El capitán Romero ordenó levantar anclas exactamente a las 6 de la tarde, en el muelle habanero de La Luz. Pensó suspender el viaje, pues el día anterior ondeaba en la Capitanía y en el Castillo del Morro la bandera amarilla y azul que indicaba el aumento de los indicios de mal tiempo. Sin embargo, ya había sido cambiada, el mar estaba en calma y el cielo despejado.
La operación se repetía tres veces al mes. El vapor Alava, de 248 toneladas, fue alejándose rumbo a Caibarién, conocida como la Villa Blanca, fundada por pescadores el 26 de octubre de 1832 con el nombre de Colonia de Vives, en honor Francisco Dionisio Vives, Gobernador General de Cuba que autorizó su creación en terrenos donados por el hacendado Narciso de Justa.
El barco hacía escala en Cárdenas y Sagua la Grande. Llevaba pasajeros y la carga que transportaba se dividía en víveres, ferretería y mercancías. El servicio incluía, si el cliente deseaba, el traslado en lanchas una vez arribado al destino.
En el caso de Caibarién, los barcos de mayor calado solo podían llegar hasta el puerto habilitado en Cayo Francés, desde 1866, por Francisco Javier Balmaseda, escritor, político y hombre de negocios, nacido en Remedios. El muelle, señalaba La América, crónica hispano-americana, en enero de 1868:
Además de su mucho fondo y abrigo, se halla en el meridiano de Nueva York, se adelanta sobre el canal viejo de Bahamas, quedándole enfrente la entrada de Santaren, circunstancia esta última que facilita el paso de los buques entre Cuba y las Lucayas, sin los peligros del gran banco de Bahamas.
Desde el islote se transportaban al poblado en navíos más pequeños los pasajeros y mercancías. Balmaseda, en 1867, refiere el investigador Joel Pérez Souto, “estableció el pequeño vapor Perla del Francés entre dicho cayo y la Villa Blanca, distante a 16 millas; el que además se empleaba en llevar la correspondencia a Sagua y cubrir la ruta a San Juan de Morón”.
Acaudalados comerciantes gestionaron recursos financieros para construir un ferrocarril entre Caibarién y Cayo Francés en 1867 y el primer semestre de 1868, pero el inicio de la guerra independentista malogró los planes. Según estimaciones, en este último año, llegarían 200 buques al puerto.
El vapor Adela, capitaneado por Goya, conectaba La Habana con Caibarién los fines de semana. Salía de la capital los sábados a las 5 de la tarde y solo paraba en Sagua la Grande. Los jueves retornaba.
Estos barcos, denominados popularmente vapores cayeros o costeros porque navegaban cerca de la costa en 1884. De regreso llevaban pasajeros y frutas, azúcar, tabacos, ganado, cueros, miel de abeja, cera, madera labrada. La línea incluía otros navíos, en su mayoría pertenecientes a la empresa creada en 1858 por Ramón Herrera Cibrián y que a partir de la década de 1890 se llamaría Sobrinos de Herrera.
Los caibarienses, para trasladarse hacia Gibara, tenían la opción del María Luisa y si la idea era cruzar el Atlántico, podían hacerlo en este barco porque continuaba el viaje hasta Las Palmas de Gran Canaria, donde llegaba a los 36 días de haber salido de La Habana. Al regresar pasaba por la Villa Blanca que fue receptora de emigrantes. A principios de 1882, varios periódicos publicaron esta nota:
(…) llegó al puerto de Cayo Francés, procedente de las Islas Canarias, la fragata Fama, con un pasaje completo de emigrantes naturales de aquellas, cuya mayor parte continúa su viaje hacia La Habana, habiendo dejado 200 en Caibarién, que han sido inmediatamente repartidos entre los hacendados, vegueros y sitieros que los han solicitado, ajustando libremente con ellos las condiciones del trabajo que van a emprender en nuestro país.
La riqueza pecuaria de la región incrementó el comercio de ganado en pie, carne, cueros, quesos. El Faro de Caibarién, en 1884, decía:
Nuestros hermosos toros van en numerosas partidas a nutrir el rastro de La Habana. Créese que no baja de 40 000 el número de cabezas de ganado con que contamos actualmente.
