La memoria es una brecha a través de la cual el pasado se abre camino en el presente. En el instante en que nos entrega su convite —una carta, una prenda de ropa, una foto, todo lo que pueda entenderse como rastro de lo que se ha vivido— aquello que parecía remoto burla su propia naturaleza para hacer resonar su eco en la caverna del ahora.
Tanto la memoria como la imaginación son facultades humanas colindantes. Ninguna pretende ser un retrato fiel de los sucesos. Por tanto, junto a esos objetos que las transportan, nosotros mismos, los videntes y espectadores que tocamos a través de ellos los recuerdos, damos tono y matiz a la remembranza de algo que ciertamente no tuvo la forma en la que ahora lo vemos. Recordar es también imaginar.
Movida por tan maleables y fascinantes sustancias, Moník Molinet emprendió en 2019 el que es hoy su más reciente proyecto de autorretratos: “Abuelas y abuelos prestados” (AP), con el que pretendía “crear una memoria inexistente: la relación con mis abuelas y abuelos”, explica la autora.
Con esta serie, la cubana, residente en México, se ha ganado una plaza como expositora en la XV Bienal de La Habana, una mención honorífica de Innovate Grants, plataforma para la concesión de becas a artistas visuales, y es selección del jurado en Od Photo Prize 2024.
Nacida en Pinar del Río el 20 de septiembre de 1989, Molinet se ha especializado en el autorretrato, un subgénero que empezó a pulir hace diez años y que en “Abuelas y abuelos prestados” (AP) llevó al límite.
Cada pieza de AP es una puesta en escena que no se disimula. La autora vive el momento mientras lo documenta. Aprieta el obturador, conectado a su cámara por un cable, y nos mira fijo, consciente de su propia extrañeza. Dispara a quemarropa. Retrata a sí misma mientras abre de par en par las puertas al making of. Eterniza una memoria que ahora le pertenece.
Tal vez con extrañeza la miremos nosotros también, porque a pesar de que está en la foto, acostada en la cama, desayunando o jugando a las barajas con sus abuelos, no se mezcla del todo con la escena. Solo de mirarla, tan extraños como ella a ese entorno, nosotros también imaginamos que es nuestra la memoria que regresa al presente por medio de otros rostros.
Moník no quiere engañarnos: es un objeto extraño y así se representa; la memoria que su retrato recrea o fabrica es un préstamo, o al menos esa es la paradoja con la que la artista pretende provocarnos para que veamos que, aunque tampoco sea nuestra, algo adormecido se reanima cuando entramos en contacto con ella; como quien te hinca con la suavidad puntiaguda, pero inofensiva, de un alfiler. “Esto no es un recuerdo”, parece decirnos Moník cuando se distancia de la escena, como hizo Magritte en “La traición de las imágenes”, en la que una inscripción localizada debajo del dibujo de la famosa pipa se hizo tan notoria como el cuadro mismo. Decía que la pipa no era tal objeto, y sí su representación.1
Más allá de los matices estéticos de AP, esta es una serie que habla también sobre el envejecimiento, y sobre las rutinas, ausencias y presencias que moldean esa etapa de la vida en la Cuba de hoy.
El olor a jabón que exhala la ropa recién hervida de la abuela. Los pasos arrastrados e irregulares del abuelo por el pasillo de la casa. El mecido del sillón que no se detiene durante la media hora de novela. El triquitraca de la vieja Singer que cose dobladillos en serie para toda la casa, y parte del barrio. La frazada de piso que entra y sale del cubo con agua y detergente. El olor a talco y colonia de violetas cuando cae la tarde. El silencio cuando se escapa del cuerpo el último soplo de vida.
¿Puede la foto fabricar vivencias? ¿Una memoria con olor, sonido, gusto, sentimiento, se retrata? ¿Puede esta volverse hecho a través de la foto? ¿Puede el hecho volver empaquetado en un retrato que también es un préstamo?
