El vizcaíno José Arechabala llegó en barco a Cuba en 1862, cuando tenía 14 años. Se costeó el viaje como cocinero a bordo. Con el tiempo, creó un imperio del azúcar y el ron —con marcas como Havana Club— en la ciudad que convirtió en su hogar: Cárdenas.
Sin embargo, su historia —que para la curadora de arte cubana Cristina Vives conforma un “binomio cuadrado perfecto” con la localidad— no aparece en los registros de la EcuRed, la Wikipedia cubana, y, si se menciona su nombre en voz alta a jóvenes al azar, muchos, por no decir casi todos, no podrían decir quién fue.
Revivir su memoria, su legado y su importancia en un momento de profunda crisis en la isla que lo acogió, y de la que se hizo ciudadano, es el leitmotiv de la exposición fotográfica y de artes plásticas ‘Hacer país’, inaugurada a finales de marzo y que seguirá en pie hasta junio en Estudio 50, una antigua fábrica de cristales reconvertida en un centro de arte de La Habana.
El trabajo lo confeccionaron seis artistas cubanos que estudiaron el archivo de la familia: José Alberto Figueroa, Yanelis Mora, Alejandro Campins, Ariamna Contino-Alex Hernández y Alexandre Arrechea.

Sus obras, que van desde fotografías originales —y muy bien conservadas— de la época, publicidad de los productos del conglomerado fundado por el vasco hasta una especie de pared-destilería, en memoria de la gran fábrica de José Arechabala SA, pueden apreciarse a lo largo del estudio.
En declaraciones a EFE, Vives, quien curó la exhibición junto con Inés Atienza Arechabala, asegura que se trata de un “recorrido por la vida de un emigrante y un emprendedor (…) con fotos originales, todas procedentes de la colección familiar, encomendadas a fotógrafos cubanos y de Cárdenas”.

De Bizkaia a Cuba
La idea tuvo dos génesis. La primera fue el libro ‘Arechabala, azúcar y ron’, de Antonio Santamaría y María Victoria Arechabala, bisnieta del fundador del emporio José Arechabala SA.
La segunda está en el pueblo originario del empresario: Gordexola (Bizkaia). Ahí, Vives y su marido, José Alberto Figueroa, visitaron la casa familiar.
Se trata de un palacete en el que el país caribeño está presente desde que se entra en la propiedad —hay una placa con el nombre Villa Cuba— hasta que se pasa por sus pasillos y habitaciones, con un vitral con el escudo nacional e incluso una bandera.
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Figueroa, reconocido fotógrafo en la isla, capturó todo lo que le llamó la atención en la propiedad. El artista cuenta a EFE cómo el lugar lo dejó asombrado por la forma en la que los Arechabala congelaron varios momentos de la historia en Cárdenas.
“Fue mi primera visita a una casa de indianos. Yo había oído mucho sobre eso pero nunca había estado en una. No tenía idea de lo que podía ser. Y aquella casa era impresionante. Sigue siendo utilizada por la familia”, recuerda.
Para Vives, los Arechabala no solo emplearon a cardenenses, sino que fueron medulares en la construcción —y reconstrucción, tras un fuerte huracán en 1933— de la ciudad y enfocaron la consolidación del emporio del azúcar en “hacer país”, como se llama la exposición de Estudio 50.

Es decir: la familia del vizcaíno se consolidó con la idea de que ellos formaban parte de una industria nacional que debía ser fuerte, casi como un concepto nacionalista.
Al final, explica Vives, era tan fácil como resumir que Arechabala SA era un conglomerado cubano, que hacía productos cubanos, de una familia cubana y con empleados cubanos.
Pese a eso, tras el triunfo de la revolución en 1959, la firma fue expropiada y con el paso del tiempo, el barco que llegó en 1862 volvió a zarpar hacia Bizkaia dejando un legado que se disipó con el paso del tiempo.