Fábrica tomada

Foto: Ismario Rodríguez Pérez.

Foto: Ismario Rodríguez Pérez.

Actualmente a la Fábrica de Arte van muchos turistas. A diferencia de otras sospechas ladronas de sueño, como que la cerveza que te tomaste el viernes era renvasada, o que ahora la moda entre los peloteros consiste en pasarse al equipo Industriales, resulta una verdad que se puede verificar en una noche y comentar al otro día. Pero también resulta una verdad contra la que no se puede hacer nada. Una fábrica clandestina puede cerrarse, y cualquiera de nosotros puede enviar una carta amistosa a las familias Gourriel y Mesa, pero ¿quién tiene la culpa de que la Fábrica de Arte se haya ido convirtiendo en un lugar al que los turistas van a tomarse un mojito, y a conversar con exóticos rastafaris, hechos a medida para no parecer muy churrosos ni muy expertos en el arte europeo?

Los taxis esperan afuera desde antes de que haya entrado la primera persona, y por fin llegan las guaguas con carne turista (operación mecánica de calentar y servir, las guaguas de turismo son una especie de enlatado ruso) que se mezcla con la carne rastafari (envasada en guaguas normales, en las que adquieren el refrescante sudor cubano, como el whisky necesita el sudor de la madera), y lo que sucede en la Fábrica es razonable, fisiológico, bailar un poco de música internacional y ver qué están haciendo los jazzistas cubanos, y admirar o despreciar las sempiternas fotografías de Enrique Rottenberg, y ver una película de culto, y sentarse a fumar y a escuchar las conversaciones ajenas, o a ver quiénes entran y salen de la zona VIP, por si atrapas a  algún artista reconocido comprando una cerveza afuera (donde es mucho más barata) y entrándola sin mirar a los ojos del custodio, como el que no quiere la cosa. No quiero que el lector suponga una crítica resentida a la Fábrica, para nada: solo intento, a base de imágenes familiares, sobornar su sentido de complicidad.

Porque lo que quiero decir es que tras varios años, la Fábrica ha terminado por convertirse en aquello que sus primeros críticos (injustamente) la creyeron: un mero y colosal negocio. Y me parece que lo que nadie más ha notado, hasta ahora, es que su condición de mero y colosal negocio no depende de los artistas que exhibe, ni de los precios que impone a sus tragos, sino de la gente que la frecuenta y de los propósitos de esa gente. Nosotros decidíamos si era o no era un negocio, y al parecer, por una triste fatalidad cósmica, hemos decidido que sí.

Fábrica de Arte Cubano. Foto: Jorge Luis Baños / IPS.
Fábrica de Arte Cubano. Foto: Jorge Luis Baños / IPS.

La culpa la puede tener en parte el turismo, y su tendencia a volverlo todo transitorio y superficial, su tendencia a transformar una ciudad en una vitrina, casas hechas de portales y nada más, un problema que no es solo nuestro (lo tienen en Roma y en París), pero que nos impacta por su relativa novedad. ¿Es nuestra en parte la culpa, por aburrirnos de sus exposiciones, por ir a otros sitios los fines de semana? ¿Acaso teníamos la obligación de llenar las naves de la Fábrica? Claro que no. El problema es que el público habanero para el que se construyó la Fábrica de Arte era menor de lo esperado. Podía ir todos los meses por un año o dos, pero no iba a ir para siempre, y empezaron a escasear las personas que reemplazaran a ese público inicial, salvo por los menores de edad que de repente podían entrar, o por los faranduleros que, siempre atentos a la moda, le cogieron el gusto a sus asientos y a su aire alternativo, cosa que terminó desmotivando aún más a los artistas (a los buenos, a los malos, a los amigos de los buenos, a los amigos de los malos). Y por supuesto los demás asientos vacíos iban para el turismo, ansioso, sin tantos límites en la billetera, y lo más importante: siempre renovable. Visto de esa forma, el estado actual de la Fábrica de Arte resulta de lo más lógico.

A La Habana no le interesaba, más que en la superficie, un proyecto como la Fábrica de Arte, y un poco tal vez también, a la Fábrica de Arte, no le interesaba más que en la superficie un público como el habanero. Quizás algún día ambos se pongan de acuerdo.

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