“La serie habla sobre la construcción de identidad a través de la performatividad y la imagen, y sobre el poder de la fotografía para generar una verdad a través de los recursos de la representación”, responde Moník sobre AP, una memoria tejida en colectivo en la que ella ha atado el primer nudo.
Retratos en ráfaga
Poco antes de que “Abuelas y abuelos prestados” (AP) viera la luz, Moník hizo pública “Masculinidades” (2023), una serie de retratos que fue al mismo tiempo obra visual y acción urbana. A través de ella la autora interpela a varios hombres que caminan por La Habana. Les pone una flor detrás de la oreja. Les hace un retrato. El resultado, como casi toda la obra de Moník, es una imagen que no quiere caber en las estéticas a las que los moldes de ser y estar en el mundo nos han acostumbrado.
Moník va armada desde hace algunos años. Su cámara se ha vuelto un instrumento de defensa; la usa para estar al mando de su propia historia, escoger cuáles contar y cómo, pero también, yo diría que sobre todo, para provocar cierta incomodidad. “La cámara fue y es mi arma para decir, denunciar, reescribir, un arma que empodera, que inmortaliza”, se puede leer en su perfil en Instagram. “La pistola es un instrumento que puede ser definitivo, violento. Con ‘La pistola de Moník’ me apropié del derecho a nombrarme como yo deseaba, bajo mis propios términos”, dice.
¿Por qué la pistola?
Me armé cuando decidí dar el brinco al otro lado de la cámara para encontrar mi discurso en lugar de reforzar el de otros artistas. Siendo actriz de formación, y así se sintió irrumpir en el mundo de las artes visuales. Estaba pasando por un proceso convulso en muchos sentidos: migración, crecimientos, pérdidas, cambios.
Por otro lado, pensando en una marca, la idea del obturador como un gatillo me cautivó. Las cámaras y las pistolas disparan, ambas en un acto definitivo, irreversible, solo que las armas matan y la cámara inmortaliza.
Dentro del vasto campo de la fotografía, ¿por qué el retrato?
Generalmente me emocionan más las personas que las cosas, o mejor dicho: prefiero hablar del mundo a través de un ser humano. Una persona se posiciona ante mi lente con su historia, sus dolores, sus contradicciones, con las características que la hacen exactamente lo que es, a partir de la relación con su contexto y el tiempo que vive.
La fotografía de retrato puede ser algo profundamente psicológico y poderoso. Hay retratos que pueden hablar de lugares que habitamos, evocar un paisaje, un sonido. Pueden hablarnos de nuestro mayor miedo, y de la catástrofe.
Siendo una forma de arte en la que el contacto con el público sucede a través de un documento, la foto, ¿de qué manera crees que la fotografía moviliza percepciones sobre la realidad en el espectador al mismo tiempo en que es capaz de intervenirla?
Actualmente la fotografía está muy ligada a la experiencia social, a la forma en la que entendemos las cosas y nos relacionamos. Una foto puede ser una ventana hacia un mundo de significados.
Como práctica, altera percepciones de la realidad, valida lo que muestra volviéndonos conocedores de eso que vemos; también conflictúa, propone, corrige.
Una foto en la cartera puede ser el mejor amuleto de alguien. La imagen fotográfica puede visibilizar lo que ha sido históricamente oculto, puede ser testigo de lo increíble o lo desconocido, puede emocionar y afectarnos de manera profunda. Eso sí, ya lo dijo Susan Sontang, “la foto es un documento exacto”, constante, implica verdad, da fé sobre lo que estuvo frente al lente, congela el instante preciso en el que la o el fotógrafo decidió presionar el obturador, rescatando ese instante entre el tiempo, para siempre.
Richard Avedon decía que las personas que él retrataba tal vez no eran como su retrato, pero lo iban a terminar siendo, tarde o temprano.
Tu obra es ejemplo de que la fotografía, como arte visual, no trata solo de recoger instantes e inmortalizarlos tal y como son. Hay también una intención de intervenir la realidad a través de la puesta en escena, los montajes, los gestos, el maquillaje. ¿Cómo es el proceso creativo para ti?
