Por estos días, y hasta el fin de las vacaciones, la habanera galería Máxima presenta una exhibición personal de lujo. Se trata de Germinal, serie de seis piezas pictóricas de gran formato que su autor, Douglas Pérez, ha creado a partir de las icónicas litografías del francés Laplante contenidas en El libro de los ingenios, cuya primera edición data de 1847.
Douglas (Villa Clara, 1972) es un artista que trabaja, en lo fundamental, con las manifestaciones visuales de la historia, ya se trate del surgimiento y desarrollo de la industria azucarera en el país, o del fulgor y decadencia del barrio habanero de El Vedado. Entre sus series, me gusta recordar Pictopía y Gentrificación. La primera, un ejercicio desbordante de imaginación, anticipa cómo serían las ciudades del futuro; la segunda, se centra en aquellas instalaciones que ven “redirigidas” sus funciones: lo que antes pudo ser una fábrica emblemática, hoy es un parque de diversiones o un museo de ciencias naturales.
Estoy tentado a decir que Douglas es un pintor frondoso. Pero el adjetivo puede prestarse a equívocos, toda vez que hace pensar en un ritmo de creación acelerado, en el trazo gestual, en la colocación agresiva del color sobre la superficie… Y no es su caso. Cada pieza suya, meditada, cuidada al milímetro, refleja la laboriosa y apasionada búsqueda del métier. Es frondoso porque sus composiciones abundan en elementos, personajes u objetos, y también porque es un trabajador incansable que pinta para sí, sin concesiones de ningún tipo, a espaldas de la tiranía de la moda y las superficialidades de los comentarios de salones.
En Máxima sostuvimos este diálogo.
Germinal explora el universo de la industria azucarera, temática frecuente en tu obra, que tanta importancia tiene en la conformación de la identidad nacional, desde la época de la colonia. ¿Por qué esa recurrencia del tema? Más allá de la apropiación conceptual del ingenio, ¿hay en tu biografía puntos de contacto con el universo agroindustrial de la producción del que fuera el principal renglón económico del país desde el siglo XVIII?
El tema del azúcar y el contexto azucarero ha estado siempre ligado a mi vida, ya que desde pequeño vivía escuchando todo lo relacionado con la zafra y su órbita. Nací en un pueblo al centro de la provincia de Villa Clara que siempre se dedicó al desarrollo de la producción agroindustrial, específicamente a lo relacionado con la caña de azúcar y sus derivados. Me refiero a Santo Domingo, villa enclavada en la encrucijada de tres centrales que ya existían desde la etapa republicana y que se habían consolidado a través de generaciones en el desarrollo del rubro.
Supongo que también esto debería ser común para un gran número de cubanos, dada la participación decisiva que tuvo en la esfera económica y social de Cuba esta industria, por lo que infiero que mi obsesión por trabajar desde la pintura el tema sea el resultado del influjo familiar. Mis tíos trabajaban cortando caña o como técnicos en el ingenio. No lo tengo claro, pero el peso que siempre ha tenido en mi propuesta pictórica este tema, creo, es consecuencia también del trabajo de mi padre en el ámbito del periodismo villaclareño, pues esas trepidantes zafras anuales a las que, desde los años 70 hasta que desaparecieron, tuve la oportunidad de asistir como espectador sensible, fueron acompañadas por un gran despliegue cultural y propagandístico y un intenso activismo intelectual; no en balde el semanario humorístico de Las Villas se llama Melaíto, y mi papá fue colaborador durante muchos años.
También recuerdo un sinnúmero de publicaciones que salían de las manos de estos maestros del humor y de las cuales mi padre hizo alguna que otra portada; entre ellas una, llamada oportunamente Machos, Mochas y Muchachas, donde se publicaban poesía, décimas, cuentos, viñetas, caricaturas… En fin, para mí fue natural dibujar chimeneas blancas con humo negro, que veía desde cualquier punto del pueblo, y subjetivamente mi ingenua realidad entendía que la cultura que generaba esa azúcar y su variada agroindustria era sinónimo de opulencia y bienestar en un estado ideal de la vida.
