Un parque en el mundo llamado Vidal

Foto: Alexis Pérez Soria

Foto: Alexis Pérez Soria

Cuando el Parque Vidal irrumpió en el centro mismo de una villa recién nacida, Ángel Torriente de Armas ni soñaba con venir al mundo, ni su mamá, ni la mamá de su mamá, ni… Allá por 1600 y tanto, nadie pensaba jamás que existiría un siglo XXI, una ciudad de calles asfaltadas y un guardaparques para cuidar las estatuas y el césped. Tampoco llevaba el nombre de un patriota mambí (Leoncio Vidal Caro), ni tenía glorieta y la estructura que hoy enseña era otra.

Cuando el Parque Vidal irrumpió en el centro mismo de una villa recién nacida, mucho quedaba por desandar para llegar hasta estos días en que los niños corretean por él y el miedo a que el eje de Santa Clara fuera a parar a un reparto nuevo de edificios rusos ha quedado completamente detrás.

Sin embargo, más importante que la historia de un parque son los significados que encierra, los recuerdos que deja en aquel que se sienta en sus bancos o se hace una fotografía con el obelisco de fondo. Un parque es un parque lo mismo si está en Nueva York, Mogadishu, Beijing, La Habana, Holguín o Santa Clara. Pero si se habla de Santa Clara, si se llega hasta acá, es imposible no mencionar el Parque Vidal.

Foto: Alexis Pérez Soria
Foto: Alexis Pérez Soria

Y podría decirse que se creó poco después del 15 de julio de 1689, la fecha fundacional de la urbe, que tuvo una parroquia demolida tiempo después, que poseía cuatro cuadrantes y que antes de ser bautizado como el patriota mambí, se le conoció por Plaza de Armas, Plaza Mayor y Plaza de la Constitución. Mas, estos datos pasan inadvertidos por el visitante que lo admira o el nativo que cada vez lo llena de pasos a diario. A lo mejor ni conocen la historia, o a lo mejor, casi ni la recuerdan.

Claro que no puede olvidarse a un niño con una bota agujereada de la que sale el agua a chorros desde 1925 y que representa a los chicos que acompañaban las tropas del ejército norteño en la guerra civil entre el norte y el sur de los Estados Unidos, que, al terminar las batallas, llevaban el agua a los heridos la mayoría de las veces en sus botines. Tampoco se olvida la estatua de Marta Abreu, la eterna benefactora de Santa Clara, ni el busto de Vidal, ni el monumento en honor a los padres Juan Martín Concedo y Francisco Hurtado de Mendoza, entregados a la instrucción de los pequeños. Tampoco que desde 1999 se le considera Monumento Nacional.

Pero no es esto lo más grande del Parque Vidal. Ni tan siquiera los edificios que lo rodean. Ni tan siquiera el Santa Clara Libre, un hotel que se precia de ser la construcción más alta de la ciudad; ni la biblioteca, ni el Teatro La Caridad, ni un malecón sin asomo de agua -el apego al mar puede ser enorme en una Isla-. No.

Lo increíble del parque es la vida que en él crepita. Son sus personajes y sus personas.

Foto: Alexis Pérez Soria
Foto: Alexis Pérez Soria

Que en un parque haya perros no es nada singular. Pero si en un parque hay un perro al que todos cuidan y le ponen nombres y responde por todos-Amarillo es el más aceptable-y le ladra a extraños, a los que cargan bultos sospechosos y nadie permite que se lo lleven los de “Control Animal”, entonces, ese perro, se convierte en un símbolo del lugar, y hasta se echan de menos sus ladridos, infernales a veces.

Que en un parque haya pájaros es de comprenderse. Pero si en un parque llegan pájaros negros solo por la tarde, en bandadas, por miles, y si nadie sabe de dónde salen ni a dónde van en invierno, incluso cuando el nuestro es un invierno cálido, y unos le llaman totíes y otros les dicen judíos y muy de mañana, antes que alguien los vea, ya emprendieron vuelo, entonces, esos pájaros, son más que habitantes del parque, porque convierten al parque en su casa, su hogar.

Y están los personajes como Muñeco, que anda por ahí con su guitarra verde, cantando lo que le pidas, pero sin olvidarse de pasar el sombrero. Y el hombre de mochila azul y camisa roja que corre delante de los carros de turismo para guiarlos hacia el hostal que los recibirá a su paso por Santa Clara.

Está Crespo, que se divide entre el parque y El Mejunje y le gustan los perros y los nombra como a ciertos personajes de una celebridad un tanto macabra: Hitler o Bin Laden.

Personas hay muchas, están las que transitan cada jornada de un lado y del otro, las que descasan a la sombra de los árboles y con la música que emana de las farolas y las que integran la Banda Municipal y que cada jueves, desde la glorieta, amenizan, con sus melodías, el entorno. Y está Ángel.

Ángel Torriente de Armas ni pensaba nacer cuando el parque irrumpió en medio de la villa. A sus setenta y pico de años es el guarda del lugar y, aunque casi no oye, sus ojos le alcanzan para velar por la estatua de Marta Abreu, la glorieta y por el Niño de la Bota Infortunada, “sí, porque a las madres les da por dejar que los chiquillos se suban en el murito y lo caminen todo, y esto hay que cuidarlo”.

Foto: Alexis Pérez Soria
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Angel Torriente, el guardaparque / Foto: Alexis Pérez Soria
Angel Torriente, el guardaparque / Foto: Alexis Pérez Soria
El hombre de mochila azul y camisa roja que corre delante de los carros de turismo. / Foto: Alexis Pérez Soria
El hombre de mochila azul y camisa roja que corre delante de los carros de turismo. / Foto: Alexis Pérez Soria
Muñeco, el cantor del parque. Foto: Alexis Pérez Soria
Muñeco, el cantor del parque. Foto: Alexis Pérez Soria
Crespo, que se divide entre el parque y El Mejunje y le gustan los perros. / Foto: Alexis Pérez Soria
Crespo, que se divide entre el parque y El Mejunje y le gustan los perros. / Foto: Alexis Pérez Soria
El Niño de la Bota, parque Vidal, Santa Clara.  / Foto: Alexis Pérez Soria
El Niño de la Bota, parque Vidal, Santa Clara. / Foto: Alexis Pérez Soria
Parque Vidal, Santa Clara. / Foto: Alexis Pérez Soria
Parque Vidal, Santa Clara. / Foto: Alexis Pérez Soria

 

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