El papa emérito Benedicto XVI inició hace hoy una década su única visita a Cuba, a donde llevó un mensaje en favor de la reconciliación entre cubanos y de las libertades fundamentales, y con el que pidió “cambios” lejos de “posiciones inamovibles”.
Su viaje al único país comunista de América, donde lo recibieron efusivamente las autoridades y el pueblo, se enmarcó entre la histórica visita de su predecesor, Juan Pablo II, y las dos que hiciera posteriormente su sucesor, el papa Francisco.
“Llevo en mi corazón las justas aspiraciones y legítimos deseos de todos los cubanos, dondequiera que se encuentren”, dijo Joseph Ratzinger tras el discurso de bienvenida del entonces presidente del país, Raúl Castro, quien le dio por seguro el “afecto” y respeto” de Cuba.
El pontífice se mostró confiado en el futuro de Cuba y aludió al “momento especial” que atravesaba la isla, en referencia al proceso de reformas económicas propiciado por el entonces presidente.
“Estoy convencido de que Cuba, en este momento especial de su historia, está mirando al mañana, y para ello se esfuerza por renovar y ensanchar sus horizontes (…)”, expresó.
Ante una multitud, Benedicto XVI llamó a los cubanos en su primera misa en la isla a dar vigor a la fe y luchar “para construir una sociedad abierta y renovada, una sociedad mejor, más digna del hombre” con las armas de “la paz, el perdón y la comprensión”.
En su segunda homilía, multitudinaria y en la emblemática Plaza de la Revolución José Martí de La Habana, defendió los derechos humanos y el derecho de la Iglesia a jugar un papel importante en la opinión pública.
“La Iglesia vive para hacer partícipes a los demás de lo único que ella tiene, y que no es sino Cristo, esperanza de la gloria. Para poder ejercer esta tarea, ha de contar con la esencial libertad religiosa, que consiste en poder proclamar y celebrar la fe también públicamente”, afirmó.
Reafirmó su mensaje de reconciliación al pedir que “Cuba sea la casa de todos y para todos los cubanos”, apremió a desterrar las “posiciones inamovibles” y animó al “diálogo paciente y sincero” para solucionar discrepancias y dificultades.
En su última jornada en Cuba, Benedicto XVI se reunió con Raúl Castro, a quien solicitó declarar festivo el Viernes Santo, y la respuesta fue instaurarlo desde entonces.
Ratzinger también mantuvo un encuentro con Fidel Castro, que desde 2006 se había retirado del poder debido a una grave enfermedad y quien había accedido a la petición del papa Juan Pablo II durante su histórica visita en 1998, de restablecer la festividad de la Navidad.
Antes de regresar a Roma, Benedicto XVI abogó por “cimentar una sociedad de amplios horizontes, renovada y reconciliada”.
Asimismo, criticó las “medidas económicas restrictivas impuestas desde fuera del país que pesan negativamente sobre la población”, en una velada crítica al embargo económico de Estados Unidos a la Isla.