Pablo de la Torriente Brau es, a no dudarlo, uno de los grandes periodistas cubanos de todos los tiempos. No importa que no haya nacido en Cuba, sino en Puerto Rico, en 1901, y que tampoco haya muerto en Cuba, sino en España, en 1936.
Tampoco importa que su carrera periodística haya sido, en realidad, corta, si se compara con la de otros ilustres de la prensa de la Isla. No estuvo décadas en una redacción ni se dedicó a dirigir periódicos como algunos de sus contemporáneos. La vida no le alcanzó para ello, o, más bien, no quiso dedicarla a ello.
El periodismo en Pablo es consecuencia, no causa. Más allá de colaboraciones y contactos en su primera juventud con medios como la revista Nuevo Mundo –de la que fue redactor, pero también repartidor y agente de suscripciones–, es en la primera mitad de los años 30 que explota su escritura cortante y renovadora, a la par de su accionar revolucionario.
Pablo fue una figura fundamental de aquella convulsa época de sacudidas sociales, revueltas estudiantiles, y represiones funestas, y sus reportajes, crónicas y testimonios así lo atestiguan. Desde su “105 días preso” publicado en El Mundo –y basado en su primera gran experiencia en la cárcel– hasta sus numerosos y encendidos textos nacidos en Ahora, muestran vívidamente el volcán que era por entonces su existencia.
Dos ejemplos bastan para comprender las excepcionales dimensiones de su obra periodística: “Tierra o Sangre”, en la que describe con maestría la lucha campesina por la posesión de la tierra en el Realengo 18, en el oriente cubano; y “La isla de los 500 asesinatos”, antecedente de su libro Presidio Modelo y fruto de su paso por la temible cárcel de la entonces Isla de Pinos junto a otros revolucionarios.
Exiliado en Estados Unidos por motivos políticos, se mantuvo escribiendo para publicaciones de ese país y también cubanas como las revistas Bohemia y Carteles, en las que publicó con el seudónimo de Carlos Rojas.
Finalmente, seducido por el huracán de la Guerra Civil española, partió para la península ibérica como corresponsal y no tardaría en pelar junto a las fuerzas republicanas. De aquellos, sus últimos días, dejaría constancia en su correspondencia y en brillantes crónicas que vieron la luz después de su muerte en combate, ocurrida el 19 de diciembre de 1936 en Majadahonda.
Sin embargo, aunque menos conocido y fértil, también hay otro Pablo. Uno que, aun cuando no pueda desprenderse totalmente de sus telúricas circunstancias, mira hacia otros temas en apariencia menos trascendentes desde el prisma político y escribe de ellos sin traicionarse a sí mismo.
Así lo hace en “Guajiros en Nueva York”, el hermoso texto –en el que no falta la crítica aguda– sobre la exposición del pintor cubano Antonio Gattorno en la llamada Babel de Hierro, que apareciera en Bohemia en junio de 1936 y que ganara el Premio Justo de Lara en 1937, meses después de la muerte de Pablo. Y así lo hace también en “Un polo ground cubano en Nueva York”, publicado en Cuba en 1936 y donde revela sus conocimientos deportivos desde una perspectiva casi sociológica.
Le dejo entonces con este último texto como muestra no del periodista beligerante e irónico que muchas veces fue, sino del que, con el oficio en ristre, era capaz de abordar cualquier tema con amenidad y rigor. El otro Pablo.
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Un polo ground cubano en Nueva York
La suerte criolla
Después del más cruel y tenaz invierno que recuerda Nueva York, que durante dos meses consecutivos vio cómo los termómetros no subían del punto de congelación, y la nieve perduraba hecha fango helado en las calles más transitadas, y paisaje polar en los parques y los techos, parece que, al fin, la primavera se decide a traer su aliento de vida, su respiración solar, y los árboles, más tarde que nunca, empiezan a cubrirse de botones, y los viejos y los niños ya van a los parques a coger un poco de la paradójica, pero real, sombra del sol.
