El pintor cubano Omar Godínez, miembro honorífico de la Academia de Bellas Artes de Rusia, mantiene la esencia cubana de su obra tras más de dos décadas en Moscú, y confiesa cómo su amor a la iconografía y la naturaleza rusas enriquece sus pinturas.
“Mi obra es en un 99 % cubana, pero de una forma u otra, a veces, aunque no me lo proponga, se filtran algunos elementos rusos. La iconografía rusa -Teófanes el griego, Andréi Rubliov- es lo más grande que se ha dado, para mí, desde el punto de vista plástico”, afirmó en declaraciones a Efe con motivo de la inauguración de una nueva exposición del cubano en Moscú.
Y es que, aunque el grueso de sus piezas sean formalmente expresionistas y gestuales, Godínez las concibe como íconos de su mundo interior, al referirse a las deidades afrocubanas, al entorno habanero y al colorido de las frutas caribeñas, diversidad que se complementa con las experiencias vividas en Rusia.
“Me encanta el abedul, el árbol nacional ruso, esa blancura, esa pureza que en cierto sentido se relaciona un poco con Cuba por Obatalá”, añade.
Justamente la corteza del abedul fue el material usado para crear la obra que dio título a su más reciente exposición en la sede de la Unión de Artistas Plásticos de Moscú, titulada Interacciones, y que dedicó al 500 aniversario de fundación de La Habana, que se celebrará el próximo 16 de noviembre.
Para el pintor, la presencia de manchas negras en la corteza blanca del abedul tiene “un aspecto filosófico”, porque la blancura y la pureza “no son perfectas”.
“Siempre busco conceptualmente ese tipo de asociaciones y de mensajes”, indica.
Se trata de una pequeña instalación en la que el artista dibujó edificios de su ciudad natal sobre fragmentos de corteza, en la que releva su añoranza por la urbe y cuestiona a la vez el estado de conservación de la capital cubana, cuyo centro histórico, La Habana Vieja, fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1982.
“Yo reflejo la pobreza, en algún momento toco los objetos huérfanos, la sencillez. Y eso yo lo he encontrado también en Rusia, lo he encontrado en las aldeas, para mí es algo que me persigue, es una especie de pobreza ‘rica’, que tiene mucha expresividad, es más honesta y tiene más matices que la opulencia”, afirma.
El artista señala que le gusta mucho el campo ruso, salir de Moscú, el contacto con la naturaleza, las aldeas semiabandonadas de la provincia rusa, algo que le “enriquece espiritualmente” y luego se refleja en su trabajo.
“Mi vida en Rusia es como un cóctel de cubanía y vodka y algo más… Yo comparto con la gente aquí muy bien, con mucho gusto, me gusta estar inmerso siempre en la problemática vital de Rusia”, sonríe.
El pintor, que recibió el pasado 1 de noviembre el título de miembro honorífico de la Academia de Bellas Artes rusa de manos de su presidente, Zurab Tsereteli, asegura sin poder ocultar su sonrojo que jamás ha sido “un artista académico”.
“Hace poco se me otorgó esta condición, pero en realidad soy fiel a la creación absoluta”, afirma, citando al famoso poeta francés Arthur Rimbaud.
“Hay que ser absolutamente modernos, y yo siempre lo he sido. Siempre pienso en dar y no en recibir, porque yo creo que el mejor regalo que uno puede recibir es el regalo de poder dar”, resume su credo.