La construcción cultural e identitaria de nuestros países sin dudas tiene mucho de imaginarios, preconcepciones y narrativas en disputa. Cuando fui a encontrarme con Brasil primaba en mí una limitada visión turística del otro/a, en la cual Brasil era fútbol, samba, carnaval y Rio de Janeiro. Esa experiencia primeriza de conocer el país sin dudas era mediada por una perspectiva que estereotipa las múltiples realidades y sujetos que subyacen en los territorios de Nuestra América, comparable a aquella sesgada Cuba de playas, mulata, ron y Floridita en La Habana. Luego de unos años y amigos/as mediante, la mirada se ha trastornado descubriendo una diversidad cultural y de seres humanos que rebasa los resquicios de mi saber colonizado, mientras intento adentrarme en ese Brasil profundo, desconocido.
Hace unos días un viaje a la ciudad de Piranga, volvió a desafiar mi “no/lugar” de ser humano migrante; uno que cada día fluye haciendo jogos de cintura1 para que la nostalgia no lo carcoma. Piranga es un municipio del estado de Minas Gerais, localizado a 169 km de la capital minera Belo Horizonte, con una población cercana a los 18 mil habitantes. El término piranga proviene del idioma aborigen tupí-guaraní y significa “barro rojo”, la historia de este territorio se remonta a mucho antes de la colonización portuguesa con una presencia originaria indígena que nombra y da vida hasta hoy. Así de potente se nota también la impronta negra/africana en este territorio donde desde 1721 fueron declarados en manumisión los integrantes del Quilombo de Santo Antônio do Guiné Piranga, quienes para celebrar y eternizar su libertad plantaron un majestuoso árbol de Jequitibá.
La invitación a conocer el poblado de Coelho en Piranga llegó a través de Débora y su familia, Sil, mi compañera, es amiga entrañable y maestra de Emannuely, hija menor de Débora y Anderson. La pequeña Manu es un esencial motivo para que el amor centralice cada paso de estas personas; vivir es un desafío para Manu desde que nació con un síndrome de Joubert que le condiciona múltiples deficiencias.
Para llegar al vilarejo (poblado) de Coelho debemos andar 10 km sertão2 adentro, en esta etapa de sequía intensa, el grueso polvo te cubre el rostro, y en algún momento te tienes que bajar del auto para limpiar el parabrisas. Vas atravesando caminos serpenteados, alturas, quebradas, te introduces en un valle con una naturaleza exuberante que, a pesar de estar castigada por la sequía y los fuegos constantes, impresiona por su mística poderosa. Por fin, encontramos el portón que da entrada al imponente caserón de Zito Ribeiro y Doña Nadir (padres de Débora). A la derecha está flanqueado por dos lagunas que se alimentan de alguna fuente acuífera que cruza las montañas y son un lugar de pesquería y estancia de patos, que nadan con indiferencia y tranquilidad absoluta.
El sitio3 es el territorio natural del viejo Zito y su familia. Zito es nacido y criado aquí en medio de la floresta y de sus animales. Ya en la juventud fue a trabajar a Belo Horizonte, allá hizo familia, estuvo más de 30 años en la “gran ciudad”, y decidió regresar a tomar cuenta de su quilombo y reencontrarse con sus raíces luego de jubilarse hace pocos años. Yo, un sujeto llegado de ultramar, fui recibido como un integrante más de la familia, ¡Sinta-se en casa, Maikol! Me dicen… ¿Se fala así?, me preguntan, y yo, riendo junto a ellos les digo: es Maikel…Ahhh como Michael Jackson? Siiii jajaja lo que en cubano… y allí, la universalidad del “rey del pop” es un puente que ahorra palabras.
El día que arribamos era también el cumpleaños de Anderson, esposo de Débora, la semana anterior había sido el de ella. Por eso, se anuncia para el próximo día bolo 4 y brigadero 5, cerveja, cachaça 6 y churrasco, alegría simple, saludable, contagiante. Entonces llega Tamiro, amigo de la familia, albañil curtido, caipira indomable, hace dos meses perdió a su esposa Verônica e intenta lidiar con la falta del amor de su vida. En una esquina observan nuestra llegada Henrique y Arthur, los hermanos mayores de Manu, de 11 y 13 años, adolescentes inquietos, pícaros, muy inteligentes y educados, siempre al tanto de colaborar con el cuidado de su querida hermana.
