Cuando le otorgaron el Premio Nacional de Artes Plásticas 2021 por la obra de una vida, Alberto Lescay dejó claro que, sin embargo, su obra estaba empezando. El líder de la Fundación Caguayo no se permite un minuto de descanso y siempre está emprendiendo un nuevo camino. Bien lo saben quienes lo acompañan en cada una de sus actividades.
Un monumento en La Habana dedicado al poeta estadounidense Langston Hughes (1901-1967) y otro a José Martí en Tampa (Florida) son dos de los tantos proyectos en los que está inmerso en este momento Alberto Lescay Merencio (1950).
Otra gran aspiración, después de tantos años de trabajo y espera, es el definitivo emplazamiento del monumento dedicado a José Antonio Aponte (1760-1812), símbolo de la rebeldía de negros y mulatos cubanos.
Comprometido con la ética y la estética
Nacido en la loma más alta de una finca plantada en Peladero, cerca del Central Baltony en Santiago de Cuba, Lescay recibe años después su título de graduado de la enseñanza artística en la especialidad de pintura.
Más adelante, sería uno de los pioneros del diseño escenográfico del canal Tele Rebelde, fundado en 1968 en su ciudad natal y luego, para completar la teoría aprendida en la Escuela Nacional de Arte, puliría su técnica en Europa, hasta graduarse como Maestro en Arte en la Academia Repin de Escultura, Arquitectura, Pintura y Gráfica de San Petersburgo.
De ese tiempo sobrevivió un diario con las anotaciones hechas por Lescay durante sus estudios, compilados en el libro Agenda de notas: Lescay: 1863 días en la URSS (Ediciones Holguín).
El maestro santiaguero es el autor del icónico monumento al Mayor General Antonio Maceo, convertido en todo un símbolo de la urbe oriental, y del Monumento al Cimarrón, ubicado en El Cobre.
“Para hacer un monumento hay que estar acompañado de voluntades, dinero y poner de acuerdo a muchas personas; al menos esa es mi experiencia. Por diferentes razones puede demorar entre siete y ocho años como promedio. Por ejemplo, el monumento a Maceo demoró nueve años; el de Rosa La Bayamesa, cinco, y el de Aponte, quince. Y me parece lógico, porque son muchos factores objetivos y subjetivos. No todo el mundo comprende la importancia social, cultural que puede tener un monumento y quizá por eso demora tomar la decisión”, dice a OnCuba.
Alberto Lescay ha logrado ser auténtico y coherente con su arte público y para el ello el mecanismo más eficaz ha sido la imagen, el color, las personas, la historia. “Siempre me ha interesado saber qué lugar debo ocupar en el tiempo que vivo. Soy un hombre entregado a la espiritualidad, al mundo, a los seres humanos, con un enfoque universal desde Santiago de Cuba”, afirma de manera categórica.
“Trato de ser en todos los ámbitos como soy y en los procesos creativos, como es natural, tengo mi gran oportunidad. No tengo otros compromisos que no sea con la ética y la estética. Creo en el arte como una forma de formación humana, de elevación espiritual a todos los niveles. Por eso me entrego y me entregaré siempre a él. El arte es sagrado. Somos llamados a comunicarnos con los dioses para devolver algo que puede ser interesante para muchas personas y eso hay que tomárselo muy en serio”, declara.
Justamente para (re)descubrir lo que mueve su mundo, hasta el 21 de mayo quedará a disposición del público habanero en el Museo Nacional de Bellas Artes la exposición Paisaje interior.
Advierte el autor que en ella encontraremos “obras muy duras que te pueden hacer llorar y otras hacer reír”.
La muestra, una de las más importante en la carrera de Lescay, confirma que el artista no cabe en encasillamientos de estilos o géneros.