Con Villalobos, nada de lo que parece es. En cambio, todo lo que en él y en su obra es tiene múltiples apariencias. Y es que cada una de sus piezas, unívocas e irreversibles, son parte de un conjunto mayor, fragmentos de un universo en perpetua expansión que se nutre de y a la vez genera magma cultural. Cultura como herencia, cultura como campo de batalla de las ideas, cultura como contenedor de nuestro plazo vital, marca de identidad y, en cierta medida, destino. Cultura como articulación de saberes, experiencias, modos y cuestionamientos venidos de diversos, y a veces ignotos, confines, que el artista “muele y amasa” a diario, consciente o no.
Villalobos, como proponía Picasso, más que buscar, encuentra. Cada una de sus series es el resumen de una experiencia intelectual que funde los límites entre las artes específicas. Su punto de partida es el logos, el significado por vía de la palabra poética, la razón que transmuta en impulso de hacer, de agrandar los espacios temporales y físicos. Es un artista “razonable” que, justo en el momento de la epifanía del espíritu, da paso al niño que no ha dejado de ser, y juega con sus percepciones y las nuestras.
Cabría pensar que nuestro artista se renueva constantemente o, yendo un poco más allá, que padece una especie de gozosa multiplicidad de personalidades creativas. Pero no es así. De la misma manera en que el diálogo oral se nutre de diferentes campos de sentido, su trabajo aúna componentes conocidos, aparentemente lejanos entre sí, los mismos que serán aglutinados por su yo profundo. Hay en su práctica, no obstante, un fuerte componente de modestia. Se sabe un demiurgo, pero a escala humana, un dios como podemos ser —y somos— cada uno de nosotros en nuestros campos particulares de acción.
De modo que cada nueva muestra de Villalobos es una invitación a la reflexión y al disfrute, ya estemos ante una obra que trae al presente las originarias pictografías del inicio del tiempo o contemplemos una propuesta surrealista, abstracta de un modo sumamente concreto.
Ángel Escobar, el llorado poeta de nosotros, escribió en 1990, para un catálogo de Villalobos, que “la pintura es el acto de reconstruir las ruinas”. Para mí, las ruinas son vestigios más que signos de la decadencia. Si aceptamos con el Zen que sólo existe el presente, todo lo que creamos es, al instante, testimonio de algo que ya fue y, lo que es más significativo, que no volverá a ser en su modo primigenio. Nelson Villalobos escarba en el tiempo porque él mismo está hecho de tiempo. Todo le sirve, todo le vale para comunicar la buena nueva que el arte genuino es en su empeño de acompañar la indefensión del ser humano. Y a la vez se arropa con nuestra mirada, inquisidora o aquiescente, indiferente nunca.
Eureka, la muestra que desde el 5 de septiembre ofrece La Acacia, es plaza propicia para el reencuentro con ese ser infatigable, risueño y generoso que es Villalobos. En esa instalación encontró el lugar ideal para desplegar los cinco paneles que pintó en España como un intento de acompañar el paso de su madre, en la isla, hacia otra dimensión. Mientras disponía las obras en las paredes trabajó, según confiesa, en “un estado cercano a la oración, a la oralidad. Quería luz, color y no sombra.” Y se propuso combinar “tradición y contemporaneidad”.
En una conversación que sostuve con el maestro hace algún tiempo, él da las claves para la mejor comprensión de su arte. Decía entonces:
“Me identifico filosófica y poéticamente con Fernando Pessoa, creo en su poética y en su manera de ver y reflexionar sobre la existencia. Pessoa dice: ‘El poeta es un fingidor’, y personalmente no veo diferencia entre la poesía y la pintura. Todo es una simulación, una ficción sobre uno mismo. La pintura es una revelación de mi carácter fragmentario. En esas ficciones están todas mis circunstancias visibles e invisibles. Me gusta mantenerme a cierta distancia para poder abordar la realidad desde otras dimensiones, eso es parte esencial de mi búsqueda artística, donde está todo el espacio de mis metáforas y símbolos, es el mestizaje del intelecto con mi alma, es ese “yo es otro” de Rimbaud, son los heterónimos de Pessoa. Para mí, lo primordial es la resemantización, no el eclecticismo, ni el reciclaje”.
En 1990 Villalobos funda el singular grupo Ruptura, que componían cuatro heterónimos: Nelson, Villa, Lobo y el Otro, quienes tenían como objetivo primordial pintar y pintar bien. Ruptura, hasta la fecha, ha emitido dos manifiestos en los que se sientan las bases del villalobismo, doctrina estética que más que un posicionamiento filosófico —que es—, constituye un programa de trabajo.
Cuando quise saber más sobre sus motivaciones a la hora de crear, me respondió:
“Estoy atrapado por el color, por el diálogo y el volumen; el arte es un juego peligroso, poblado de un exterior de fatalidad, y te puede llevar a ser víctima del mercado. Es entonces cuando se marcha de tu hombro la otredad creadora, te quedas sin nada, sin territorio y sin tí mismo. Es por eso que trabajo todos los días con el entusiasmo del niño de Cumanayagua que recortaba y pegaba imágenes. Mis fracasos son míos, los he escogido yo, son lo que quise y quiero vivir, nada me pesa. Sigo pintando, instalando, esculpiendo y, sobre todo, dibujando, como también sigo corriendo, paseando, amando, queriendo como esposo, padre y amigo. Incluso, cuando el arte me lo permite, tomo el sol. No tengo motivos, tengo sueños; esos sueños tienen un orden u otro, en ellos las imágenes ocurren a una velocidad vertiginosa, de ahí mis maneras fragmentarias.”
Le cité una frase: “los poemas no se terminan, se abandonan.” Él me ripostó:
“A la poesía o a la pintura uno nunca las abandona, es totalmente lo contrario: son ellas las que te abandonan. Si el canto de la imagen y del verso te dejan es horrible, llega la angustia, se termina la hazaña… Eso le pasó a Rimbaud. Pienso que hay que hacer como el poeta Huidobro: “digo siempre adiós y me quedo”. Y en ese quedarse están todos los universos, es como el centro de todo lo que se mueve, se está en todas partes. Estoy en todas partes, con mi ironía, con mi humor, con mi imaginería y mis fragmentaciones.”
Qué: Eureka, exposición pictórica de Nelson Villalobos.
Dónde: Galería La Acacia. San José 114, e/ Industria y Consulado.
Cuándo: Hasta el 20 de octubre, de lunes a viernes de 9 am a 4:00 pm.
Cuánto: Entrada libre.