A principios de los años ochenta del siglo pasado tuve las primeras noticias sobre Petrona Cribeiro, una artesana popular de la provincia de La Habana a quien los burócratas de la Casa de la Cultura de Bauta, que dirigía a la sazón, le atribuían un carácter «difícil», huraño y de pocos intercambios. Más tarde, al conocer detalles sobre su vida tomé conciencia de que fui cómplice de una gran injusticia: los verdaderos artistas no exhiben sonrisas de vitrina; el talento y la audacia son una cosa y la soberbia otra bien distinta.
¡Con el mazo dando…!
Petrona Cribeiro nació en 1907 en un palmar de la finca El Francés, en Caimito, actual provincia de Artemisa, y a los nueve meses pasó a vivir en la finca El Rosario, en la zona de Corralillo, en Bauta, donde le crecen unos brazos enormes de campesina acostumbrada a lidiar con el sol y las noches mojadas por las hemorragias el cielo durante las cosechas, el bruñido de los suelos de ceniza y el gobierno del bullicioso gallinero.
Por estigmas del destino le tocó ser la primera de nueve hermanos de ojos azules condenados a no ir a ninguna parte. Jamás visitó una escuela y sus progenitores le enseñaron a leer y escribir para que se convirtiera en una pieza clave en la educación del clan. En la entrevista “Una abuela artista” que le hiciera María Helena Capote en una revista Mujeres de 1978, Petrona regala una anécdota muy reveladora:
“Mientras mi papá hacía pozos yo iba recogiendo el barro amarillo que sacaba y me lo llevaba hacia la casa después. Lo mezclaba con cemento y hacía figuras de animalitos: el perro, la jicotea, vacas, gallos […]. Guardaba las figuritas debajo de la cama. Un día las saqué al sol, en el patio, y allí las vio un inspector del central Toledo que venía a ver a mi padre. Le preguntó si él había hecho esas cosas: `No, hombre, no, yo no tengo tiempo para eso. Eso lo hace una hija mía, Petrona`. Me llamaron y salí toda apenada. Tenía nueve años. Mis padres consideraban el arte como un privilegio de los ricos, excéntricos o vagabundos, pero eso a mí siempre me importó un carajo.”
Ya veinteañera, se casó con José Benjamín Alpízar Quijano, un hombre enfermizo, y tras sufrir continuos desalojos durante la tiranía de Fulgencio Batista compró en 1948 la finca El Doctor, en la bautense Playa Baracoa, la cual abarcaba todo el territorio de la actual comunidad de Los Cocos. Aquí, a un lado de la hoy Autopista Panamericana, creó una vaquería y construyó entre los cocoteros una hermosa morada de madera en solo veinte días con el apoyo de sus dos hijos varones y de una niña. La leche la vendía en los alrededores y en Santa Fe y Bauta.
Lo que más sorprende de esta guajira casi analfabeta son sus posibilidades de multiplicarse para garantizar el sustento de su gente: es la comadrona de cientos de parturientas, sobre todo, en las lomas de Guanajay; cose para la calle; vende quesos y deliciosos vinos; castra las colmenas; se tizna el rostro en los hornos de carbón; realiza numerosos injertos en árboles frutales y en flores; pela a sus familiares varones y, con un don muy especial, estudia los efectos benéficos de las plantas medicinales para curar los males de estómago, las infecciones en la piel, la culebrilla y diversas dolencias más.
“Era una mujer indomable, no creía en los obstáculos; al revés, le gustaba vencerlos –me comenta su nieta Raquel Alpízar Linares–. Una noche vinieron unos perros cercanos de Playa Baracoa y les comieron las orejas a sus carneros e incluso destriparon algunos. Ella les advirtió a los dueños que los recogieran, pues si venían otra vez los mataba. ¡Y así fue! En otra ocasión, se dirigió al encuentro de un perro con rabia de un senador que había mordido a treinta y dos animales en el vecindario. Ella tenía una escopeta calibre 16 y lo tumbó de un tiro. Tampoco le faltaron accidentes: en la década del treinta la persiguió un búfalo que, por suerte, se enredó a última hora con unos alambres y se partió una pata. ¡Ah!… y se enganchó en el estribo de un caballo espantado que la arrastró varias cuadras, casi se desnunca.”
El renacer del pelícano
Viuda desde 1955, con sus hijos ya grandes y una familia en estirón, Petrona se volcó hacia la creación artística como una alternativa para ocupar su tiempo libre. No buscaba premios ni oropeles. Solo desea seguir existiendo y, de paso, dejar una huella que, a la postre, superará sus sueños más audaces.
