De la conjunción feliz de una invitación del Museo Nacional de Artes Decorativas (MNAD) de La Habana y un verso de Dulce María Loynaz nace la última muestra personal de José Manuel Fors (La Habana, 1956). El verso en cuestión reza: “En cada grano de arena hay un derrumbamiento de montaña…”. Y la propuesta estaba motivada por la voluntad de no dejar pasar el Día Internacional de los Museos o, al menos, celebrarlo de otra forma.
Así, “Derrumbamientos” es un nuevo peldaño de ascenso en la carrera del artista que, desde un inicio, halló que la fotografía, arte noble si los hay, no era suficiente para expresarlo “todo”. O, más exactamente, para expresar su todo.
Aquí Fors vuelve a desplegar su poética, solo que se limita a lo objetual precedente. Ahora prescinde de la captura de la luz para crear instalaciones, atados, universos de fragmentos o impresiones mínimas.
El artista recibió algunos deshechos del almacén del MNAD entre los que colectó, de forma apasionada, los destrozos que el tiempo —su materia prima y principal contendiente— ocasionó en el fondo invaluable de Dulce María Loynaz, y también en el de otras dos damas de la otrora alta sociedad habanera hoy reducidas a fantasmas: María Luisa Gómez Mena y Catalina Lasa, de cuya corona mortuoria se tomaron algunas rosas desprendidas para incorporarlas a la obra única que es toda la exposición, emplazada en diversos ambientes del museo. Fragmentos de vasijas de porcelana de Sèvres, de abanicos de pericón franceses y españoles, figurillas de biscuit quebradas, pedacitos de lacas orientales… En fin, descartes, arena, erosiones de pasados tiempos de esplendor: derrumbamientos.
En el fragor de la inauguración abordamos al artista:
No es la primera vez que partes de la obra de Dulce María Loynaz para dialogar con ella a nivel artístico. ¿Cómo y cuándo ocurrió ese acercamiento?
Fue en la década de los 90. Leyendo uno de sus libros, no puedo precisar cuál, encontré la descripción de como en el pasado las cartas y fotografías que se querían conservar se guardaban, atadas con cintas, en las gavetas de algunos muebles.
Ese párrafo se convirtió para mí en una imagen, en un objeto, casi en una escultura. Así surgen mis primeros Atados de memorias, en 1999. Algún tiempo después leí su novela Jardín, que motivó la serie de instalaciones que llevan ese mismo título.
Para concebir y crear la gran obra (por su extensión y su calado) que es Derrumbamientos, te tuviste que sumergir en el fondo Dulce María Loynaz del Museo Nacional de Artes Decorativas. ¿Qué significó para ti entrar en contacto directo con los objetos que pertenecieron a la ilustre escritora, y trabajar con sus esas piezas que no resistieron los traslados, que se quebraron en diversos movimientos a lo largo del tiempo?
Fue una suerte y un privilegio muy grande entrar en el mundo de Dulce María, poder conocer el Museo de otro modo, desde adentro. Ha sido muy emocionante el proceso de concepción y montaje de la exposición. Cuando recibí las imágenes de los objetos quedé maravillado; los traje a casa y, durante unos meses, los observé, trabajé en ellos.
Finalmente tomamos la decisión de crear las obras en el propio espacio del museo. Fue una dicha enorme. Estoy muy agradecido a la dirección de la institución y a todos los trabajadores que colaboraron para que Derrumbamientos se concretara como obra.
La poesía de la Loynaz está recorrida por un evidente sentimiento de pérdida. La suya es una obra que canta, con dolor, la desaparición de un mundo, que fue el de su infancia y juventud. Tu obra, en cambio, la percibo como un intento de detener la acción corrosiva del tiempo, un trabajo de no dejar a su suerte los recuerdos, de taxonomía si se quiere, pues tiende a colectar, clasificar y mostrar memorabilia no solamente familiar. ¿Cómo se da el contrapunto entre ambas actitudes ante un mismo tema eterno: el paso del tiempo?
Es exactamente como percibes. Gran parte de mi obra anterior, fotográfica, consistió en rescatar toda la memoria familiar existente: objetos, cartas, fotografías, lo escrito al reverso de esas imágenes, libros, todo lo que mi padre conservó.
De todos modos, pienso que detrás de ese rescate de la memoria hay una añoranza por el pasado, por los pocos años que compartí con un segmento de mi familia, por sus costumbres. Y ahí hay un punto de convergencia con la poesía de Dulce María.
Fors le ha insuflado nueva vida a lo que se creía destinado a la desaparición definitiva. Los fragmentos acopiados se unen en un nuevo universo, el de esta obra donde lo museable no es, justamente, lo conservado, sino lo que va camino de desaparecer. Su sensibilidad alerta tiende celadas al tiempo, lo interroga, lo toma como materia moldeable y lo asume, ¿qué remedio?, como el crisol a donde todo va a dar para su fundición, su amalgama, su borrado más o menos piadoso.
Es, desde esta perspectiva, el artista un guerrero trágico, que contiende aún a sabiendas de que va a terminar derrotado, pues no puede cerrársele el paso al devenir, sólo levantarle diques provisorios.
Aún así, su empeño es magnífico. No va a entregar sus armas sin pelear. Es el modo de mostrar su inconformidad ante lo ineluctable. Es la manera de decir que sólo desaparece lo que no encuentra resonancia en las generaciones que se van relevando unas a otras en esta larga marcha del vivir, aquellas que edificarán a partir de nuestros derrumbamientos. Tarea del arte es burlar a la muerte. Y él lo sabe.
Qué: Exposición de artes visuales Derrumbamientos, de José Manuel Fors.
Dónde: Museo Nacional de Artes Decorativas, antigua residencia de María Luisa Gómez-Mena, Condesa de Revilla de Camargo. 17 y E, El Vedado, La Habana, Cuba.
Cuándo: Hasta el 15 de septiembre de 2023. De martes a sábado, de 10:00 a 16:00.
Cuánto: 15 CUP entrada general; 20, con derecho a guía. Extranjeros, 200 CUP. Se permite fotografiar libremente sin el uso de flash.