Cuando era niño, Arian sentía una profunda e inexplicable necesidad de representar el mundo que lo rodeaba; de ahí que siempre estuviera dibujando y sus libretas escolares fueran el soporte idóneo en esta faena: “todo el tiempo dibujaba y mientras mis amiguitos del barrio jugaban a la pelota, yo disfrutaba pintándolos e imaginándome mundos en otras dimensiones”.
Sin embargo, cuenta en conversación con OnCuba, siempre soñó convertirse en un destacado físico nuclear, carrera que en aquella época se estudiaba en la ex Unión Soviética: “mis compañeros, que conocían estas habilidades como dibujante, me embullaron para hacer las pruebas en la Academia de Artes de San Alejandro: me presenté y aprobé. Unos días antes, también por embullo y sin mucha conciencia de donde me estaba metiendo, hice los exámenes para ingresar en el Instituto Superior de Diseño Industrial (ISDI), y otra vez, aprobé. De repente me vi en una temprana encrucijada y, como era un adolescente, mi madre tuvo que intervenir. Ella decidió que hiciera ambas escuelas, en paralelo. Hasta ahí llegó mi interés por la física nuclear, y comenzó una larga etapa de aprendizaje relacionada con el mundo de las artes visuales que, afortunadamente, aún no ha concluido”.
En 1993, Arian egresa de San Alejandro y tres años después concluye el ISDI (en la especialidad de Diseño informacional): “dotado ya de herramientas teóricas y prácticas, comencé una obra como pintor y como diseñador. Siempre he pensado que ambas especialidades se complementan, pero a la vez son como dos pieles totalmente diferentes porque soy uno cuando pinto y otro cuando diseño”.
Este artista asume el paisaje –urbano– de una manera muy peculiar y desde una mirada de cierta nostalgia porque, aun con todos los problemas de deterioro que enfrenta la ciudad, es un amante de La Habana: “para mí la ciudad está en los tonos grises. En la mayoría de las ocasiones, fotografío las casas, y de ahí parto, pero me interesan las que están habitadas porque en ellas, incluso en mal estado, siempre hay una esperanza, una luz. Creo que la serie de las casas será infinita, porque no me cansaré de pintar fachadas, balcones y puertas que, a su vez, están llenos de simbolismos”.
Y los simbolismos en la obra de Arian son muy sutiles –puede ser una sombra sugerida o una señal añadida–, pero siempre justificadas por un concepto, una sólida idea que lo obliga a autodefinirse como amante del arte conceptual: “el artista tiene que tener claro qué está haciendo, qué quiere decir y bajo qué patrones y estética se va a refugiar. El arte conceptual debe tener físicamente una marcada carga y un discurso justificado, porque se apoya en la academia y en el oficio, al tiempo que hace un amplio uso de diversos materiales y tecnologías, lo que favorece la transmisión de un conjunto de ideas de manera limpia y depurada”.
Existe otra serie –“también será infinita y es la que ahora ocupa gran parte de mi tiempo creativo”– que se apoya en nuestra enseña nacional: “la bandera cubana es muy hermosa y abordarla y plasmarla en mi obra es una manera de respetarla, de expresar un sentimiento patriótico. Que esté presente –desde la pintura, la escultura o el diseño– es reverenciar todo lo que significa. No es por los colores que posee, que son muy hermosos, sino por el concepto que implica. Es una serie en la que mezclo la bandera con otros elementos para emitir mensajes que tienen que ver con la historia de la nación cubana y con el ideal de patria que tenemos y, sobre todo, con el que soñamos”.
Aunque la figuración está presente en la obra de Arian, hay otra vertiente que se desliza u orienta hacia el abstraccionismo que “para algunos, erróneamente, puede considerarse fácil en su hechura, pero en realidad es muy complicado. Para hacer una buena obra abstracta hay que saber aislar el concepto y, con el mínimo de recursos, lograr un nivel de síntesis, porque se trata de concentrar ideas. Nada puede distraerte. Es sumamente complejo”.
A lo largo de su carrera, este artista se ha vinculado de manera sistemática a proyectos que, desde distintas perspectivas, le han rendido tributo al Héroe Nacional de Cuba, José Martí. Se considera un martiano de honda raíz: “soy un apasionado de lo que simboliza el Maestro, y creo que todo buen cubano está en deuda permanente y eterna con él; por eso siempre que se me convoque, ahí estaré”.
En su casa, en la calle La Rosa, Arian trabaja “todos los días” intentando alcanzar la obra soñada, pero como todo artista verdadero, está colmado de certezas y también de incertidumbres. Tal vez por eso, piensa que “la obra soñada no existe”. No obstante, “intento encontrarla”, dice, al tiempo que arruga el ceño, como haría el físico nuclear que nunca llegó a ser ante un logaritmo, una ecuación o las características aún desconocidas del átomo. Y es que la duda impulsa a la ciencia. Y también al arte.
Conocí a Arian en el Isdi, donde fui su alumno allá por inicios de siglo. Excelente profesor, diseñador y aún mejor persona y amigo. También tutoreó mi tesis de manera brillante, por lo que le estaré siempre agradecido. Me alegra y me parece justo y atinado que se fijen y le den espacio a los excelentes artistas y diseñadores que son tan buenos profesionales como aquellos que gozan del favor de los medios y la farándula.