Daniela Sánchez, una joven de 33 años nacida en Caimito, provincia Artemisa, abogada de profesión, casada recientemente y sin hijos, decidió emprender el camino hacia Estados Unidos el año pasado: “demasiada ‘obstinación’, demasiado sigilo, miedo a que te cojan en una ilegalidad cuando no se puede vivir de otra manera; en fin, pocas opciones para el futuro”. Y así fue como organizó y emprendió su travesía, vendiendo lo que se pudiera en Cuba y apoyada por la familia de Estados Unidos. Esta es la historia de su “travesía”:
Me fui de Cuba el ocho de febrero de 2022 haciendo escala de siete horas en Panamá, siete horas en Costa Rica, una hora en El Salvador y de ahí a Nicaragua, todo por avión. Llegando a Nicaragua, estaba allí el “contacto” para el viaje, una persona que nos llevó en bus por Nicaragua hasta llegar muy cerca de Honduras. Allí nos quedamos en un lugar que tenía pésimas condiciones, prácticamente no podíamos ni acostarnos porque estábamos todos pegados en el piso, en un piso de tierra y en una casa sin ventanas donde no nos pudimos bañar ni podíamos ver para afuera. Eso sí, nos trajeron comida en “termopack” a pesar de las malas condiciones en que estábamos.
De allí salimos y nos montaron en buses por grupos. Llegaron alrededor de cinco o seis buses de esos grandes, de esos ómnibus grandes de capacidad como de cincuenta, sesenta personas, no recuerdo bien, que nos cruzaron la frontera y nos transportaron por todo Honduras.
Allí nos paraba todo el tiempo la policía. Ellos nos decían que, si no les dábamos dinero, nos regresarían a Nicaragua o nos cogerían presos. Íbamos en grupos de ochenta, setenta personas, viajábamos en grupos grandes, y eran filas y filas de guaguas, caravanas de guaguas…En Honduras casi toda la travesía fue así, hasta que llegamos a una ciudad, no sé, yo confundo los lugares, imagínate, pero la travesía duró casi un día, allí prácticamente no se durmió, todo el tiempo fue en bus.
Cruzamos la frontera con Guatemala en la noche y nos hospedaron en un hotel. Temprano, al otro día, nos llevaron a una estación de ómnibus y cogimos uno hasta el final de Guatemala y allí fue el mismo proceso: “dinero va, dinero viene” a la policía guatemalteca: veinte pesos, treinta pesos, cincuenta pesos, lo que ellos quisieran pedir con el chantaje de que, si no les dábamos, nos viraban o nos deportaban para Cuba. Aunque sabíamos que no había extradición porque esos países no pueden extraditar gente a Cuba, uno siempre tiene miedo de que te apresen, de que te regresen a Nicaragua, y por eso uno coge y les da el dinero que piden, porque el objetivo es llegar al destino final y no regresar a Cuba. Muchos exclamaban en el camino que preferían quedarse sin dinero, incluso quedarse trabajando en “algún país de esos”, antes que regresar a Cuba.
En Guatemala, cerca de la frontera, nos hospedaron en un hotel pequeño. Allí estuvimos alrededor de dos días pues los guías nos dijeron que era un poco difícil pasar para México. Y, cuando lo logramos finalmente, la estadía fue de muchísimo más tiempo porque yo salí de Cuba el ocho o el nueve de febrero, ya estaba en México el 14 de febrero y recién me entregué en la frontera de Estados Unidos el seis de marzo…así que mi travesía más larga fue en México, 21 días más o menos.
Estuvimos tres o cuatro días en Tapachula 1 en condiciones pésimas. Nos pusieron en una especie de bodega con edredones en el piso, porque no eran colchones, sino edredones que, por supuesto, antes habían sido utilizados por cien mil personas más, imagínate las condiciones en que estaban. Allí dormimos en el piso, aunque nos daban desayuno, almuerzo y comida. Me impactó que Tapachula no parecía una ciudad mexicana por tantos y tantos cubanos que había: estaba llena, llena de cubanos, era una oleada tan grande de cubanos que me parecía que estaba en un barrio marginal de Cuba de tantos cubanos que había, tanta cantidad de gente que, cuando llegaba la comida a una escuelita que funcionaba como comedor improvisado, había “colas” de miles y miles de personas, miles…Y cuando llegó el día para salir de la ciudad estaba todo parado porque, según “ellos” (los polleros), no les habían dado “luz verde” (las autoridades), y el día que finalmente nos montaron en los transportes, salimos unos cuantos grupos y no los miles de personas que había en la ciudad.
Allí nos dividieron por bodegas y nos montaron en camiones, sentados uno al lado del otro. Todos estábamos bien apretaditos y las mochilas en el piso debajo de nosotros para que cupieran cincuenta personas por camión. Ese día vi alrededor de siete u ocho camiones, ya te podrás imaginar la cantidad de personas que éramos y, aun así, se quedó más de la mitad en Tapachula.
