede de la Cámara Americana de Comercio de Cuba, que promovía el intercambio económico de la isla con Estados Unidos, de la Cuba Trading Company, corredores de azúcar y mieles e importadores mayoristas, de la Dussaq y Toral S.A., consignataria de buques, agente de seguro y finanzas, representante de varias navieras, de la Sociedad Ganadera Flor del Valle, entre otras. Hoy el inmueble es sede del Museo Nacional de Historia Natural de Cuba.
Al triunfar la Revolución en 1959, existían ocho librerías en la calle Obispo. Sin dudas, la más renombrada era La Moderna Poesía, en la intersección con Bernaza, fundada en 1890 por el inmigrante gallego José López Rodríguez, quien llegó a ser multimillonario, con inversiones en múltiples negocios del comercio, las finanzas y la industria. Y tuvo un final trágico al suicidarse cuando su fortuna sufrió inmensas pérdidas.
Hoteles, bares y restaurantes
En una vía con tanta concurrencia era lógico que floreciera la hostelería. De la época colonial se recuerda al hotel El Águila de Oro, situado en la esquina con San Ignacio. Vino a hacerle competencia el hotel Florida, en la esquina de Obispo y calle Cuba, ubicado en la casona edificada por Joaquín Gómez.
Según el investigador Juan de las Cuevas Loret de Mola: “En la planta baja se establecieron varios establecimientos comerciales como la Quincalla El Anteojo, la tienda de ropa El Canal de Vento y la joyería El Sol. Tras varios cambios de dueños en 1885, el nuevo dueño lo adapta como hotel, con 50 habitaciones de sofisticada elegancia y confort, con apartamentos especiales para novios. El edificio fue renovado entre 1913 y 1916, y se le añadió una nueva planta aumentando el número de habitaciones; se ampliaron los salones; se colocaron nuevos pisos; y se destacó su restaurante y dulcería”.
Verdadera joya patrimonial es el Hotel Ambos Mundos. Diseñado por el arquitecto Luis Hernández Savio, fue construido en 1923 y ampliado al año siguiente, por encargo de su dueño, el comerciante español Antolín Blanco Arias. El inmueble hospedó, en la habitación 511, entre 1932 y 1939, al afamado narrador norteamericano Ernest Hemingway. Allí escribió para la revista Esquire y la novela Las verdes colinas de África.
Se sentía a plenitud, pues podía ver “al norte, sobre la vieja Catedral, la entrada del puerto, y el mar, y hacia el este a la península de Casablanca”, contaba en uno de sus artículos periodísticos. Y trasladarse, sin prisa, a los bares Floridita, La Bodeguita del Medio o al Sloppy Joe’s, lugares que frecuentaba. Además, tenía cerca el muelle donde anclaba su barco. La habitación del Premio Nobel de Literatura se conserva como un pequeño museo.
De los bares y cafeterías, un directorio divulgado en 1940 por Emilio Roig, registra, entre otros, al París, La Granada, Europa, El Naranjal, La Lluvia de Oro, San Luis y El Crisol. Y de las joyerías menciona a La Casa del Hierro, J. Franklyn, Joyería Quevedo y Le Palais Royal.
En el recuento sintético no debe faltar la Casa Vasalllo, sita en Obispo 52, almacén y establecimiento comercial de radios, efectos eléctricos, fotográficos, cinematográficos, navales, para deportes, juguetes y refrigeradores. Tenía sucursales en Miramar, Pinar del Río, Matanzas, Trinidad, Camagüey y Santiago de Cuba.
Ni tampoco la Compañía Antiga, importadora mayorista que tenía su salón, en el número 53, donde vendía equipos para clínicas y hospitales, maquinarias para la industria en general y productos químicos.
Era difícil pasar y no detenerse ante las vidrieras de la Casa Lucky Seven Sports, propiedad de Lázaro García Diezcabezas, especializada en efectos deportivos. O en la Casa Cernuda, de los hermanos José y Ramón Cernuda Pérez, donde vendían radios, refirgeradores y muebles.
De las empresas que participaron en la ampliación de La Habana, algunas radicaron en Obispo como la Constructora Alamar S.A., Andamios de Acero S.A. y Suárez y Smith, corredores y urbanizadores del reparto Alturas de La Coronela.
Confieso que cuando leí la crónica de Mañach pensé que había exagerado, pero ya ve usted que no; tuvo razón el ilustre escritor en llamar a Obispo la “calle de los mil comercios”.
Fuentes:
Emilio Roig de Leuchsenring: La calle del Obispo de la ciudad de La Habana,
Oficina del Historiador de La Habana, 1940.
Guillermo Jiménez Soler: Las empresas de Cuba 1958, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008.
Frank C. Ewart: Cuba y las costumbres cubanas, Boston, Ginn and Company 1919.
Archivo de la Oficina del Historiador de La Habana.
Investigaciones de Juan de las Cuevas Loret de Mola.
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