El asma le apretaba los pulmones, pero la doctora no podía verle el rostro esmorecido. Más bien, la luz macilenta de la cerilla lo hacía parecer rozagante. La imagen saludable solo se diluía por el jadear constante y nervioso del paciente.
En las paredes blancas de la consulta —entonces lucían como de un color crema opaco— la sombra ondulante de la enfermera revelaba una premura torpe. No podía ser diferente: ¿cómo marcar con precisión la medida del émbolo en plena noche, alumbrada solamente por un fósforo y casi tocando el respirar agitado del paciente a par de metros?
Así recuerda la doctora Miriam Álvarez Viltres una de sus primeras guardias nocturnas en el policlínico Carlos Manuel Portuondo, del habanero municipio Marianao, allá por el año 1991. Entonces ella era una médico recién graduada y con un bebé entre los brazos. Además de las eventuales trasnochadas, debía cumplir sus obligaciones diarias como responsable del consultorio médico del Círculo Infantil “Tierna Infancia”, también en esta localidad capitalina.
Quiso el destino que Miriam empezara su vida laboral el mismo año en que comenzó el Período Especial en Cuba. Las neveras repletas de helado, carne de res y leche condensada para los niños pronto se volvieron émulas de Sahara. ¡Cómo hubo que “inventar”!, recuerda, “no sé cómo la habríamos pasado sin los inventos de la cocinera…”.
A veces, en todo el día, arribaba al Círculo solo un cartón de huevos para 300 niños y todo el personal adulto. ¿Qué hacer entonces?, ¿cómo distribuir la inexistencia?, ¿cómo dividir la necesidad? Así, con el horario de almuerzo rayando el estómago de los infantes, nació la alternativa para evitar el hambre: caldo de chícharo espesado con revoltillo; “plato único”, le llamaron.
Pero ante la persistencia del “plato único” y el fufú de plátanos, “Tierna Infancia” acudió a la inventiva doméstica de los padres para variar el menú. Un día soleado, en el patio de la institución educativa, se organizó un concurso para que todos los familiares llevaran sus “creaciones culinarias”. Desfilaron orondos el “arroz microjet” —variante inflada del cereal gracias a una dosis exagerada de agua—, el “refresco de melón” —elaborado con pepino y remolacha—, el “picadillo de cáscara de plátano” —un débil plato fuerte—, y como postre, “coquitos de zanahoria”.
En la actualidad, estas cosas se recuerdan entre bromas y “choteos”, pero en aquel momento no era para reír, rememora la doctora Miriam. En 1993, ella tuvo a su segundo hijo. Otra boca más para alimentar. “Yo traje a mi casa muchos de los inventos del círculo”, afirma.
Para los facultativos de entonces, una gran odisea consistía en llevar a cabo la vacunación de los menores. Ninguno se quedó sin el medicamento, pero los médicos de los consultorios del barrio tuvieron que hacer las veces hasta de “detectives”.
“Había que localizar a 10 padres como mínimo para llevar a cabo el procedimiento. Se llamaba hasta a los centros de trabajo, las madres tenían que dejar lo que hacían para traer al niño a la consulta de inmediato. Esto era porque el bulbo de la PSR —que inmuniza contra la papera, el sarampión y la rubiola— lleva diez dosis, y no se podía desperdiciar ni una sola. Solo podíamos abrir el bulbo con la presencia de todos los pacientes necesarios. Ni uno más, ni uno menos.”
Ya hace 17 años que la doctora Miriam Álvarez cambió su consultorio del Círculo Infantil “Tierna Infancia” por una Casita del Médico en el barrio de Pogolotti, pero todavía no olvida la crisis de neuropatía que se desató en el país cuando ella era una recién graduada.
“Entonces, se daban 30 pastillas polivitamínicas por persona para enfrentar la enfermedad. Pero como no estaban recubiertas, la gente las machacaba para hacer con ellas arroz amarillo. Al final, no se protegían, porque al darle calor inactivaban el medicamento.”
Ahora, las madrugadas a oscuras en el policlínico Carlos Manuel Portuondo parecen lejanas, pero el recuerdo del paciente que entró a medianoche con el asma apretándole los pulmones permanece con total nitidez. Aquella vez, una ambulancia salvadora lo remitió a un hospital con mejores condiciones. Al amanecer, la doctora Miriam llevaría a su hijo de dos años, que permaneció toda la noche junto a ella, al Círculo Infantil vecino de “Tierna Infancia”.
buen trabajo Rene, un abrazo
Admirable el afan de los cubanos en buscar alternativas y soluciones…soy orgullosísimamente CUBANA !
Doy fé de todo lo que cuenta, porque soy médico,soy cubana y ella ademas de mi amiga es mi doctora de la familia. Besos y saludos desde Brasil.
el círculo a dos cuadras de mi casa, el policlínico, el mío… y yo, que llegué a ese barrio justo en el año 89… sé de qué habla Miriam, me siento orgullosa por todos los que se esforzaron, pero también muy triste: eso no puede volver a pasarnos, no puede, no estamos en condiciones de vivirlo de nuevo y sobrevivir como pueblo, no podemos llegar a esos extremos de precariedad nunca más