Un año atrás, el 11 de marzo del ya fatídico 2020, las autoridades cubanas reportaron los primeros casos del SARS-CoV-2 en la Isla, justo el mismo día en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba oficialmente la pandemia de coronavirus. Se trataba de tres turistas italianos detectados mientras se hospedaban en una casa de renta en Trinidad, en la central provincia de Sancti Spíritus.
Solo un día después se conocía del primer cubano contagiado: un joven de la ciudad de Santa Clara ―infectado por su esposa, una boliviana llegada días atrás de Lombardía, Italia―, quien sería, a su vez, el primer paciente recuperado en Cuba antes de que finalizara el mes. Y apenas el 18 de marzo moría uno de los tres italianos confirmados una semana antes, para convertirse así en la primera víctima mortal de la COVID-19 en la nación caribeña.
Doce meses han transcurrido desde aquellos primeros contagios y la enfermedad, lejos de remitir, vive hoy su escenario más complejo. La Isla, que había logrado mantener mayormente a raya al coronavirus durante el 2020, atraviesa hoy un duro rebrote, con cifras hasta ahora inéditas para el país, mientras el mundo ―que registra ya más de 118 millones de infectados y de 2,6 millones de fallecidos― se debate entre cierres y reaperturas, hospitales colapsados, campañas de vacunación y la propagación de nuevas cepas.
Como ha sucedido en casi todo el planeta, Cuba ha experimentado distintas etapas a lo largo de la pandemia. Desde la primera ola, entre marzo y mayo aproximadamente ―con su mayor pico en abril, mes en el que se registraron 1.324 casos y 57 fallecidos―, hasta la tercera ola actual, por mucho la más nefasta ―con más de 50.000 contagios y más de 220 muertos, desde diciembre hasta la fecha―, la nación ha vivido momentos de alzas y bajas, de contenciones y rebrotes, de reforzamiento y flexibilización de las medidas y restricciones establecidas para controlar la propagación del virus.
Con el imperativo de preservar la salud y la vida de los cubanos y, al mismo tiempo, de mantener la vitalidad de la economía ―que cayó hasta un 11% el pasado año en medio de las tensiones por la COVID-19 y el bloqueo/embargo estadounidense―, el gobierno de la Isla ha ido cerrando y reabriendo en función del escenario epidemiológico de cada momento y territorio, siguiendo las pautas de las autoridades sanitarias y el consejo de científicos y especialistas de diversos sectores.
Ha sido un camino arduo, no exento de indisciplinas y dificultades, de incongruencias y exceso de confianza, de rectificaciones y constantes llamados de atención, en el que la curva de contagios ha subido y bajado, y luego vuelto a subir ―en lo que va de 2021 se han prácticamente cuadruplicado los casos de todo el 2020―, para acercarse ya a los 60.000 positivos. Pero, a pesar de ello, y de las innegables carencias materiales y limitaciones financieras, no caben dudas de los éxitos y aciertos de la Isla en su combate contra la COVID-19.
Los protocolos sanitarios y las medidas higiénicas y de seguridad aplicadas, como parte de una estrategia que ha sido reconocida por organismos y expertos internacionales, han probado su efectividad en el terreno, en el día a día, aun cuando la irresponsabilidad y las violaciones de lo establecido hayan propiciado brechas que no ha perdonado el coronavirus. Todo ello ha sido seguido, analizado y coordinado sistemáticamente desde el gobierno, por el grupo de trabajo creado para el tema de la pandemia, encabezado por el presidente Miguel Díaz-Canel, y de conjunto con el Ministerio de Salud Pública ―que tiene también a su cargo las esperadas conferencias de prensa diarias― y las autoridades locales.
De igual forma, resultan indudables los logros de la ciencia y la medicina cubanas en el enfrentamiento a la enfermedad. Los tratamientos aplicados, tanto los preventivos a sospechosos, contactos, vulnerables y personas en situaciones de riesgo, como los destinados a los ya enfermos ―y dentro de estos, en particular, a los pacientes graves y críticos―, han sido fundamentales para evitar mayores picos de contagios, más personas en cuidados intensivos y más víctimas mortales, aunque la tercera ola que azota al país haya hecho crecer las estadísticas negativas y haya multiplicado tristemente los fallecidos hasta llegar al cierre de este miércoles a los 361, entre los que, eso sí, no se cuentan niños, adolescentes ni embarazadas.
La actualización sistemática de los protocolos médicos ―en los que tienen un indiscutible protagonismo los fármacos hechos en Cuba― a partir del avance de la pandemia y las investigaciones realizadas dentro y fuera de la Isla, es una de las fortalezas que exhibe hoy la nación caribeña; al igual que el contar con un personal sanitario calificado y consagrado, que lleva ya un año cara a cara con la pandemia, tanto en las zonas rojas de los hospitales, centros de aislamiento y en las comunidades cubanas como en los alrededor de cuarenta países y territorios a los que han llegado brigadas del contingente internacional Henry Reeve.
También son fortalezas de Cuba sus numerosos estudios sobre la COVID-19, su incidencia y secuelas; la colaboración entre sus diversas instituciones científicas; la producción de medicamentos, insumos y dispositivos para la lucha contra la enfermedad; la creación de una red de laboratorios para su diagnóstico ―que supera ya la veintena y en la que han llegado a procesarse más de 20.000 muestras de PCR en un día―; la elaboración de modelos de pronósticos y bases estadísticas, utilizados luego en el diseño de los protocolos y la toma de decisiones; y el desarrollo de candidatos vacunales propios, con vistas a la inmunización masiva de los cubanos y su empleo fuera de la Isla.
Así llega a Cuba a un año con el coronavirus. Con logros indiscutidos y, a la vez, con un complejo panorama epidemiológico. Hoy, en medio del actual rebrote, casi todas provincias de la Isla han retrocedido a la etapa de transmisión o a fases recuperativas iniciales, mientras la tasa de positivos autóctonos en los últimos 15 días es de 107,6 por cada 100 mil habitantes, una de las más elevadas de toda la pandemia, los casos activos son 4.656 tras el décimo día de marzo y el número de pacientes en cuidados intensivos marca un récord negativo, con 80.
La Habana, con más de 26.500 infectados ―poco menos de la mitad del total del país― sigue siendo el epicentro de la epidemia, como lo ha sido durante casi todos estos meses, aunque, más allá de la capital, el SARS-CoV-2 se ha expandido por la geografía cubana y apenas el municipio guantanamero de Yateras no ha reportado casos propios de la enfermedad. Santiago de Cuba, Guantánamo y Pinar del Río son otros territorios con números rojos en el último año ―debido, principalmente, a la actual oleada―, mientras Cienfuegos y Las Tunas han sido las provincias menos golpeadas por el virus.
En este difícil contexto, es grande el desafío que la Isla tiene aún por delante. Incluso con la vacunación en el horizonte, con los esfuerzos ya realizados y los proyectos en marcha, queda mucho por hacer todavía. Cierto que lo conseguido hasta ahora invita, cuando menos, a dar a Cuba, a sus profesionales de la salud, científicos, autoridades y población en general, un voto de confianza. Pero tal empeño debe ser respaldado con responsabilidad, constancia y disciplina ciudadana. Solo así podrá vencerse la COVID-19.