Pienso que una foto debe implicar siempre una opinión; es un vehículo para hablar de algo. Buscar qué decir en coherencia con lo que nos afecta es un camino convulso, complejo. Aprender luego a articular con ese qué el cómo, tanto a nivel técnico como conceptual, es una complejidad aparte. Intentar transitar y desentrañar esos caminos con el mayor rigor posible y aprender a hacerlo cada vez mejor me cautiva.
Sobre el proceso creativo, me han preguntado otras veces cómo se me ocurren las obras y aunque me encantaría tener una respuesta fascinante sobre esto, en mi caso solo sucede. La idea me agarra en cualquier lugar, a cualquier hora y, si lo hago bien, me vuelvo su esclava, tengo que desarrollarla y pulirla. Se me ocurren muchas, la mayoría malas.
“Abuelas y abuelas prestados” (AP) está en la selección oficial de la XV Bienal de La Habana. ¿Cómo surgió la idea de esta serie?
“Abuelas y abuelos prestados” (AP) fue principalmente inspirada por una anécdota de Richard Avedon, titulada “Perros prestados”. La concebí en 2019, pero entre la pandemia y otras cosas no la pudimos realizar hasta ahora.
Este año es muy especial para mí, porque se conmemora el décimo aniversario de mi primera serie de autorretratos (sin título), un ejercicio que he sostenido y que ha mutado junto a mí durante todo este tiempo.
¿Qué representa este paso hacia la Bienal?
Un orgullo. Es una alegría poder llevar esta muestra a La Habana, y que mis abuelas y abuelos prestados puedan visitarla y celebrarla. Además, que esta exposición personal sea acogida por el proyecto Malecón Art 255, de Lizt Alfonso, es un verdadero lujazo. Luego, poder trabajar con un equipo que apoyó y reforzó el proyecto, poder contar en estos momentos con tantas personas que están apoyando mi trabajo, es muchísimo. Me siento muy afortunada por todo lo que está sucediendo en estos momentos con mi obra y mi carrera.
Esta es una serie de autorretratos, a pesar de que en la puesta en escena participan otros “actores”, además de ti. ¿Se puede calificar como autorretrato un ejercicio donde la representación comprende otras presencias?
Un autorretrato es un ensayo sobre una misma. Hay muchas formas de utilizar el lenguaje visual para decir y enriquecer esto: formas poéticas, simbólicas, incluso la figura humana es prescindible. Hacer autorretrato es estar a cargo de mi propia representación.
¿Qué te proponías estética y socialmente con este trabajo cuando lo concebiste? ¿Es diferente a lo que habías hecho hasta ese momento?
AP es un proyecto que pude complejizar mientras lo hacía. Se prestaba para construirlo con capas y más capas de sentido; podía pulirlo incansablemente junto a mi equipo.
En AP creamos varias historias a nivel visual de lo que pudo ser la relación con mis abuelos: creamos pequeños mundos, cuidamos el casting, la diversidad, lo inclusivo, luchamos mucho por no caer en estereotipos y poder acercarnos a una historia “bordada” en todos los detalles.
Por primera vez en mi obra, el proyecto explora de manera abierta conceptos de la meta fotografía (fotografía sobre la fotografía); y muestra las costuras de la representación haciéndolas el tema en sí.
En cuanto a dirección de arte, hay mucho que descubrir en cada foto. Convertimos a las personas en personajes dentro de sus propias casas. El hogar de alguien puede también ser su retrato.
Hay mucho de identidad, de realidad y de verdad en la serie; eso era fundamental para indagar entre los límites del arte y de la representación.
Ya yo había abordado estas temáticas en mi obra, pero con AP me arriesgué a llevar el concepto hasta las últimas consecuencias, atenta a no perder nunca el contacto con lo humano, ni el compromiso de mi trabajo con la dimensión inclusiva y equitativa.
Has mencionado que el objetivo de la serie era “crear una memoria inexistente: la relación con mis abuelas y abuelos”. ¿Es posible fabricar memorias a través de la fotografía? ¿Cómo percibes la relación entre la vivencia y la representación en una obra en la que eres personaje activo?