En la estancia de Zito y Nadir no hay lujos, nadie desea impresionar con bienes materiales, la casa es espaciosa porque solo tiene utensilios básicos. No faltan allí el fogón de leña, un área para churrasco, una pequeña huerta y los corrales de puercos, los gallos cantan y los cachorros ladran a los desconocidos. Por momentos estar en ese lugar me transporta a los campos cubanos, me recuerda la gentileza y hospitalidad del guajiro/a cubano, que te recibe tímido a veces, pero siempre de corazón abierto.
La primera noche es viernes (sexta-feira). En el Brasil popular y cotidiano sextou es el inicio ideal de un fin de semana que permita olvidar a Bolsonaro y otras tantas pandemias que se sufren en el país. Se canta, se bebe hasta donde los ojos y el estómago aguantan, llueven las historias, Débora cuenta sus travesuras de niña con sus hermanos, Doña Nadir sonríe maternalmente, afirmando. Henrique y Arthur dicen que hay cobras, panteras (onça) y mis piernas tiemblan, pero no digo nada, Zito precisa que las cobras te atacan si invades su espacio y yo pienso, pues, que “el respeto entre vecinos consolida la unidad del barrio”, y me tranquilizo.
La noche se anima cuando Tamiro trae su sanfona, una especie de acordeón, base instrumental de populares ritmos del Nordeste brasilero como el forró y el baião. Ver una sanfona me deslumbra, viene a la memoria mi reciente encuentro con la música del pernambucano Luiz Gonzaga Rey del Baião, y mi portuñol es suficiente para decirle a Tamiro: ¡Por gentileza, toque para mi Asa Branca! A veces no me entienden bien y yo tampoco a ellas/os, mi frase salvadora en esos casos es: ¿pode repetir?, pero mencionarle a Tamiro la canción Asa branca, considerada un himno que ha sido interpretado por Vinicius de Moares, Baden Powell, Majur y Caetano, definitivamente rebasó cualquier desconexión cultural e identitaria que pudiera existir entre nosotros. Termino pidiendo de favor la sanfona a Tamiro e intentando, con mis torpes dedos, sacar una nota de aquel instrumento secular y precioso.
Es sábado ya y los gallos te despiertan, hoy será el día del churrasco y del bolo. Anderson prepara la churrasquera, Zito y Arthur alimentan los puercos, Henrique y Sil intentan pescar. Débora, cerca de ellos, se sienta en el césped con Manu, que amaneció inquieta. Débora es una joven mujer negra, enfermera, estudia Ciencias Políticas y sueña con fundar una ONG para apoyar madres/padres con niñas/niños deficientes, tiene el apoyo de Anderson, su esposo, de sus hijos, de sus padres. La vida y el futuro es una construcción sucesiva de presentes, de cotidianidades, como diría Zemelman, han pasado profundas tristezas, la más reciente fue que Manu también debió superar un cáncer. Y aquí estamos hoy junto a ella, encantada con el aire puro, sus sentidos captando la belleza natural, el cantar de los pájaros, calmada y sonriendo feliz cuando su hermano Henrique imita los rugidos de dinosaurios que ella adora.
En la tarde salgo con Zito en su camioneta, vamos a la tienda/venda de Loló a hacer compras, en el camino hablamos de la vida, de las personas, del amor por la familia, de sus sueños de convertir su bello sitio en un lugar de hospedaje turístico. Percibo el amor de ese hombre rudo —y aparentemente huraño— por sus seres queridos, especialmente por su Débora y su Manu; los ojos le brillan cuando habla. Manu es dichosa y feliz, el cuidado para su familia es un acto de cotidianidad amorosa, de responsabilidad, ternura, y superación de obstáculos, donde cada sujeto se crece para entretejer una red familiar que garantiza protección a la niña, además de sentir y vivir como parte integrante, y no al margen.
Llega la esperada celebración, está el bolo en la mesa, lo circundan brigaderos; Anderson, como buen churrasquero, no para de cortar y servir, entre anécdotas, risas, cerveza, cachaça. A la sanfona de Tamiro se une el acordeón de un vecino del vilarejo, la música de los instrumentos se alterna con samba, pagode, Zeca Pagodinho e Beth Carvalho. Cantamos el parabéns a Anderson y Débora, acompañados por la sanfona y el acordeón, luego comienza una música de forró y Débora, Anderson, Zito y Nadir bailan, intercambian parejas entre risas, aplausos, y terminan en un abrazo feliz.
