En uno de los 120 stands que componen la XV edición de Arte en La Rampa se ha atrincherado la familia Santander, heredera de seis generaciones de ceramistas que, desde 1892, se han dedicado a convertir el viejo oficio de la alfarería en hermosas piezas de arte.
Allí, en el cubículo 15 dentro del patio del Pabellón Cuba, en el centro neurálgico del Vedado Capitalino, los Santander exponen su trabajo. Llegados desde Trinidad son fundadores del Fondo Cubano de Bienes Culturales y participan ininterrumpidamente de esta feria desde 2011.
Hermanos, hijos, abuelos, yernos… de una forma u otra, casi todos los miembros de la familia están vinculados al trabajo que realizan en los cinco grandes talleres de manufactura donde se emplea la técnica tradicional de impregnar el pigmento directamente en la arcilla.
Según Jesús Casas, uno de los yernos que ha asumido esta familia como propia, la participación de los Santander no es exclusiva de Arte en La Rampa, “hemos expuesto en Arte para Mamá, FIART; pero esta es la feria más extensa. El resto del año radicamos en una pequeña tienda aquí en el Vedado, en 21 entre 2 y 4; aunque mantenemos también la presencia en Trinidad, donde comenzó toda la historia”.
Pero ellos son apenas la punta del iceberg. Las familias como estas se reproducen en casi todas las áreas de venta: textiles, talabartería, orfebrería… y después de dejar atrás el cubículo de los Santander —casi a la entrada del área expositiva—, el visitante se sumerge en un verdadero vendaval humano.
Desde su apertura a las 2:00 p.m. el espacio se colma de personas que van a comprar, o simplemente a mirar, y terminan repletando los ajustados pasillos que forman los 120 stands.
Como viene sucediendo desde 1999, la feria reúne una variopinta representación de los artesanos del patio, quienes apuntalan sus puestos y por más de un mes (27 de junio-31 de agosto) se adueñan del recinto para mostrar sus producciones a quienes desafían el calor del verano caribeño.
Para aquellos que optan por sentarse a conversar alejados del ruido que desprenden las compras, sigue funcionando el Café EGREM, justo a la entrada del Pabellón.
Uno de los puntos de inexcusable visita para el visitante ha de ser la exposición fotográfica de Iván Soca, que bajo el título FormellManía reverencia al eterno Juan Formell, merecido homenaje a quien por décadas hiciera bailar a Cuba y al mundo al frente de Van Van. Las 25 imágenes, mostradas a lo largo del túnel que sirve de esófago al Pabellón, conectando la entrada y el patio central, son el preludio perfecto para la mixtura de estilos que se hallan unos metros más allá.
En el bazar improvisado hay espacio para todo, y para todos. Desde las decoraciones para el hogar hasta finísimas piezas de platería. Todo con el mismo precio que mantienen el resto del año y sumado a la locura que pareciera contagiar a vendedores y presuntos clientes, atraídos por el olor a cuero recién curado, los tragos preparados, la música que no descansa y las ofertas lanzadas en ráfaga a cada paso.
A los pasillos, repletos de almas indecisas, se entra por donde se quiere, o mejor, por donde se puede. No hay demasiado orden en la forma de clasificar las vidrieras o estantes, salvo en el caso de los calzados, ubicados en el último de los corredores y próximos a la débil brisa que corre adjunta a la calle N.
Los diseños son para satisfacer gustos, y algunos bolsillos; aunque es justo decir que la calidad es el signo común. Colores más llamativos, modelos convencionales, comodidad y durabilidad… esta de los zapatos es la zona que más mujeres concentra en el complejo arte de comprar.
En el resto de los sitios también hay mujeres, y hombres aunque en menor cuantía. A ellos les ha tocado la función de acompañantes/estibadores, mientras ellas revisan, revuelven, regresan sobre sus pasos al estante anterior, comparan precios y factura… una y otra vez.
Y no es para menos, en Arte en la Rampa se puede encontrar variedad, quizás no como en años anteriores cuando el patio del Pabellón resultaba ínfimo, pero variedad al fin y al cabo.
Para entender a cabalidad las dimensiones de la feria deben tenerse en cuenta tácticas militares. Primero buscar una posición alta y tratar de memorizar la forma de los pasillos. Segundo, realizar una larga y paciente labor de exploración que incluye el recorrido completo del perímetro y los precios para, finalmente, hacer el recuento de lo visto y lanzarse a la búsqueda de aquello que pueda interesar.
Hacerlo de otra manera es aventurarse a vagar sin rumbo entre la marea constante de almas que de manera incoherente pulula y suda en los pasillos a la espera de ser deslumbrada por el “artefacto que les cambie la vida”.
Sin embargo, en dejarse arrastrar por esa marea también hay buena dosis de poesía. Redescubrir la artesanía cubana y los diseños textiles, bien vale una tarde de verano.
Tras completar ese desafío a la resistencia humana —si se tienen fuerzas— los conciertos y espacios dedicados a personalidades de la cultura son una oferta constante de la feria. Peñas de trova, jazz, invitados como Leo Brouwer y Alberto Lescay, aseguran la pluralidad de opciones para los visitantes.
Los días más prometedores son los viernes, sábados y domingos. Las tardes cierran con música contemporánea de los más representativos grupos y solistas nacionales: Ivette Cepeda, Qva Libre, Luna Manzanares, Tony Ávila, Raúl Paz y David Blanco son algunos de los invitados a animar el Pabellón desde las 6:00 p.m.
Allí, alrededor del escenario, comienza la verdadera fiesta de la tarde, cuando los resplandores del sol queman menos y ya se ha caminado lo suficiente entre la artesanía cubana.