Poco a poco, introdujo sus manos en los extractos de semillas y flores para pintar cuadros naturalistas, de corte decorativo, llenos de abundantes elementos de la vegetación, la fauna más agreste y las atmósferas sublimes y cotidianas. Con sus pinceles rústicos experimentó más adelante con las pinturas industriales de aceite sobre soportes rudimentarios: sacos de yute, tela, nailon, papel, cartón o madera. Sus temas son numerosos: escenas hogareñas, vistas del pueblo donde vive, paisajes, escenas campesinas, bodegones, flamencos, montañas, ríos y mares. También nos regala retratos de mártires y líderes revolucionarios: Che, Camilo… Fidel. Y, casi al final, aparece un Lenin.
Como buena representante del arte ingenuo o primitivista posee un notable repertorio de colores intensos, frescos y alegres que, salidos de sus archivos alquímicos, le añaden un enorme realismo a sus obras. Según los especialistas, en sus imágenes hay una poética original y contagiosa, estéticamente bella, casi infantil, graciosa y un tanto áspera, que nos recuerda las raíces más genuinas del inventario creativo nacional.
Mas, aquí no terminaron sus pesquisas. Con el paso del tiempo la infatigable pintora se viste de salitre y, riéndose del chismorreo del vecindario y de los muchos comentarios sobre sus “excentricidades”, organizó un taller de arte popular donde se multiplicaron sus búsquedas y aprendizajes. Por fortuna, en tal empresa tiene siempre muchos pequeños colaboradores:
“Exprimía unos limones y de inmediato reunía a los nietos y a los niños revoltosos del barrio para irse con ellos a la playa virgen El Cachón, situada en un lugar apartado de la bahía –agrega Alpízar Linares–. Nos pasábamos el día allí recogiendo moluscos, conchas, caracoles, corales, caballitos de mar, peces extraños, estrellitas, cangrejitos y otros trofeos. La excursión era maravillosa, nos sentíamos grandes, útiles. Aunque, nuestro aporte era mínimo. En sus mejores tiempos ella recibió caracoles de colores desde Guantánamo hasta las Minas de Matahambre en Pinar del Río”.
Miguel Alexei Rodríguez Mendiola, artista de la plástica de la Casa de la Cultura de Playa Baracoa y continuador de su obra, aclara que, además de los elementos marinos, Petrona empleó en su trabajo semillas de todo tipo (frijoles, framboyán, pepino); frutos secos; fibras vegetales (estropajos y cocos); plumas de ave y pieles. De tal multiplicidad de texturas, devenida juego, surgieron cuadros de caracoles que bendicen la flora y el mundo animal de la Isla; jarrones repletos de lisonjas y composiciones esculturales que representan mascotas y demonios muy codiciados.
Emblemáticos resultan, asimismo, el mural de su fachada, donde trazó con caracoles y conchas un gran árbol lleno de flores, y la jardinera de cemento en forma de dragón que preparó con los mismos materiales en el jardín repleto de rosas de su vivienda. Pocos saben que el fuego del lagarto es un brazo metálico de un banco abandonado no se sabe en qué plaza.
También disecó un pez guanábana, una lechuza y un camarón de ley con una técnica casera que no deja de ser interesante. La joya de la singular colección es, sin dudas, un apolíneo pelícano encontrado muerto en la desembocadura del río Baracoa. A él le dedicó horas para hacerlo su héroe.
El canto de la abuela
Petrona es descubierta por el profesor Alberto Fernández, el Gallego, quien en diciembre de 1974 patrocinó la presentación de treinta y ocho de sus cuadros en la Galería de Arte de Bauta. Tenía sesenta y siete años y logró mantenerse activa hasta la medianía de los noventa pidiendo a gritos que no se le acaben los días para seguir con su febril ajetreo.
Desde el mismo momento en que su trabajo es conocido comenzó a recorrer Cuba acompañada, a veces, por el Poeta Nacional Nicolás Guillén. Ello le permite recibir diversas distinciones en las ferias nacionales de Arte Popular, en los encuentros provinciales de escultores y artesanos, en los concursos del movimiento de artistas aficionados y en eventos de la ANAP. Nunca vendió un cuadro o una pieza de semillas o caracoles. Trabaja porque le gusta, no le da valor al dinero. Le regaló obras a organizaciones surgidas con la Revolución y donó otras a festivales internacionales que tienen como sede a nuestro país.
Tomó parte en exposiciones en las antiguas Unión Soviética, República Democrática Alemana y Checoslovaquia, así como en Polonia y Bulgaria, sin dejar de sorprender con su lirismo a públicos diversos en México y Nicaragua. Lo apuntado no la banaliza; todo lo contrario, odia la hipocresía y tiene una humildad que resulta chocante para algunos funcionarios y ciertos colegas del gremio.
