Algún secreto debió incrustarla allá, al borde de la cima. Sentarse en su lomo elefantiásico y mirar con el viento en el rostro hacia el sur el infinito Mar Caribe, resulta imponente. Una alfombra verde tupida se extiende en lontananza hasta sucumbir desteñida en el azul ribereño. Pareciera un cuadro típico de Esteban Chartrand. La Gran Piedra está en la cúspide. Y no se trata de una perogrullada.
Recién se ha hecho público que en Santiago de Cuba, la Sierra de la Gran Piedra —incluidas las Alturas de Santa María de Loreto y parte de las Terrazas Costeras de Mar Verde-Baconao— ha sido declarada segundo geoparque nacional, que viene a secundar al Valle de Viñales.
“Esto es en reconocimiento a la representatividad, la cantidad y el valor de los geositios que posee, así como por la necesidad de gestionarlos, conservarlos y usarlos de manera sostenible, en conexión con los demás aspectos del patrimonio natural y cultural existente. Para orgullo nuestro se aprueba al Centro Oriental de Ecosistemas y Biodiversidad (Bioeco) como organismo gestor y protector del geoparque, junto a otras entidades del territorio”, publicó en sus redes esta importante institución científica con más de 30 años de experiencia en la salvaguarda de la biodiversidad cubana y del Caribe.
Puede afirmarse que esta piedra vale lo que pesa. Tiene un peso estimado por encima de las 65 mil toneladas (lo mismo que la cúpula de la Catedral de San Pablo, en el corazón de Londres, o equivalente a un transatlántico moderno), 51 metros de largo y 30 de ancho (digamos medio campo de fútbol), 26 de alto y una superficie donde caben varias decenas de personas. Aparece grabada en el libro de los Récord Guinness como la roca de su tamaño de origen volcánico a mayor altura (1 225 metros sobre el nivel del mar) y la tercera por sus dimensiones a nivel mundial. Asimismo, es Monumento Nacional desde el 30 de diciembre de 1991.
Su historia se remonta a siglos atrás. Desde el siglo XVIII esta montaña mágica ha servido de inspiración para poetas y cronistas. Fue el foco paradisíaco donde halló refugio la emigración francesa que llegó en oleada al suroriente cubano tras la Revolución de Haití. Dedicados a la plantación cafetalera, esos colonos fundaron verdaderos modelos de la arquitectura vernácula e industrial de la época colonial, cuyos vestigios pétreos pertenecen desde el año 2000 a la lista de Patrimonio Mundial emitida por la Unesco. En la actualidad se mantiene como motivo de postales y fotografías, e imán para el ecoturismo.
En la década del 1940 se creó el Grupo Humboldt, que tuvo entre sus miembros a destacados intelectuales, historiadores y científicos como Francisco Ibarra, Fernando Boytel Jambú, Felipe Martínez Arango, el alcalde Luis Casero Guillén, Ulises Cruz Bustillo y Pedro Cañas Abril, entre otros. Ellos tenían un lema: “Conozcamos a Cuba”, basado en interactuar con espacios naturales de interés social, histórico y turístico, a fin de promover su divulgación y custodia. Pues el Grupo Humboldt impulsó las primeras ideas para la creación de parques nacionales, entre ellos el de la Gran Piedra y el Pico Turquino, atendiendo a los sobrados valores de dichos ambientes.
De cómo la piedra llegó a la cima
Colosal, como la piedra misma, es el enigma de su origen. Para quien la ve es inevitable preguntarse cómo pudo llegar semejante pedrusco a un punto tan elevado. Nadie lo sabe con certeza, y lo mismo que las líneas de Nazca, en Perú, los moáis en la Isla de Pascua y la existencia del Yeti, la respuesta sigue suspendida en los feudos del misterio.
Una teoría plantea que se trata de un meteorito caprichosamente posado en ese epicentro, hace millones de años. No falta la extravagante versión de que detrás de todo estaría la mano extraterrestre. Pero el argumento más creíble, y probable, se asocia con la remota explosión de un volcán submarino.
En un artículo titulado Sismos y cafetales, publicado en marzo de 1963 en el periódico Hoy, Nicolás Guillén fijaba el origen de la roca en fecha más reciente, exactamente en 1852. El poeta y narrador basó su tesis en el libro Naturaleza y civilización de la grandiosa Isla de Cuba, de don Miguel Rodríguez Ferrer, editado en Madrid en 1876, en el cual este autor reseñaba que los cafetales de los franceses radicados en el partido oriental acabaron arruinados por un terremoto acaecido el 20 de agosto de 1852:
“En los campos y en los cafetales, sobre las cumbres de aquellas grandes y pintorescas montañas que un día me cautivaron, y en donde se multiplicaban más los preciosos cafetales, el horror del terremoto fue superior, porque los esparcidos habitantes de aquellas alturas vieron subir y bajar sus moles inmensas. […] muchas piedras multiplicaron sus caídas y hubo una que después del terremoto del 20, descendió de la montaña y arrastró el bohío o la casa de los negritos jóvenes (criollitos), que por gran felicidad se estaban bañando entonces en un arroyo algo distante, lo que les proporcionó el poderse librar de su violencia. Este gran bloque lanzado desde tanta altura, se llevó por delante cuanto encontró a su paso y fue a parar a legua y media del punto de partida, causando un estrépito que se oyó a más de dos leguas de distancia. En los cafetales de Anita, Carolina, San James, La Sofía, El Kentucky y La Africana cayeron también iguales piedras”, describe el español.