Para la confección de estas piezas de gran formato partes de las espléndidas litografías de Eduardo Laplante. ¿Cómo leer el gesto? ¿Homenaje? ¿Apropiación posmoderna?
Descubrí la obra de Laplante cuando era estudiante de artes plásticas en el nivel elemental, a través de las clases de Historia del Arte. Aunque debo reconocer que, sin saber que eran suyas y mucho menos que eran litografías, ya en la enseñanza primaria de Historia de Cuba sus ingenios me eran familiares, pues servían de ilustraciones en los materiales de instrucción que todos los escolares recibimos sobre aspectos de la vida colonial del país. Muchos años después, este recurso de utilizar el imaginario de las artes visuales para conformar una noción de realidad pasada, dándola como verdad histórica y certeza antropológica, se ha convertido en parte activa de mi obra, en la que analizo críticamente, desde la cita lúdica y el entretenimiento tropológico, lo que intento desarrollar como una perspectiva neohistórica en la que uso tanto al arte como su historia. Por ello doy mucha importancia a esa casi imperceptible diferencia que existe entre homenajear y parodiar como recurso posmoderno.
No son pocos los retos técnicos que has tenido que asumir para la creación de las seis obras que conforman la muestra. El solo análisis de una de las piezas en cuestión daría para muchas páginas. Noto tu interés por sugerir el estado físico actual de los grabados de Laplante, las huellas que el tiempo y la corrosiva humedad de la isla ha dejado en ellos. Hay múltiples planos de color sobre la superficie de la tela, veladuras, miniaturas… Un proceso que intuyo muy laborioso. ¿Puedes referirte someramente a este aspecto? ¿Qué lugar ocupa la búsqueda de la pregnancia en tu ejercicio cotidiano?
Dentro de la estética en el arte hay un aspecto que me he propuesto atender y del que casi nunca un artista habla cuando de comentar la obra se trata. Es aquel que aborda los aspectos técnicos, y que más bien compete a la microestética. Un intento de dar respuestas a las interrogantes temáticas y conceptuales de los cuadros desde la fibra del pintor y su habilidad técnica.
En el caso de la obra de Laplante saltan inmediatamente preguntas como cuál fue el nivel de negociación al que pudo llegar, por ejemplo, con Don Justo Germán Cantero en cuanto a quiénes potencialmente consumiría el libro laminario y hasta dónde podría llegar en cuanto a licencias y aportes de su propia cosecha personal.
Una simple mirada basta para percatarse de ciertas alteraciones en cuanto a perspectiva y escalas. ¿Sería este un recurso estratégico del artista para ganar simpatías? Por los estudios de Zoila Lapique conocemos que habían varios talleres litográficos en la Habana del siglo XIX, de modo que no sería descabellado inferir que cierta competencia profesional debió existir: es perfectamente entendible, entonces, pensar que un golpe de efecto, basado en la ficción, pudiese ocurrir y estar implicado en el éxito comercial del volumen. No lo sabemos a ciencia cierta.
Esta obra está realizada en papel, y por la naturaleza del trópico y ciertas condicionantes físicas peculiares, así como factores externos que son muy significativos, han terminado transformándose definitivamente; hacen a estos grabados algo totalmente distinto de lo que originalmente fueron, y que va más allá del colorido manual al que se sometieron después de ser impresos.
Para pintar mi obra me he concentrado, además, en toda la literatura histórica que se teje alrededor de estos grabados, algo que va más allá que copiar las imágenes o regodearme en sus detalles.
La magnificación de la escala en estas pinturas, si se comparan con los formatos minúsculos de las litografías originales, hasta la metodología que acometo para tratar de imitar el efecto de hongos, las manchas del tiempo y la humedad o vectores impactando sobre el papel, le han conferido una marca visual significativa que algunos han confundido con estilo. Pero no es más que parte de mi búsqueda dentro de las calidades expresivas del lenguaje de la propia pintura; el proyecto está concebido como secuencia, donde una obra singular titulada Germinal africano funge como una semilla y da lugar a otras que, como una planta, se desarrollan y cambian en diferentes planos narrativos y formales que resultan el reflejo del propio proceso de producir los cristales de azúcar. Eso he querido recrear con esta exhibición.