En medio de esta pereza de la primavera, Dyckman Oval, el polo ground cubano, ha tenido una suerte excepcional. Allí, la blancura de la nieve desapareció antes que en ningún otro lugar de Nueva York, y, como consecuencia, la yerba ha empezado a cubrir el terreno, cuando en otros sitios ni esperanzas hay de ella aún. “Pura suerte criolla”, ha dicho la gente, pero Pompez, el Tex Rickard tropical de este polo ground cubano, que es el Dyckman Oval, como hombre a quien la experiencia de la vida le ha enseñado que la suerte es más suerte si se la ayuda un buen poco, todo lo ha ido preparando desde el invierno de manera tal que Dyckman Oval será el primer escenario de importancia que tendrá en esta ciudad su majestad el baseball, y sus New York Cubans, que el año pasado tuvieron una estupenda novena con la que por pura casualidad no conquistaron el campeonato, en esta nueva temporada aparecerán sobre el terreno, con uniformes tan lujosos como los anteriores, y con el mismo espíritu agresivo que les valió la estimación de los fanáticos, aparte, naturalmente, de toda suerte de refuerzos, y de recursos.
El polo ground cubano
Dyckman Oval puede ser considerado el polo ground cubano de Nueva York. Se ha hecho con esfuerzo cubano y es el home de los New York Cubans, uno de los teams más poderosos que pudieran hacerse en Cuba, con jugadores de todos los tiempos.
Dyckman Oval está por cerca de Van Cortlandt Park, próximo lugar donde el subway de la Séptima Avenida se transforma en elevado, por la calle 215. Y es un stadium amplio, abierto a plena luz, con capacidad para unas quince mil personas, y preparado para recibir una muchedumbre de más de 25 000 almas en los casos de partidos de football o matches de boxeo. Allí, cuando un bateador “decide” dar un home-run, tiene que botar la pelota a más de 365 pies por el right field y a más de 500 por el left… Allí, Babe Ruth, retirado ya entonces, a fines de la temporada que pasó, en una práctica botó a la calle catorce pelotas, consecutivamente… Allí, en las gradas, se hablan todos los idiomas de Nueva York, es decir, del mundo, y en el terreno se confunden jugadores blancos y negros, como en Cuba. De vez en cuando, de los altoparlantes desagua un sabroso son bien bongosero, mientras en las cornisas del stadium, alternando, flotan, la bandera de Cuba, y la bandera que algún día tendrá Puerto Rico. Esto, como homenaje de simpatía a los boricuas, que constituyen la mayor colonia hispanoparlante de Nueva York.
La mentira de un refrán
“Cualquier tiempo pasado fue mejor”, dice en tono refranesco el poema inmortal de Jorge Manrique, y la gente, siempre como la forma más fácil de criticar lo presente, se apoya en él con cierto dejo melancólico y fatalista.
Mas cuando se ve el Dyckman Oval, amplio y luminoso, y se piensa que es el home club de un team cubano, el refrán se viene abajo al simple recuerdo de tantas novenas que en el pasado, incluyendo los inolvidables Cuban Stars, tuvieron que andar de ciudad en ciudad y de terreno en terreno, “cazando” juegos para ir comiendo e ir dando a conocer la calidad estupenda de nuestros peloteros. Hoy, el polo ground cubano no solo es home club de los New York Cubans, sino que también ofrece magníficas facilidades para otros teams de peloteros cubanos, los que, sobre todo por las noches –y es necesario decir que Dyckman Oval es el mejor terreno nocturno de New York–, tienen chance de celebrar juegos, los que, el año pasado, reportaron gran beneficio por la asistencia de un público ya habitual.
La realidad es que, en la cristalización de esta obra, la suerte ha entrado por muy poco, y, si como he comentado antes, un refrán ha resultado mentiroso, en cambio hay que estar de acuerdo, en este caso, con aquel otro que reza: “Al que madruga dios lo ayuda”.