Sin embargo, si bien el sismo pudo tener fuerza suficiente para generar un alud eventual —entiéndase que por su magnitud sacudió las ciudades de Santiago de Cuba, Baracoa, Gibara, Holguín, Bayamo, Manzanillo y hasta Kingston, capital de Jamaica—, es difícil creer que haya levantado el colosal peñasco como corcho en la cresta de una ola.
De acuerdo con una investigación científica llevada a cabo en los años 1983-1985 por una brigada soviético-cubana, basada en estudios estructurales, geofísicos, geoquímicos y estratigráficos de la zona, los expertos concluyeron que la descomunal roca era una ignimbrita (tipo de roca volcánica), producto del último episodio volcánico del archipiélago, ocurrido en el Paleógeno y que cesó hace 50 millones de años, en coincidencia con la secuencia de formación de las minas de El Cobre que, con fuerza descomunal, lanzó fragmentos de tobas en estado semifundido. Luego la erosión natural haría de lo suyo para acabar de moldear el guijarro talla XXL, en tanto su masa presenta resistencia al viento, la lluvia y otros eventos climatológicos.
Para subir al cielo se necesita
A los dominios de la Gran Piedra se ingresa desde el caserío de Las Guásimas. Llegar a sus elevados confines exige mucho entusiasmo y voluntad, calzado cómodo y una mochila cargadita con agua y refrigerios, preferentemente ricos en energía si se pretende vencer los opresivos 14 kilómetros que van desde la carretera Santiago-Siboney hasta la villa turística, donde a su vez nace la rampa serpenteante que conduce directo al bloque.
La vía es marcadamente empinada, con piedras de todos los tamaños por doquier, pronunciadas curvas y al límite de barrancos que la hacen bastante severa para choferes y vehículos. Los más que circulan son los transportes de turismo, camiones de la empresa forestal y carros particulares con tarifas que suben hasta las nubes. Antes, una vez al año, llegaban los pedalistas para conquistar uno de los premios de montaña en la devenida intermitente vuelta ciclística a Cuba. No por gusto entre los principales lamentos o anhelos de lugareños y excursionistas está disponer de una ruta de transportación serrana funcional y segura.
Rendidos ante la fatiga y la perplejidad en pos del ascenso, algunos se sientan a pedir “botella”, mientras los más osados ponen a prueba su resistencia física y mental al vencer el trayecto completo a paso de infantería, modalidad más popular en grupos de jóvenes o estudiantes que se auto-imponen el desafío como actividad de adrenalina. A lo largo de la maratónica travesía se disfruta del ambiente frondoso, a tramos inquietan los restos de derrumbes sobre la carretera, a lo lejos el litoral. Mientras más se acerca uno a la cumbre aumenta la neblina que se convierte en bálsamo para el cuerpo fatigado, manantiales taciturnos sirven de abrevadero, esporádicas matas de frutas cimarronas sirven de distracción. Casi llegando se cruza la entrada al Jardín Botánico, donde cultivan plantas exclusivas como el ave del paraíso, dalias, magnolias, gardenias, agapantos.
Para quien escruta minuciosamente, la diversidad de la flora y la fauna sobresale como uno de los regalos de este territorio cautivante y azaroso. La variedad de especies vegetales sobrepasa el centenar, de ellas 222 de helechos y 352 de orquídeas; abundan los eucaliptos, los pinos maestrenses, cubenses, cipreses y floresta silvestre.
Las bondades de ese microclima han sido aprovechadas —por increíble que parezca— para experimentar cultivos de frutas exóticas como manzanas, fresas y melocotones. Con más de 900 especies, la fauna es otro encanto, dado sobre todo por la posibilidad de observar en su hábitat a carpinteros, zorzales, gavilanes, torcazas, mayitos, cartacubas, tocororos, lagartos, culebras y la rara mariposa Greta cubana, también llamada “mariposa de cristal” por tener las alas transparentes.
La pintoresca comarca encierra además leyendas de aparecidos y botijas enterradas, tradiciones, lugares, nombres. Es un ambiente colmado de silencios, parajes desolados, bohíos taciturnos, señales de humo de fogones de leña. Hombres y mujeres campechanos y hospitalarios, pero de gestos adustos y rostros herméticos, como si llevaran fundida en la cima del alma la veta gris de la geografía distante y telúrica; que evoca a los personajes del universo rulfiano, condenados a un destino de abandono y soledad.
