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Va siendo frecuente, entre comentadores y degustadores del arte fotográfico en nuestro país, sorprenderse ante el trabajo de Jesús Delfino. Pero el asombro, más que por la obra misma —de altísimo nivel—, viene dado por el corto tiempo transcurrido desde que el artista ha decidido hacer público su trabajo hasta hoy. 2022 es la cifra clave. Pues si desde 2020 él mismo comienza a considerarse fotógrafo creativo, no es hasta dos años después que aparece en muestras colectivas y personales en La Habana, al tiempo que se instruía, a todo gas, con el magisterio de Cabrales – Del Valle, que tanto ha hecho por la formación de varias generaciones de artistas del lente en Cuba.
Pero ya se sabe: en el arte importan los hechos, no las intenciones. Si acaso, estas iluminan aquellos, pero nunca los sustituyen. A los estudiosos les da morbo descubrir la genealogía de este u otro artista; saber de dónde proceden sus obsesiones y sus modos, pero lo verdaderamente trascendente es el diálogo que pueda establecerse —o no— entre el espectador y la obra, la capacidad de significar en varios niveles, su poder provocador de emociones con un registro amplísimo.
Tiempo es ya de que dejen de mirar a Delfino como el primo que se aparece en la fiesta sin haber sido invitado. Él acude, por derecho propio, al convite de los fotógrafos de esta hora, con su carga de imágenes sugerentes, sacadas de la minuciosa observación de su entorno. Se expone con todo rigor, se hace un lugar, dice lo suyo “a tiempo y sonriente”. Y hay que tomarlo como lo que es: un artista en plenas facultades expresivas, que va construyendo su marca con laboriosa dedicación.
Ahora expone, desde el 4 de abril, en El Reino de este Mundo, la galería de la Biblioteca Nacional de Cuba, Laberinto de signos, una colección de fotos que se separan un tanto del retrato —género que ha cultivado con muchísima solvencia estética— para dar paso a otras de sus líneas de trabajo: las imágenes compuestas previamente, producidas con gran apoyo de atrezo. Arma un set, dispone las luces, convoca a los personajes u objetos que pasarán a los primeros planos, arma un discurso de clara raíz costumbrista. Crea metáforas.
Me apresuro a señalar que los retratos suyos que tanto han dado de qué hablar participan de esta misma operatoria. Pero en ellos lo significativo es el rostro del objetivo, su condición de antesala del enigma que todo ser humano constituye. Así, la imagen de la anciana que exhibe un peinado inusualmente juvenil —de acuerdo con las absurdas convenciones— y un collar que contrasta con su presumible desnudez; contrastes que refuerzan aún más la tristeza empozada en sus ojos.

Desde el inicio, uno de los signos distintivos del trabajo de Delfino es su buena factura, tanto en la concepción y plasmación de la imagen como en su impresión final. Es más importante tener qué decir que saber decirlo; pero si se tiene algo que comunicar —aunque solo sea una abstracción oscura— y cómo hacerlo con eficacia, entonces la obra está conseguida.
Entre las piezas de la nueva muestra escojo, para la elaboración de esta nota, algunas de las que me resultan más sugerentes. Y aquí debe subrayar el lector el adjetivo. El arte connota, asume su significado desde adentro, sin denotaciones superfluas. Como trabaja con lo inefable, lo consustancial a él no son las obviedades, sino ese interregno donde la posibilidad significante asoma no como respuesta a nada, sino como pórtico de esos tantos laberintos que el fotógrafo quiere explorar y que no terminan de transitarse nunca.

¿Qué hace un caracol africano sobre el marfil de un piano? Es una imagen surreal a partir de la lejanía conceptual que hay entre ambos objetos. El artista ha llamado a esta pieza “Caminante del tiempo”. Yo habría preferido que no llevara título o, al menos, no ese, pues al intentar acorralar el sentido, brindar una clave a quien mira, en este caso limita su alcance.
Unas manos se estrechan con firmeza. Más que un saludo, parece el cierre de un trato o compromiso. ¿Es una obra sobre la simulación, sobre las segundas intenciones? El as apenas se insinúa. Hay que mirar con detenimiento para advertirlo, pues no está en el centro focal. Tal como sucede en ¿la vida?

Ya apuntamos que Delfino se mueve, en ocasiones, por impulsos costumbristas. “Anotar en el hielo”, intentar fijarse en lo efímero. Algo tan directo como la graficación aparente de ese dicho popular tiene, para mí, resonancias metafísicas. ¿Lo grabado en el hielo desaparece para siempre?

Si es cierto que nuestras acciones son espejos de otras, ¿quién, dónde, en este justo instante, está intentando detener la fugacidad? A todas luces, se trata de una cuidada mano de mujer que empuña un artefacto vintage. ¿Cuándo comenzó esta acción? ¿Se trata de una mano querida? Una puerta que atravesamos nos conduce a otra que nos conduce a…

El espacio no me da para referirme a las diez obras que he seleccionado. Sin embargo, no quiero dejar de dar unas pocas pinceladas: ¿”La voz del silencio” encapsula el discurso? ¿El recipiente impide que las palabras ya dichas se derramen, o coarta el acceso a quien cree que ha llegado el momento de expresarse sin ambages?
¿Quien se marcha se despoja de la piel, deja atrás lo que en media vida lo arropó? ¿Se trata de otro comienzo, ahora sin conciliaciones ni ataduras, o es un ejercicio desgarrado de intemperie?

El díptico, la joya de esta muestra —en mi modesta opinión—, padece de un título lamentable por obvio. Trata sobre la pasión, sobre los juegos del amor, sobre el erotismo que puede descubrirse en cualquier objeto y en cualquier circunstancia; basta estar sintonizado. Ejemplo de síntesis y de buen gusto, esta pieza devela una mirada zumbona y cálida a un tiempo. Decir lo máximo con los recursos mínimos siempre será empeño y logro grandes.
Un nuevo escalón en la carrera ascendente de Jesús Delfino. Ya ha mostrado bastante de lo que trae al ruedo. En lo adelante cabe esperar otras manifestaciones de su sensibilidad inquieta. Lo más selecto de su trabajo está pidiendo un libro en formato coffee table. Ya está en la liza, pero su contendiente no es otro que él mismo: seguir educando la mirada, escudriñando en aquellos temas que le son más afines, seleccionar las fotos grandes de entre las buenas.
Qué: Exposición fotográfica Laberinto de signos, de Jesús Delfino. Curaduría: Rafael Acosta de Arriba.
Dónde: Galería El Reino de este mundo. Biblioteca Nacional de Cuba, Plaza de la Revolución.
Cuándo: Desde el 4 de abril al 4 de mayo de 2025. De 9:00 a.m. a 3:00 p.m., de lunes a viernes; sábados, de 9:00 a.m. a 12:00 m.
Cuánto: Acceso gratis.