Es evidente que, aparte de la seriedad con que asumes tu trabajo, te diviertes creando. Hay un cierto tono lúdico que recorre cada uno de los cuadros. La aparición en primer plano de un “jardín” silvestre con ejemplares de fauna foránea, que me recuerda a Rousseau, aunque no solo (“Germinal II”); la “Chocolate Grinder” de Duchamp (“Germinal VI”) sustituyendo alguna de las complejas máquinas del ingenio; la aparición de seres mitológicos desconocidos rodeados de elementos arquitectónicos propios del clasicismo (“Germinal III”); las gigantescas flores (¿campanas?) que coronan las estructuras metálicas (“Germinal V”) …
Es cierto que me divierte mi trabajo. Pienso que el arte está hecho a imagen de la creación. Es simbólico, al igual que el mundo terrestre es un símbolo del cosmos, y el humor es una condición que me permite sacrificar, de ser preciso, lo formal en estima de la función. Es curioso que hayas identificado la cita a la pintura de Henri Rousseau en ese cuadro. Precisamente, él se autodefinía como un pintor de la naturaleza, y nombraba “Esa naturaleza tan bella y tan grande que todo artista sincero está obligado a venerar”.
Pero viéndolo de forma realista, Rousseau nunca salió de Francia y se limitó a vivir su vida en las inmediaciones de París. Su “naturaleza selvática” es tan personal, que causó burlas en no pocas ocasiones, por lo que sus amigos rogaron a Apollinare que lo defendiera contra las risas y críticas del público. Sus cuadros más fabulosos proceden de copias de ilustraciones de revistas y catálogos, por lo que es un excelente ejemplo del impacto que su talento ha tenido para la cultura universal.
Es el mismo acto desacralizador de Marcel Duchamp, quien en su momento llamó a la pintura “la ciencia divertida”, claramente criticando la solemnidad de proclamar verdades absolutas o principios políticos desde un caballete. Muy común era escucharlo utilizar la expresión “idiota como un pintor”, y muy revelador resulta que el título de su último cuadro sea “Tu m’”; después se dedicaría el resto de su vida a “dadaizar” todo cuanto veía a su alrededor.
Cuando ves en algunos de mis cuadros estas citas, está claro que estoy abordando estas cuestiones, y, por supuesto, que lo hago con una sonrisa, lo que no significa ‘llana burla’. Esa palma real que ves representada en mi cuadro “Germinal V” es igual a la representada, desde hace cinco siglos, en los Archivos de Indias de Sevilla, y no ha perdido su poder simbólico ni la condición de belleza pura al ser la percepción singular de “alguien” que la inmortalizó para siempre.
La historia de la industria azucarera en Cuba no está exenta de drama; el primero y más doloroso de todos, el crimen de la esclavitud. Tu exposición se inaugura en un momento en que ese complejo agroindustrial está prácticamente extinto. En el pasado se acuñó una frase que nos parecía inamovible: “sin azúcar no hay país”. ¿Se recobrará la institución Central Azucarero? ¿Seguirá existiendo el país?
No lo sé. No tengo certeza alguna de si seguirá existiendo la industria azucarera ni el país. Yo me siento muy afortunado de vivir aquí. Lugar que inspira tanto, a pesar de todo lo crítica que está la situación. Mi fortuna se origina en el estímulo hacia la narración y el relato que esta realidad singular genera, y que la hace tan diferente y tan inexplicablemente atrayente a la libertad del arte. La pintura tampoco da respuesta alguna, es solo la continuación inmediata y aún más explícita de que hay un camino; no es el directo y realista hacia la felicidad que este pueblo busca, es un camino improbable hacia la celebración de la vida, al espacio de la imaginación donde se pueda convivir y morir confortado por un brujo y un misionero al mismo tiempo.
Qué: Germinal, exposición de pinturas de Douglas Pérez.
Dónde: Galería Máxima. Monserrate y Tejadillo, Habana Vieja.
Cuándo: Hasta septiembre de 2024. De lunes a viernes, entre 10:00 am y 5:00 pm.
Cuánto: Entrada libre, sin previa cita.