Además de los vapores, llegaban goletas de carga a Caibarién procedentes de La Habana, en el año citado. Una de ellas, nombrada Enriqueta, atracaba en el muelle de Paula y su patrón era Grandal. Después de despachar seguía hacia el pequeño embarcadero de Los Perros, perteneciente al partido de Chambas y terminaba en Morón. Otra embarcación de similar tamaño, realizaba igual trayecto, se denominaba Josefa; frecuentemente traía de regreso miel de abeja, cera y madera labrada.
La repercusión del ferrocarril
El uso del puerto de Caibarién se multiplicó al establecerse el ferrocarril que conectaba al poblado con San Juan de los Remedios (1851), Camajuaní (1866), y Placetas (1880). Para ilustrar con un ejemplo, al unir el dueño del ingenio Zaza su industria con los almacenes portuarios, por un ferrocarril de vía estrecha, en 1878, se facilitó el envío de azúcares de esa fábrica, y de otras como San Agustín, Adela y Altamira.
En 1890 se inauguró una línea de vapores con Nueva York. Caibarién tenía entonces más de 10 mil habitantes, unos 800 edificios (casas de viviendas, almacenes de comercios, muelles). A principios del siglo XX, la urbe se conectó con el Ferrocarril Central, a través de Santo Domingo y Camajuaní y se construyó la carretera a Remedios, vía directa para llegar a La Habana, desde Placetas.
De acuerdo con investigaciones de Rita María Argüelles:
El desarrollo económico se reflejó en el crecimiento urbano. La ciudad se extiende al este y al sur, ocupa los mejores terrenos y evade los cenagosos, hacia el norte también crece, pues agrega sobre el mar una franja de relleno que más tarde serviría de asiento a las grandes instalaciones portuarias; mientras, en la costa de Parrado se ubicaban instalaciones menores, como varaderos, zonas pesqueras y viviendas.
Poderosa red de almacenes
Resaltaban los cronistas que visitaron Caibarién en las primeras décadas del siglo XX la poderosa red de almacenes en la zona portuaria; en ellos se depositaban miles de sacos de azúcar procedentes de su jurisdicción y de la región central del país para ser exportados, mercancías elaboradas por las industrias manufactureras asentadas en la ciudad, maderas, mieles, frutas destinadas al comercio exterior y los productos importados, por empresas que vendían, fundamentalmente, al por mayor.
En 1913, un libro publicitario editado en Londres comentaba:
La ciudad tiene un atrafagado (sic) aspecto industrial. Los más importantes exportadores de azúcar y las compañías navieras de la Habana, están representadas en Caibarién por varias casas comerciales que disponen de amplios almacenes y muelles. El pueblo se halla bien provisto de establecimientos comerciales, cafés y hoteles.
Cinco años más tarde, la revista ilustrada El Fígaro destacaba el progreso de la Villa:
No tiene solamente sus anchas y luminosas avenidas, sus airosos edificios, sus mansiones elegantes, sus lugares de recreo, sus callados y señoriales sitios de reposo: tiene también círculos de actividad pasmosa, centros de acción fecunda y creadora. Ya desde mucho antes de que Cuba alcanzara el grado de prosperidad a que ha llegado, Caibarién, poseía industrias propias, actividades peculiares que le dieron nombre y crédito.
Entre las empresas que aportaban al desarrollo de la villa estaba la de Emilio Gómez, fundada en 1893, dedicada al negocio de maderas y materiales de la construcción. Ocupaba una manzana completa entre las calles de Ariosa, Maceo y Escobar. En 1918 disponía de un capitán social de 500 mil pesos y las ventas anuales eran cuantificadas en 750 mil pesos. Importaba maderas de Estados Unidos y también las adquiría en Cuba para procesarlas en modernos aserríos. Zárraga y Cía, creada en 1885, por Francisco Artaza para la exportación de azúcar, propietaria de dos centrales. En 1913 comercializaba unos 800 mil sacos e importaba sacos para azúcar, maquinaria y carbón. Acerca de esta compañía ofreció detalles el libro Impresiones de la República de Cuba en el siglo XX:
Para el almacenaje de esta enorme cantidad de azúcar antes de su embarque, la compañía dispone de magníficos depósitos de piedra y hormigón, que dan frente al mar y cubren un área de 1,000 yardas cuadradas (914.4 metros). Posee, además, varios muelles hasta de doscientos metros de largo, con una superficie de 8,000 yardas cuadradas (7315.2 metros), y terrenos adicionales de unas 7,000 yardas cuadradas (6.4008 metros). Un potente remolcador y gabarras con capacidad para 2,000 toneladas permiten a la compañía, no sólo embarcar su azúcar en los vapores anclados en el fondeadero, sino el manejo de toda la carga que pasa por el puerto.
