Muchos artistas cubanos le han dado a su trabajo una proyección social que trasciende su obra y repercute en la gente común. Enseñan arte en plena calle, convierten su barrio en una galería, llevan la Ópera a barrios y pueblos, les arreglan las casas a sus vecinos o crean estudios para grabar los discos que desechan las discográficas.
En la mayoría de los casos esos proyectos sociales se costean con su propio dinero y esfuerzo. “Estos son unos estudios de grabación que no se autofinancian, siempre están en números rojos. Los financio yo con mis giras en el exterior, como todo lo que hago en Cuba”, nos cuenta el cantautor Silvio Rodríguez en una entrevista. También debe financiar de su bolsillo los conciertos gratuitos que hace por las barriadas más humildes de toda la Isla.
El artista plástico José Fuster ha convertido su barrio, Jaimanitas, en una gigantesca galería de arte en la que se combina la belleza con la reparación de las casas de sus vecinos. Explicó a OnCuba que “el proyecto comenzó en 1994, en pleno Periodo Especial (crisis económica), y es un símbolo de mi optimismo. Me decían que era un proyecto demasiado caro pero quería demostrar que con mi pintura podía pagarlo sin pedirle nada al Estado”. Y tras 20 años de trabajo quedó demostrado que el sueño era posible.
Un proyecto similar nació en el callejón de Hamel, en pleno corazón de Centro Habana. Salvador González logró que sus vecinos le cedieran los muros y paredes de sus casas para convertirlos en enormes murales.
Tras la pintura se multiplicaron las esculturas, apareció la música, la danza y empezaron a llegar cubanos de todas partes. La trascendencia ha sido tal que hoy, aquel viejo y sucio callejón, es escala obligatoria de los turistas que quieren ver la Cuba profunda, la de la gente común, la de la santería y la de la rumba.
Podría tratarse de una excepción pero lo cierto es que en el Paseo del Prado, la arteria que divide la Habana Vieja de Centro Habana, más de 200 artistas dedican su tiempo a impartir clases gratuitas a la gente, en particular a los niños y los abuelos. Cientos de cubanos acuden de toda la capital y también desde provincias cercanas, traen bancos plegables y se sientan bajo los árboles a aprender desde la pintura hasta los origamis asiáticos pasando por el tejido de encaje de bolillos. Cecilio Avilés dirige Imagen 3 y nos explica que está feliz porque “la verdadera proyección de un artista está cuando puede impactar positivamente en otro ser humano”.
Pero no todos han sido comprendidos. El cantante lírico Ulises Aquino regresó a Cuba tras un sueño, llevar la ópera al cubano común. Creó entonces su propia compañía, la Ópera de la Calle, y salió a recorrer barrios y pueblos con un repertorio que incluía música religiosa afrocubana, a Freddy Mercury y a lo más rancio de la operística internacional en un solo espectáculo. Su éxito fue tal que decidieron abrir un centro cultural con un restaurante para financiar el musical.
El Partido Comunista ordenó el cierre y mandó otra vez a la Ópera a la calle. Sin embargo, Aquino no se rinde, este año ha realizado más de 120 funciones y reconoce que “en cualquier otro país todo hubiera sido más fácil pero yo no sé vivir sin Cuba”.
Ninguno de ellos se siente un mecenas, para Silvio Rodríguez se trata de un modo de vida, “ya yo no sabría vivir de otra forma, Fernando, para mí sería raro vivir de otra forma, no me hallaría, no me podría mirar al espejo”.
Permítanme por favor, una aclaración. Me da igual que publiquen mi comentario como que Fernando lo rectifique en el escrito:
Las dos giras que he hecho por prisiones las ha financiado la Dirección Nacional de Prisiones de Cuba.
Muchas gracias.