Fue cuando doblaba una de las esquinas del barrio que me dio aquel vuelco el corazón. De pronto no reconocí una de las casas y, con no poca turbación, cerré y volví a abrir los ojos. Solo pueden ser dos cosas, pensé: me bajé en la parada que no es y ando por otra zona o finalmente, después de tanto tiempo y tanta tempestad, me agarró el alemán que hace olvidar todas las cosas. Por suerte, no fue ni lo primero ni lo segundo. Luego de unos instantes me fui reponiendo del susto a medida que encontraba caras familiares, la ventana rota, la misma pared desconchada donde a un corazón rayado lo atraviesa una flecha de amor impúber.
No obstante, el castillo de tres plantas, en efecto, seguía allí. Imponente se levantaba ante mis ojos con sus altos muros que no dejan ver hacia adentro traicionando la vieja costumbre de dejar la puerta de casa abierta de par en par (que es otra forma de decir: mi casa es tu casa). No-era-sueño-ni-visión-ni-borrachera, lo juro, el castillo se erguía sobre lo que fue una antigua bodega donde, en los lejanos 80, vendían unas manzanas baratísimas que yo me negaba a comer porque no me gustaba el sabor. “Un día las extrañarás”, recuerdo que había sabiamente sentenciado mi madre.
No sé por qué, a raíz del susto, recordé mi primera experiencia de viaje. Primero, el momento en que el avión tomó por fin altura y entonces advertí que era la primera vez que separaba los pies de esta tierra en casi treinta años de vida. La sola idea de Matías Pérez, hasta me dio taquicardia. Segundo, un par de horas después yo recorriendo aquella extraña ciudad tan parecida a La Habana, pero tan ajena, pues yo no reconocía un solo edificio. Nadie me miraba, ni siquiera para criticarme y presentí que, de caer al suelo (bien por ataque de nervios, bien porque me hubiese llegado la hora) nadie vendría a socorrerme. Nadie.
Un estupor muy parecido a aquel me asaltaba ahora y, más por curiosidad que otra cosa, decidí darme una vuelta por el barrio. Los solares seguían allí, también los viejos puntales. Pero a la par descubrí, para mi asombro, remedos de columnas dóricas con fustes acanalados en espiral (no sé si cayendo estrepitosamente o alzándose en desafío a la gravedad), amenazantes rejas negras con puntas de lanza, fachadas insalvables como de turrón de alicante, farolas que se encendían a mi paso extrañado separando nuestras existencias con un video portero. Y dudé si estaría o no en la misma ciudad. Dudé como nunca antes en mi tierra… ¿saldrán a socorrerme si caigo al suelo?
Y al propio tiempo tristemente vi, desde la acera, apenas el hueco-ventana que le hizo Esperanza a la única pared sana que queda de su edificio, por donde se asoma en las tardes para mirar a los muchachos azuzar a los perros o fumar a escondidas o soñar con los ojos abiertos. De paso, asiste a otros tráficos. Ve cómo crece y crece la casa del gerente que vive del otro lado, la lujosa heladería que le montaron en los bajos y ahora su inmueble –el de Esperanza– se ve más viejo todavía, el pedacito de acera que se robaron para hacer un garaje y una vez más los pies del filósofo, de pura borrachera saliendo del ventanal rasgado horizontalmente por una vieja barbacoa.
Y yo sé, digamos que intuyo que las casas de cada ciudad hablan de sus habitantes. Gritan a coro si viven despechados u orgullosos, si duermen la modorra penca de los niños bitongos o si defienden lo que solo ellos pueden tener o construir (más bien defender lo que construyeron ancestros irrepetibles, como Gaudí). Si a nadie miran, pues son los suyos edificios que se empinan hacia arriba no sé si queriendo ser mejores o más iguales con largos ventanales de vidrio, o porque cubren sus castillos con mucho oro. Mientras, algunos seguimos aquí pensando en una vieja bodega, en aquellas manzanas baratas, preguntándonos… ¿qué dirán nuestras casas de nosotros?
“aquella ciudad tan parecida a La Habana”…. ¿Cartagena de Indias? DN, casi todos tus textos en OnCuba tienen la capacidad de regresarme sin escalas a mi ciudad; mi vecindario, aunque estoy a miles de kilómetros de distancia … Por cierto, tengo “Making Of” en mi librero de Pekín, custodiada nada menos que por la biografía de Michael Jackson y las Analectas de Confucio…Cosas que tiene la vida…
Yo no quisiera que mi casa hablase. Asi y muda ya su estado causa mucho dolor. Pase trece años de mi vida construyendola, poco a poco despues de regresar de mi trabajo habitual. Hasta los 500 bloques los tuve que hacer uno a uno. Quedo sino bella. fuerte, bien costruida y respetando las reglas urbanisticas. 25 años despues el gran ventanal que enfrentaba la calle fue reemplazado por una doble reja de cabillas, cubierta con hojalata como puerta para un garage que ahora ocupa lo que era la sala, con el piso de granito manchado de grasa. Un baño condenado, el cuarto de mi madre convertido en un almacen de trastes de cuanta cosa se puede imaginar. La terraza trasera rodeada de cabillas como celda carcelera, la cocina con meseta sin estanteria y con un horrible hueco curvo hacia el comedor, como si fuse el comedor de un campamento de la escuela al campo. Aunque no soy de los que sueño con cosas perdidas, duele ver que tu esfuerzo fue en vano. Jamas regresare por alli.
No compliquemos tanto las cosas, tan sencillo como que la Cuba del 59 no tiene nada que ver con la del 2018. En la primera las personas bien vestidas, con educacion, la ciudad limpia, moderna y calles transitables. Hoy un pais detruido donde hubo una guerra sin bombas, la gente mal oliente, mal educada, transporte humeante y apestoso y un largo etc. Que mas decir? Un pais que ha retrocedido 200 anos en solo 60 anos de “paraiso socialista”