Otras empresas con muelles y almacenes que prestaban servicio en las primeras décadas del siglo XX eran las de Benito Romañach, Laureano López y Cía, viuda de Grutart, Sr. P. B. Anderson, Rodríguez Cantera, Rodríguez y Viña, La Mambisa y Sobrinos de Herrera, firma que había modernizado su flota de vapores y poseía 8, en 1913.
Ya en este tiempo otras compañías navieras conectaban a Caibarién con diferentes puntos del territorio nacional y extranjero, la American & Cuban Steamship Line, era una de ellas. La estadística de 1910 registró la entrada en el puerto de 430 barcos costeros y 206 transatlánticos. Sin duda, había un comercio extraordinario.
Tres años después de terminada la guerra independentista esta actividad económica fue recuperándose, las importaciones en 1901-1902 tuvieron un valor de 768 097 pesos y las exportaciones 1 241 643 pesos. En 1908 se exportaron 522,910 sacos de azúcar, 693,551, en 1910 y en la zafra siguiente 851,305, cifras que ilustran la notoriedad del puerto y su capacidad de almacenaje.
Industrias
Además de azúcar, se exportaba tabacos fabricados en Camajuaní, Remedios y Placetas y en la ciudad de Caibarién, pieles, suelas, esponjas; de los cayos extraían corteza y hojas de mangle rojo que utilizaban para las fábricas de curtir pieles.
La actividad industrial ocupó el segundo lugar en la economía de Caibarién, cuya época de mayor esplendor se ha precisado que ocurrió entre el último cuarto del siglo XIX y las tres primeras décadas del XX. Por su magnitud sobresalió la fábrica de curtidos Genín y Cía, fundada en 1860, fue una de las más antiguas de Cuba, la tenería Tellechea, el astillero de Hipólito Escobar, la fábrica de ropa y casa comercial The London City, el central azucarero Reforma, propiedad de la Compañía Industrial y Agrícola Caibarién S.A., las salinas de Cayetano Souza, quien poseía una modera planta moledora para procesar el grano, este producto lo comercializaba en casi toda la isla.
Otras fábricas creadas en la ciudad fueron la de tabacos (1910), la de bastidores (1912) y la de mosaicos y materiales de la construcción (1913). Desde 1911 disponía de alumbrado eléctrico, su planta abastecía, además, a Remedios.
En la década de 1920 los turistas y hombres de negocios que arribaban a Caibarién podían pernoctar en los hoteles Comercio, Unión, Sevilla, Pasaje, Las Baleares, España y Europa.
Al llegar a la villa, contaba un cronista del Diario de la Marina, en abril de 1928, daba “la impresión de un pueblo que vive la vida moderna, con sus calles amplias y limpias, sus edificios bonitos, su comercio y su industria fuerte (…)”.
Fuentes:
Jacobo de la Pezuela: Crónicas de las Antillas, Editores Rubio, Grillo y Vitturi, Madrid, 1871.
Reginald Lloyd (editor jefe): Impresiones de la República de Cuba en el siglo XX, Londres, 1913.
Boletín oficial de la Secretaría de Agricultura, Comercio y Trabajo, La Habana, 1910.
Rita María Argüelles: “Una mirada al patrimonio industrial de Caibarién”.
Investigaciones de Joel Pérez Souto.
Diario de la Marina
El Fígaro
La América, crónica hispano-americana.
Eran increíbles en esa época. No se puede matar el emprendimiento y las buenas ideas de desarrollo personal pero que favorece al resto. Gracias por todo José Antonio. Seguimos en aprendizaje constante.
Muy bonita tu crónica. Impresionante como describes la vida del cubano de aquella época en este lugar.
Mis saludos y bendiciones!
Al leer este artículo, en resumen muchas preguntas vienen a la mente.
En aquellos tiempos una cantidad menor de habitantes y mucha vida, hoy en día, muchos más habitantes y muy pero que muy poca vida..
Exacto