Desde allí nos llevaron a otro lugar donde nos cuidaron porque éramos su “mercancía” —porque así yo me sentía, como una mercancía—, y allí estuvimos varios días, con muchísimos cubanos también. Nos fueron sacando en lanchas en un viaje de una hora o un poco más hasta llegar a las costas, creo, de Oaxaca. Cuando tocamos tierra, tuve que hacer un viaje muy pesado en una camioneta 4×4 que pensé que nos íbamos a matar. Yo me decía: “hasta aquí llegamos”, pues íbamos a una velocidad extrema y sentí que no iba a quedar nadie vivo… pero sobrevivimos y llegamos a la Ciudad de Oaxaca.
Desde allí nos fuimos por avión hacia la frontera, a Mexicali, y llegamos a una carretera tipo “ocho vías” muy desolada. Me di cuenta de que ya estábamos en el desierto. Cruzamos una cerca y caminamos alrededor de cuatro horas. Era un lugar muy árido y el recorrido muy cansado. Las mujeres se sentaban agotadas, hubo una muchacha que se desmayó, a otra le dio asma que pensábamos que no iba a poder seguir, y así… Yo me “ataqué” cuando vi eso y empecé a llorar: una muchacha muchísimo más joven que yo, veinticuatro años, con aquel ataque de asma y no había forma de que se recuperara. Por suerte, una de las personas que nos estaba guiando tenía salbutamol y con eso se reanimó un poco.
Cuando llegamos hasta un determinado lugar de la frontera, los “guías” nos dijeron que no nos podían acompañar más porque en esa zona no podían estar, así que seguimos caminando solos alrededor de una hora y, según las indicaciones que nos dieron, sabíamos que debíamos subir una loma y después bajarla para ver “el Muro 2”, y allí teníamos que empezar a bordearlo.
En esa parte del trayecto tuvimos que caminar tanto y el cansancio era tan grande que yo pensé que nunca iba a llegar al lugar donde estaba ese “Muro”: era “camine que te camine, camine que te camine, camine, camine…”
Y, cuando finalmente ya estaba pegada al “Muro”, había que bordearlo por una loma alta, alta, alta, y ahí fue cuando se me acabaron las fuerzas, tanto así que ya no quería caminar más.
Creo que pude llegar gracias a los hombres que estaban en la “travesía”. Ellos me dieron ánimo y me cogieron por las manos y prácticamente me llevaron, porque yo dije que no podía más, ¡porque era una caminata!, imagínate, por el desierto, y donde nos hundíamos permanentemente en la arena, que era muy suave. Además, nos metíamos en huecos, nos caíamos, nos llenábamos de espinas por la cantidad de matas con espinas que hay, de cactus que hay en el desierto, no, no, no, que va, fue tremendo. Yo creo que fue una de las peores cosas, el final; para mí fue lo peor de la travesía.
Allí los hombres tuvieron que ayudar a las mujeres, porque no era solamente yo la que no podía subir. Era una loma inmensa, inmensa, y la arena no te ayudaba porque era arena del desierto, esa con la que te hundes, te caes todo el tiempo…Yo lo único que hacía era aguantarme con una mano de las rejas del muro, mientras un hombre me empujaba un hombro con la mochila por atrás y otro me ayudaba con el otro brazo por delante. Entonces, cuando doblamos por el “Muro” nos dimos cuenta de que había que bajar la loma de nuevo y todos, incluso los hombres, nos sentamos como diciendo “ya no podemos más”…Pero ahí todo el mundo ¡ay! no te puedo explicar, fue uno de los sentimientos más hondos, un sentimiento profundísimo porque todo el mundo estaba llorando: llanto, y llanto y llanto…Porque nos dimos cuenta de que lo habíamos logrado, que no nos habían venido a buscar todavía pero ya estábamos en el “otro lado”, en tierra americana, y del tiro sacamos fuerzas de donde no teníamos y bajamos aquella loma como “un tiro”: todo el mundo llorando, todo el mundo rapidito, rápido, rápido, rápido, y acto seguido llegaron… llegaron ellos en los camioncitos esos ¿sabes?
Me recuerdo como si fuera hoy: un muchacho gringo él, rubio americano; una rubiecita americana; y un muchacho alto, trigueño, muy agradable, cubano, por cierto, que dijo que había llegado allá desde niño y nos trató muy bien. Nos dijeron “Bienvenidos a la Tierra de la Libertad” … ¡Imagínate!, todos llorando: los hombres, las mujeres, todo el mundo llorando de la alegría…Nos dijeron que nos sentáramos, que nos quitáramos los cordones, los abrigos, las cosas que teníamos dobles, las “felpas”, los aretes en el caso de las mujeres… Entonces nos dieron unos “nylon”, unos plásticos para meter las mochilas, los cordones, cosas así. Montaron a las mujeres en un lado y a los hombres en el otro, y recorrimos cantidad de kilómetros y nos demoramos muchísimo en llegar, pues parece que se da una vuelta, no sé por qué, y no se veía nada para fuera, nada más por unos huequitos…
Continuará…
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Notas:
1 Ciudad mexicana perteneciente al estado Chiapas y fronteriza con Guatemala donde existe un importante número de migrantes irregulares en tránsito desde hace algunos años, dentro de los cuales están los cubanos.
2 Se refiere al muro fronterizo que divide México de Estados Unidos.