Turismo de altura
La Gran Piedra representa el punto prominente del sistema montañoso que circunda la capital oriental y destaca como uno de los máximos monumentos del Gran Parque Nacional Sierra Maestra.
Para el acceso final a la piedra hay que remontar 459 escalones. En realidad, este tramo no es de temer, se avanza ligeramente —quizás 20 minutos— por una senda nivelada con tres descansos que permiten tomar aire. La cortina de nubes, el suelo tapizado de musgos y el cobijo de un bosque húmedo y sombrío otorgan cierto halo místico al pasadizo, como antesala del encuentro cara a cara con la mole. A medida que se avanza, poco a poco, la roca se va haciendo más gigante ante los ojos atónitos. La naturaleza hechiza al convidado.
Luego de trepar por una última escalerilla metálica, que a priori suele impresionar por su verticalidad y altura, queda la inmensa roca bajo los pies. Esta plataforma deviene mirador natural, conocido como “el coloso entre las nubes”, desde donde se obtiene una magnífica vista panorámica de 360 grados. En dirección sureste pueden verse las comunidades costeras y playas de la Reserva de la Biosfera Baconao y más allá Guantánamo; mientras en sentido contrario, hacia el oeste, burbujea a 25 kilómetros la ciudad de Santiago. Se dice que en noches despejadas pueden verse los resplandores de Montego Bay, en Jamaica.
Desde un enclave adyacente, el radar meteorológico RC-32B vigila los malhumores del clima. Fabricado por Mitsubishi e instalado en la Gran Piedra en 1973, es el más oriental y el más alto, y uno de los más antiguos del país. Fue de mucha utilidad en el monitoreo de huracanes como Sandy y Matthew, los de más presente recuerdo en esa parte geográfica.
También en las proximidades asoman entre la maleza las ruinas de haciendas cafetaleras —al menos han sido identificadas 111 en mejor o peor estado de conservación—, caminos sinuosos y con lajas, secaderos, acueductos, puentes, tumbas sin nombre. Es la huella imborrable de la presencia franco-haitiana en ese lomerío.
Recreación de aquellos tiempos de esclavitud y prosperidad es el museo “La Isabelica”, único de su tipo en el Caribe y situado a poco más de dos kilómetros de La Piedra. Fundado el 18 de mayo de 1961, el museo ocupa la antigua propiedad de dos plantas del francés Víctor Constantin, y a través de 17 salas expositivas muestra instrumentos de producción, mobiliario, retratos y documentos vinculados al imperio del café. En los exteriores pueden verse los secaderos, la tahona o molino, el horno de cal, el aljibe y la estrecha barraca donde dormían las sirvientes domésticas. En La Isabelica se encuentra la placa que identifica como Patrimonio Mundial al Paisaje Arqueológico de las primeras plantaciones de café en el sudeste cubano.
Por sus singularidades geomorfológicas, ecológicas, climatológicas, patrimoniales y paisajísticas, el paraje deviene sitio ideal para practicar turismo especializado de ciencia, aventura o naturaleza. Para los amantes de esta clase de entretenimiento se alza allí el hotel Gran Piedra, de la cadena Islazul, que dispone de 17 cabañas y 5 bungalows de curiosa construcción —soldados en la ladera— y agradable confort. La opción recreativa por todo lo alto incluye ofertas de recorridos en jeep, senderismo, montañismo, ciclotour, entre otras bondades.
Sabemos que adentrarse en la cordillera de la Gran Piedra no es cosa de todos los días. Aun cuando sea una vez en la vida, vale realizar este tour concebido para disfrutar de un paisaje inolvidable y de las extraordinarias historias que marcaron esos senderos; tomándose el tiempo necesario para realmente entrar en contacto con su gente, sus rincones y descubrir los secretos mejor guardados.
“He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada”. Más que en lo alto, la felicidad está en el camino, parece decir con esa frase el comediante y ventrílocuo mexicano Johnny Welch en su poema “La Marioneta”, atribuido a García Márquez en la era de internet.
Sin dudas, cuando el viaje es una forma de ensayarse ante la cuesta y construirse desde afuera hacia adentro, subir lomas siempre será una oportunidad de crecimiento, una experiencia única. Si se hace en buena compañía, compartiendo objetivos, entonces promete ser una aventura mucho más entretenida de la cual se regresa con un montón de anécdotas divertidas para contar después.
En la vida a veces somos el pie, a veces la piedra. El pie es el que quiere dar el siguiente paso, el que avanza para impulsar un cambio; la piedra es la rigidez, la inmovilidad. La manera en que una piedrita se cuela en lo profundo del zapato es una incógnita, y una molestia insoportable. Pero tratándose de una excursión a este paisaje cubano esa relación piedra-pie adquiere otro sentido. Sería más bien un pellizco de felicidad. Conquistar la icónica cima da la sensación, por pasajera que sea, de estar en el cielo; o, cuando menos, de tener una Gran Piedra bajo el zapato.