Se está acercando un día feliz. Sobre todo para los floreros. Hay quien escucha sus precios y piensan que están de madre. O que no tienen madre. Dime tú, Francis del Río, dónde anda ese que “si no tenías dinero, ay, las flores te regalaba.”
Aunque uno de los mandamientos del cuentapropista cubano es “Nunca admitirás lo bien que pueda irte”, este negocio es próspero, tanto para el agricultor como para el vendedor, y hasta los más ateos dan gracias a Dios por la religiosidad del cubano.
La familia Catalá se dedica hace años a la siembra de flores y algún que otro frutal. Paga una media de 60 pesos el jornal, con almuerzo incluido, y todavía sacan ganancias. En su finca de San Antonio cultivan mucha margarita japonesa, porque tienen diversos colores y florecen cada tres días. También siembran terciopelo, girasoles, y tienen parcelas especiales para las fechas significativas, como los días de las madres, los padres y los fieles difuntos.
Jesús, uno del clan, dejó la ingeniería eléctrica para dedicarse a la floricultura, pues aprendió muchos secretos de este arte en Güira de Melena y Alquízar, que son la mata de las flores y el ajo en el occidente cubano.
“No todos tiene la gracia”, señala. Es preciso un know-how, pero también ciertas condiciones. Por ejemplo, las semillas de gladiolo hay que guardarlas en frío, y los Catalá tienen neveras destinadas a preservarlas.
De igual manera, tampoco hay que ser una lumbrera para cultivar flores: la sabiduría que el guajiro adquiere en el surco no hay universidad que la enseñe. Hace años conocí en Santa Clara a un horticultor peculiar: parecía un mastodonte y le llamaban Mariposa. Era un mulo de entendederas cerradas, pero sabía sacarle dinero a las flores. Tenía tanto que lo guardaba en sacos, bajo la cama, y de vez en cuando se le podría alguno con la humedad. Aún así, era un solitario, y un día se colgó del único gajo que soportó sus 150 kilos de humanidad.
Por suerte, las anécdotas macabras no abundan en el mundo de las flores. Eso sí, a veces los productores se quejan de que el florero gana más que ellos, pero algún plus debe tener el desandar calles pregonando la mercancía, bajo sol o lluvia.
“De toda una vida las flores han sido de calle y pregón”, afirma Carlos Castro. Me lo topé con su triciclo en una esquina habanera, y me contó sus peripecias como vendedor de flores al módico precio de un girasol pa Cachita.
Trae su amplia oferta de la cooperativa Fructuoso Rodríguez, cercana al Café Colón, que viene a ser el Wall Street de las flores en La Habana. Ahí convergen los dueños de varias fincas habaneras para surtir a los vendedores ambulantes. De la cosecha, la mitad para el Estado, y el resto para vender. La jornada comienza bien temprano.
Carlos madruga para buscar las flores, que primero tiene que limpiar y luego envolver. Al alba comienza la venta, que dura toda la mañana y parte del mediodía. Al atardecer, todos se recogen en las fincas, donde están las mesas para preparar la mercancía del día siguiente.
Contrario a lo que muchos piensas, lo de menos son las rosas para los enamorados. “El amor no mantiene este negocio, sino la religión”, asegura Carlos. En efecto, el poco rato que paso a su lado vende muchas flores litúrgicas: el girasol para Oshún, la azucena para darse baños purificadores, los Siete Rayos, la Espada de Shangó, la Copa de Shangó, San Diegos, siemprevivas, claveles, margaritas y príncipes negros destinados al altar doméstico o a algún “trabajo”.
“En Cuba to′l mundo cree. Salvo el día de los enamorados, de las madres o la mujer, la gente solo compra flores pa′ sus santos. Yo no creo en ná, pero me conviene que la gente crea”, dice Carlos antes de pregonar un sonoro margaritaaaaa pa′ las niñas lindas, azuceeeeenas pa′ahuyentar las penas…
Las nuevas políticas económicas le favorecen. Antes pertenecía a la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, con precios fijos que daban poca ganancia. Ahora los vendedores de flores pasaron al Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, pagan sus tributos y establecen sus precios. Tienen sus papeles en regla, y los inspectores se contienen ante una licencia. Igual se quejan de limitaciones. Por ejemplo, no pueden estacionarse, ni vender cerca de un mercado, ni circular por avenidas principales, como 23.
Pero tranquilos, que si los problemas fueran mayores que las ganancias ninguno andaría con sus cajones a retortero, dando pedales por La Habana, y pregonando como Pavarottis tropicales un estentóreo “Flores… floreeerooooo ¡FLORES! Coge tus lindas flores…”
Fotos: Daniel Álvarez Durán
Fotos tomadas en 23 y 12, el sábado 11 de mayo, cuando los habaneros se preparaban para homenajear a las madres en su día.
Bueno, pasará como con las frutas, que como ” lo que vende” son dos o tres variedades, pues sólo cultivan esas variedades con fines especulativos, y el resto…bien, gracias. Y así como casi ningún niño joven cubano ha visto jamás un caimito, una guanábana o un marañon en un agromercado, en el futuro pocos sabrán lo que es un tulipán, un clavel o una simple y cubanísima mariposa