Pintor, escultor, diseñador y dibujante. En estos momentos muestra parte de su quehacer en Canadá y en varias ciudades chinas, entre ellas, Shanghái. Ha expuesto en importantes museos y galerías de Brasil, Bulgaria, Canadá, España, Estados Unidos, Gran Bretaña, Holanda, Panamá, Puerto Rico, entre otros países.
Tamayo vive en cada cuadro, por eso su paleta es volátil y capaz de mutar desde las gamas parcas hasta las estridentes. Se nutre de los maestros del arte universal, asimila del pop, toma del cómic y bebe del arte japonés, pero todas esas fuentes lo conducen a un mismo destino: crear un discurso estético que lo tipifica y que, sobre todo, remarca el profundo carácter insular de su obra.
Desde pequeño, Reynerio Tamayo se inventó su propio mundo: en vez de ir a jugar, prefería quedarse en casa imitando historietas que copiaba de las revistas infantiles; tal vez por eso su obra tiene hoy la indiscutible impronta del humor gráfico.
No contó con ninguna influencia familiar que lo inclinara hacia las artes visuales, sin embargo desde muy pequeño inició estudios académicos que transitaron por la Escuela Elemental de Arte de la Isla de la Juventud, la Escuela Nacional de Arte y el Instituto Superior de Arte. De la etapa de estudiante recuerda con especial cariño a sus maestros Antonio Vidal, quien lo enseñó a pintar al óleo; a Consuelo Castañeda, José Bedia y Flavio Garciandía, quienes contribuyeron a consolidar su formación y le dieron las herramientas indispensables para iniciarse en el difícil y complejo mundo del arte.
El humor es recurrente en la obra de Tamayo; en ocasiones refinado, otras veces más cáustico, quizás hiriente y hasta apegado al más genuino choteo cubano, algo que según dijo en conversación exclusiva con OnCuba: “ha sido muy intuitivo. Me acerqué al humor de manera empírica. No tengo conceptualizado el momento justo en que sucedió; quizás tenga que ver con lo primero que hice: los cómics y las historietas. Cuando haces historietas comienzas a inventar personajillos, a ponerlos grotescos, a deformar la figura, a exagerar el dibujo. Eso me dio la posibilidad de hacerles caricaturas a familiares y amigos, y por ahí empiezas a conectar de alguna forma en esa evolución”.
Tamayo ve el humor como una filosofía de vida y lo usa “como puente de comunicación” porque le interesa interrelacionarse con las personas, ser provocativo y lo más directo posible. Después, dice: “la gente puede leer lo que quiera en mi trabajo, pero creo que soy un hacedor de ideas y es por eso que no me preocupa tener muchos estilos ni parecer varios pintores a la vez. Hay artistas que tienen un sello –respeto y admiro eso–, pero en mi caso no me preocupa. Pongo los estilos o la técnica en función de la idea; hago como una mezcla, como un ajiaco, pero lo que me interesa es expresar, contar y compartir determinadas ideas”.
A lo largo de su intensa carrera ha abordado asuntos que van desde la crítica a la violencia, las guerras, los atropellos, el poder y la exclusión, al tiempo que se pregunta cuál será el destino de la humanidad y esas preocupaciones “se convierten en temas. En mi trabajo hay vertientes como, por ejemplo, la historia de los gánsteres en La Habana y lo que hago es utilizar esos personajes como pretexto dentro de mis trabajos. Al final, no hablo de los gánsteres sino de lo que deseo. Igualmente, me he dado cuenta de que el proceso creativo es mucho mejor cuando se organiza por series”.
En el año 2001 obtuvo el premio del Primer Salón de Arte Erótico y aunque su obra no es, precisamente, exponente de esa vertiente, en estos momentos se encuentra enfrascado en un proyecto que, de alguna manera, recrea los grabados eróticos japoneses. También disfruta la realización de carteles –una especialidad a la que se acercó de la mano del maestro Alfredo Rostgaard. Ha realizado el diseño de varios trabajos discográficos y, también ha incursionado en el libro. Y es que “tan importante es la ilustración de un libro como una caricatura, como el humor gráfico, como el Guernica de Picasso: todo lo que sea acto creativo y diga algo nuevo, es la esencia, la clave”, subraya.
Aunque en los últimos tiempos se vale con frecuencia del collage y de la serigrafía, se considera a sí mismo un “típico pintor de caballete”. Realiza bocetos y cuando se enfrenta al lienzo en blanco, ya tiene la idea definida.
El apropiarse de iconos del arte universal ha sido, igualmente, un recurso pero siempre para hablar del presente, del ahora, teniendo entre sus fuentes nutricias a La Habana, “una ciudad hembra, muy sensual, que ofrece mucho, pero a la vez que está dotada de una gran dosis de surrealismo. Cuando residía en España tenía que exprimirme el cerebro para parir una idea, aquí te levantas, te asomas al balcón y tienes las ideas pasándote por delante. Solo hay que captarlas, metabolizarlas en el proceso creativo y plasmarlas en el cuadro”.
Como cuando niño, Tamayo sigue soñando, ahora lo hace con una futura instalación que será un grito desde el presente hacia el futuro: “actualmente la guerra es por el oro negro, es decir, el petróleo, pero está descrito que en los siglos venideros será por el oro azul, o sea por el agua”.
Y para eso tiene que servir el arte, para hacer llamados de alerta, para colocar en el colimador los temas candentes, para desamarrar ataduras, para entendernos, para conocernos pero, sobre todo, para comunicarnos.