Un Tex Rickard de bronce
Porque es necesario reconocer que Alejandro Pompez “madrugó” en todo esto del baseball. Según cuentan viejos fanáticos, él fue el primero que sacó un team de pelota cubano a jugar por Santo Domingo, Puerto Rico y Venezuela, y más tarde por estos mismos Estados Unidos, por donde desde entonces ha vivaqueado, fijando al fin su residencia en la inmensidad indiferente de Nueva York, la meca de todos los aventureros del mundo, el cementerio de locas esperanzas, en donde muchos artistas que creían tener talento –¡y a lo mejor lo tenían!– terminaron en lavaplatos, oficio al que los cubanos, sin perder su proverbial buen humor, frente al fracaso rotundo que siempre impedirá el regreso, han calificado con el irónico calificativo: “¡Está imprimiendo discos!”.
En este mundo ha triunfado Pompez, por ser un Tex Rickard de bronce, mas no solo por la piel, sino por la tenacidad incansable en el esfuerzo. Su secreto estuvo en esto, en persistir y, sobre todo, en que tuvo el talento de [comprender] que a esta ciudad no se la podía conquistar sino ajustándose a ella. Porque aquí el secreto consiste en flotar, en dejarse arrastrar por la bárbara corriente y aprovecharse de los recodos que tiene, sin tratar de enderezarla, porque eso es el problema para luchadores y apóstoles precursores, pero no para un promotor de baseball. Así lo adivinó Pompez, que sin ambiciones ante la posteridad, estudió las debilidades de New York y de los newyorkinos y les sacó tan gran provecho que bien puede decirse que casi han pasado a segundo plano, en sus especulaciones comerciales, las actividades baseboleras. Porque en una ciudad tan grande, muy grandes han de ser sus puntos flacos. Y solo por eso, un hombre singular puede pasar aquí de promotor de novenas volantes a propietario de terrenos, a opulento señor de Harlem, con máquina nueva cada año y ropa de corte inglés.
Los New York Cubans del 1936
Pero la figura de Alejandro Pompez, que bien puede desfilar por una novela de Nueva York, no es lo importante en este artículo, sino su obra conectada con el gran pasatiempo americano.
El año pasado, los New York Cubans tuvieron una novena formidable, que después de un mal comienzo, debido a la falta de un team work, finalizó de manera espléndida y a punto estuvo de conquistar el campeonato de color de los Estados Unidos.
Este año, los New York Cubans, bajo el mando de Dihigo, han estado entrenándose en Jacksonville y se espera que desde el comienzo darán una muestra de su gran calibre dentro de la Eastern Colored League, en la que los más fuertes teams de color de Pittsburgh, Filadelfia, Detroit, Brooklyn y New York contenderán por el campeonato.
La Prensa, de Nueva York, ha recogido la noticia de que Pompez, para asegurar a su team el mayor chance por el campeonato, se ha gastado diez mil pesos en la compra de jugadores. Este dinero, en su mayor parte, ha sido para obtener los servicios de la famosa batería Brewer & Young, considerada tan buena que si fuera blanca no habría casi dinero para comprarla. Además, el team tendrán dos caras nuevas: a Bragañas, el pitcher cubano del Aztecas, de Méjico, y al dominicano Vargas, a quien los fanáticos llaman Tetelo, que será una indiscutible atracción de taquilla, ya que se le anuncia como el humano más veloz del diamante. Y aparte de estas cosas nuevas, la gruesa y tremenda artillería de Tiant, Salazar, Oms, Correa, Silvio Guerra, Santaella, el dominicano Martínez y los americanos Stanley, Thomas, Spierman, Duncan y Taylor, y como capitán, el gran Dihigo, cuya inverosímil versatilidad como jugador, cuya capacidad lo mismo para tomar el lugar del catcher o pitchear, o jugar cualquier posición del cuadro o de los files, maravilla tanto a los americanos como su poderoso brazo y su omnipotente batting.
Con esta novena, que ya tiene, además, fama de agresiva y que es un imán para los fanáticos, Pompez espera que sus New York Cubans conquisten el campeonato.
Y con ello, su fama crecerá por Harlem casi hasta igualar a la del famoso “Father Divine”… Que por algo mucha gente cree más en sus “milagros” que en los que pueda hacer este descomunal “Fidencio” americano.