Amanece el domingo, antes de nuestro regreso a Belo Horizonte habrá excursión al río Piranga, rápido se desayuna y nos alistamos. Prefiero ir en la parte trasera de la camioneta de Zito, al aire —y el polvo— libre, también se embullan para ir allí Arthur, Henrique y Sil… comienza la travesía. Pendientes arriba, abajo, el polvo que nos cubre, las risas de los muchachos, me siento un niño otra vez —en el fondo nunca dejamos de serlo—, mientras disfruto sonriente, pienso en Roxi y Maikiel, en mi madre, mi abuela y mi hermana, deberían estar conmigo allí sonriendo.
Llegamos al río Piranga, Zito, Tamiro, Henrique y Arthur entran rápido, el agua está fría, no obstante, a los pocos minutos, el guerrero sanfoneiro se está lanzando agua con los chicos y dejando arrastrarse por el torrente junto a ellos. Luego vienen Manu y los demás, la niña está inquieta, su padre Anderson la toma en sus brazos, lo observo con la delicadeza con la que la trata como solo el amor permite, toma sus piernas y comienza lentamente a introducir los piecitos de Manu en el agua que fluye. De a poco, Manu se extasía con el agua, patea suave la corriente que burbujea, su padre extasiado con ella, todos allí felices de verla disfrutar, contentos de verla ser parte armónica de la vida y no rendirse.
En el regreso al sitio más aventuras, la camioneta se detiene por el polvo llegando al fin de una pendiente. Nos lanzamos a empujar, Tamiro cae al piso, rueda por el polvo, reímos hasta “morir” al verlo rojo desde la cabeza a los pies, como si fuera una pieza de barro viviente. Nos bañamos con la manguera al llegar a la casa, jugamos una partida de fútbol, luego de más de 15 años olvido la deficiencia física de mis piernas y todavía no sé cómo persigo balones, cruzo con gambetas, ruedo por el césped y hasta le hago unos goles a Tamiro y Arthur.
Llega el momento de la despedida y saco unos tabacos7 traídos de Cuba, los ofrezco de obsequios y aunque casi nadie fuma se sienten seducidos por ver un famoso tabaco cubano, es así como inmortalizamos nuestra amistad con unas fotos simulando fumar juntos. Toda separación es incómoda, lo sé porque vivo distante de muchas cosas que amo. No es diferente ahora después de estar junto a estas personas, pero no hay lugar para la nostalgia, la vida es una articulación de pequeños momentos felices.
Como era de esperar, en el adiós le pido a Tamiro que toque Asa branca, cual himno que eterniza la amistad, bailamos baião —yo lo intento—, y sin dudas en aquel momento un cubano migrante en Brasil siente profundo en su corazón el misticismo del sertão y de la música de Gonzagão8. Partimos, voy silencioso, solo pienso en aquellos dos días de emociones, en cuán felices podemos ser con la simplicidad de ser nosotros mismos. Pienso en lo mucho que desconozco de un Brasil que rebasa, una vez más, mi imaginación, y me invita a ser ese sujeto diaspórico que descubre a territorios y personas que ya no serán invisibles, por suerte para él…y entonces me decido a escribir estas líneas, que son también un homenaje a los que la pandemia transportó a otra dimensión, es mi respeto y agradecimiento a aquellas/os que en este Brasil que canta y sufre me permiten un espacio, y ser parte de sus vidas.
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Notas:
1 Expresión coloquial usada en Brasil para referirse a tener flexibilidad para superar alguna cosa, salir de dificultades.
2 Generalmente se refiere al interior de las regiones brasileñas, lo que en Cuba pudiera ser una zona de campo, alejada de las ciudades. Hay distintas zonas como el sertão minero y el nordestino con sus especificidades climáticas, de vegetación y población animal. El famoso autor brasileño Guimarães Rosa inmortaliza al sertão con su novela “Grande sertão veredas” y el ritmo musical conocido como “sertanejo” se origina a partir de la cultura y diversidad en estos territorios.
3 En el campo brasileño se le conoce como sitio, fazendas a las casas que son parte central de un terreno mayor. También se le llama chácara a una casa en el campo pero que ocupa menos extensión de tierra.
4 El pastel que en Cuba se conoce como cake de cumpleaños, pero con texturas diversas.
5 Pequeños dulces artesanales de coco, maní, dulce de leche y diversos sabores, que se producen especialmente para fiestas y cumpleaños en Brasil.
6 Cachaça, pinga, cana o caninha es el aguardiente de caña de azúcar producido en Brasil, obtenido a través de la fermentación y destilación de la melaza. Es usada para preparar el popular trago conocido como “caipirinha”.
7 En Brasil se les conoce como “charutos”.
8 Apodo de Luiz Gonzaga, su hijo también es un maravilloso cantante brasileño al que se le llama “Gonzaguinha”.