Por Juan Carlos Espinosa
Es difícil, por no decir prácticamente imposible, encontrar a un vecino de Perico (60 mil habitantes, 170 kilómetros al sureste de La Habana) que no conozca a alguien que haya padecido chikunguña recientemente.
“En mi cuadra casi todos lo han tenido”, suele ser la respuesta cuando sus habitantes hablan del “virus ese”.
En julio, este municipio de la provincia occidental de Matanzas fue el primer foco en Cuba de un brote que ya representa un problema “nacional” con “índices elevados”, según reconocieron las autoridades sanitarias esta semana.
A simple vista, las estrechas calles de Perico, con sus casas adosadas, dan una imagen de normalidad. Hasta que florecen los pequeños detalles: como el cojeo de las personas o la dificultad de otras para hacer tareas sencillas como sentarse.

Pedro Arturo Revilla, de 66 años, es uno de ellos. Él pasó la enfermedad, así como “toda su familia”, relata. Aún sufre de las secuelas semanas después, como los intensos dolores en las articulaciones e inflamación en los tobillos.
Al lado de su portal, una mujer diabética e hipertensa de 67 años interrumpe la entrevista cuando se entera de que su vecino habla del chikunguña.
“Aquí no hay fumigación ninguna, que era para que hubiese habido, con la cantidad de mosquitos que hubo aquí y con la cantidad de enfermos que hubo. Aquí no hacen nada”, asegura.
Enfermedad nueva
El chikunguña —que desde hacía una década no tenía presencia en la isla— se ha sumado al dengue y al oropouche, transmitidos los primeros por el mosquito Aedes aegypti y el tercero por el jején, en un cóctel perfecto.
El brote ha golpeado al país en medio de una profunda crisis económica, con una capacidad muy reducida para afrontar las enfermedades, sus vectores y los focos de reproducción del mosquito, sobre todo los salideros de agua o los líquidos que se acumulan en las montañas de basura que no se recoge en semanas.
En una entrevista esta semana para la televisión estatal, Carilda Peña García, viceministra de Salud Pública, lamentó que no se puedan hacer fumigaciones masivas por la escasez de combustible en el país. Sin embargo, sí aseguro que el Gobierno tiene “insecticidas” y “abate” suficientes para limitar el daño.

También afirmó que, a diferencia del dengue, el chikunguña no es una amenaza mortal, aunque pudiese empeorar con pacientes con algún problema de salud previo.
Raúl González, de 63 años, tiene esclerosis múltiple y pasó por el chikunguña. Mientras muestra a EFE sus tobillos inflamados y llenos de llagas, suelta un chiste crítico sobre la situación: “Deberían hacer otra versión de ‘Thriller’ de Michael Jackson. Los extra van a salir gratis; todo el mundo andaba caminando como zombi en la calle”.
Él, como muchos otros, comprende que la crisis ha hecho que la respuesta del Gobierno se convirtiera en una quimera. Pero se mostró furioso ante la forma en la que se intentó, a su juicio, quitar gravedad al asunto en los medios estatales.
“Aparte de no decir lo que realmente tenemos… como que todo está normal y aquí de normal no hay nada. Tenemos problemas graves, y eso lo sabe todo el mundo. La insalubridad, la basura que no vienen a recogerla… ¡Claro que hay mosquito si no se fumiga! Me da coraje que digan mentiras”, dice.
Hasta el momento, no existen datos públicos actualizados sobre enfermos con chikunguña (presente en ocho de 15 provincias), dengue (activa en 12 provincias) u oropouche en Cuba (también en 12).
Según las autoridades, en 2025 tres personas diagnosticadas con dengue han fallecido.
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU. (CDC, por sus siglas en inglés) emitieron a finales de septiembre una actualización de alerta de viaje por la presencia del chikunguña en Cuba.
“Es horrible, horrible”
A unos 55 kilómetros de Perico, en el municipio de Cárdenas, la situación es muy parecida. Para Beatriz Aguiar, de 64 años, el brote se le “salió de las manos a Salud Pública”.
Pese a que las autoridades han insistido en que el sistema de salud no está ni cerca de colapsar y que cuenta con capacidad para afrontar la situación, Aguiar vio algo distinto: “Tú llegas al hospital y los mismos médicos dicen que lo que a diario lo que llega de casos es horrible, horrible”.
La realidad, según relató a EFE una docena de vecinos entre ambos municipios, muchos contagiados se autodiagnostican y pasan la enfermedad en casa.
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En parte porque las primeras horas del chikunguña son tan duras que dejan postrado en cama al infectado. Y también porque, insisten, de poco sirve ir a consulta porque el doctor se limitará a hacer el diagnóstico por observación —a falta de tests— para enviarlos a casa a tomar medicinas que solo se pueden conseguir en el mercado negro y a precios exorbitantes.
“Realmente no es culpa de las autoridades que no conozcan las cifras reales. ¿Pero a qué vas a ir (al médico)? ¿A que te indiquen un paracetamol cada cuatro horas, líquidos y reposo? Hay muchas personas que no pueden comprar ni un blíster de paracetamol, porque cuesta 500 pesos (4 dólares, al cambio oficial; el sueldo medio es de unos 54 dólares a ese mismo cambio)”, asegura Eneida Rodrígues, vecina de Cárdenas de unos 60 años.