Pudiera decir que toda la serie fue una excusa para generar esas vivencias, que los recursos del arte me permitieron estar lo más cerca que podía de mis abuelos, al final todo lo que vivimos a través del proyecto es memoria. Lo es porque lo experimentamos; nos afectó, estábamos vivas allí y el tiempo nos atravesaba.
Sí logré, aunque fuera por unos minutos, aunque fuera a través de la instrumentalización de los recursos de representación, estar en la cama tirada con mis abuelos en una siesta, cuidarlos, reírnos, abrazarlos, bailar, comer juntos…Fueron 29 memorias recreadas.
La fotografía, en este caso, y el proyecto en general, fue el vehículo para vivir eso. El arte fue tan generoso conmigo que me dejó un documento para recordar.
La serie incluye escenas que recrean la intimidad entre una nieta y sus abuelos, lo mismo a través de un juego de barajas, que de un baile o una siesta juntos. ¿Cómo fue el proceso de elegir y decantar las escenas que querías recrear?
Precisamente puse esa pregunta en la mesa de trabajo, junto a mi equipo: Arianna Delgado (actriz y directora de actores) y Karla Batte (productora del shooting), con quienes principalmente generé el guión.
¿Cómo se construye una relación de intimidad? ¿Qué hace que una relación sea íntima? Concluimos que se trata de poder ser una misma, esencialmente, sin que medie ningún juicio limitante ni que la propia presencia fuera el centro de lo que pasaba.
Pensé en amanecer en casa de la abuela, en tomar café en blúmer, despeinada, con la cara recién de quien está recién levantada, pero no quería que nada de eso fuera lo importante, sino compartir el café, la charla y el momento. Pensé en un momento jodido en el que uno se muestra vulnerable y se deja sostener por su familia, por ejemplo.
Luego venía otra pregunta: ¿Cómo se edifica visualmente la memoria?
En la etapa investigativa del proyecto sostuve correspondencia con varias amigas que tuvieron una relación significativa con sus abuelas y abuelos. Les preguntaba, entre otras cosas, qué era lo que más recordaban de ellos; quise saber de un momento particularmente feliz o triste y también en cuál lugar de la casa era donde se generaban esas memorias. De ahí salió parte del guión, y también de la proyección de un deseo personal.
Me pregunté qué relación me habría gustado tener con mis abuelas y abuelos ahora que podía fabricarla, así como qué memorias me habría gustado vivir. Las construimos visualmente, como por ejemplo en “Mi abuela Julia me enseña en su oficina su último ensayo feminista”, en “Mi abuelo Otto me enseña fotografía analógica” o en “ Le enseño a mi abuela Estela y mi abuelo Adalberto mi más reciente exposición, ‘Masculinidades’”.
¿Algún proyecto para el futuro próximo?
Estamos trabajando en el estreno de la exposición “Abuelas y abuelos prestados” (AP). Se exhibirá el próximo 17 de noviembre a las 4 pm, en Malecón Art 255, acogido por la maestra Lizt Alfonso, con curaduría de Lorenzo Torres y producción de Lena Hernández.
Las familias capitalinas y el público en general podrán disfrutar de 23 fotografías, un área de video instalación y una intervención performática que tendrá lugar el día de la inauguración.
También estamos desarrollando un grupo de actividades para el transcurso de los meses en los que estará disponible la exposición dentro de la Bienal (noviembre de 2024 a febrero de 2025), enfocadas principalmente en personas de la tercera edad. Habrá proyectos, charlas, talleres, llamados de acción, que divulgaremos más adelante.
Estoy trabajando en una serie de autorretratos nueva que probablemente me tomará años. Se llama “Ensayos de acumulación”. Son imágenes tomadas en una cámara de medio formato film en modo multi exposición. La idea es reescribir en el mismo negativo las veces que considere necesarias.
Nota:
1 “La traición de las imágenes” es una pintura de la autoría del pintor surrealista belga René Magritte. En su inscripción puede leerse: “Esto no es una pipa”.