En su diario personal, repleto de faltas de ortografía y amor al prójimo, narró: “Una vez, en la década del ochenta, expuse en la Casa de la Cultura de Bauta y me obsequiaron, a mí nada más, un ramo de rosas. Increíblemente, al resto de las artesanas no les dieron nada. Entonces, muerta de pena por ser yo la preferida, cogí mi jarrón y fui repartiendo las flores hasta que, al final, me puse la armazón sobre el pecho. En ese momento dije: `Compañeras, todas somos merecedoras de una rosa, gracias`. Los presentes se pusieron de pie y me dieron muchos besos.”
Ana María Domínguez, periodista de El Habanero, definió a Petrona como “campechana, sencilla, vivaz en la expresión, contadora de historias y muy risueña”. Sin embargo, tales guiños no definen a esta campesina entera y cósmica. En realidad, tenía un carácter fuerte, de temple, de campo. Le gustaban las cosas bien hechas y era muy exigente e implacable con los desagradecidos. Adoraba a sus hijos y cinco nietos, mas esto no le impidió ser la cabeza, la jefa de la familia, la matriarca. Sobre las supuestas “malas caras” de Petrona, atestigua Rodríguez Mendiola:
“A los artistas populares se les trataba erróneamente como simples aficionados, como si su labor no tuviera trascendencia. A veces, entrega varias piezas para una muestra y solo le regresan unas pocas, dañadas por el descuido y la mala manipulación. Era frecuente, además, que sus obras se convirtieran en fondos de premio sin su visto bueno. Claro, ella peleaba y entonces la acusaban de majadera.”
Petrona Cribeiro falleció el 15 de diciembre de 1999 y dejó un extenso legado que en los últimos años ha sido blanco fácil de la polilla y el comején. Autoridades de la cultura nacional han intentado iniciar un proceso de conservación y restauración; sin embargo, la familia no desea desprenderse de sus recuerdos. El escritor costumbrista Mongo P., un veterano de Bohemia, manifestó en la despedida de su duelo: “Yo confieso que al recibir la noticia de tu deceso físico sentí deseos de derramar algunas lágrimas por ti y por tu obra.”
La conocí cuando trabaje en Bauta, era una fiera defendiendo lo suyo. La criticaban por su mal carácter, pero cuando uno veía sus obras se podía chiquita.
Soy un aficionado a la artesanía, una vez, cuando fui a Bauta, visité el muse y para mi sorpresa vi que allí no hay ni una obra de Petrona. Me parece injusto esto.
Sigo todas las crónicas de Orlando y esta me vuelve a sorprender. Como logró éxitos esta anciana. Se cosas que no se dicen en este artículo: cuando perdió la vista un poco leí la biblia con una lupa ah… y hacía décimas a pesar de no tener escuela… qué maravilla. Mi mamá era amiga de la familia. Lástima que la obsoleta burocracia cultural de estos municipios no se ocupe de figuras como estas….
Me dice mi abuela que era una fiera defendiendo lo suyo. Tenía fama de mal carácter, pero creo que no la reconocían, que no la trataban bien. Cuando uno veía una de sus obras, pensaba en los ángeles. Creo que le construyó una casa a cada uno de sus cinco nietos.
¿Por qué no hay una sola obra de Petrona en el museo de Bauta?, porque los burócratas de la cultura de este territorio no se sienten atraídos hacia figuras populares como esta. Están muy ocupados en las efemérides patrias. Una pena.
Me dicen que cuando perdió un poco la vista leí la Biblia con una lupa, que hacía décimas y algo que no dice este autor: les construyó casas a sus cinco nietos. Mi abuela le compró mucha leche, creo que eran amigas.
Soy nacido y criado en los Cocos y ahora vivo fuera del país. Mi mamá siempre me hablaba con admiración sobre Petrona, incluso me reveló un secreto de la familia. A ella le dieron un viaje por los países socialistas y lo rechazó para no dejar solo ni un solo día a un hijo que le salió medio anormal. Tremenda era.
Estimado Orlando
si la señora en cuestión, o su esposo, compraron la Finca El Doctor en 1948, cómo es que sufren desalojos durante la tiranía de Batista, que comienza en 1952, con el Golpe de Estado???????
Estimado Juan: Petrona sufre desalojos durante el primer gobierno de Fulgencio Batista entre 1940 y 1944, antes de comprar su finca. Yo califico este gobierno de “tiranía” porque desde 1933, cuando derrocó al Gobierno de los 100 días, que tenía a Antonio Guiterras como secretario de Gobernación, ya Batista era un déspota dueño de los cuarteles, del congreso y de casi toda la vida ciudadana. Las elecciones de 1940 fueron una fachada. Hace rato era el hombre fuerte del país.De todas maneras, tenemos encasillado al Batista golpista a partir de 1952 por lo que, para evitar dudas, sustituiré la palabra tiranía (aunque lo era) en mis próximos acercamientos a esta figura. Muchas gracias por leer la crónica y por hacer su pregunta. Qué bueno tener lectores interesados como usted.
Interesante y brillantemente escrito, ademas de que invita a la reflexion sobre la humanidad.