Decía el gran poeta lusitano Fernando Pessoa que quien inventó el espejo envenenó el alma humana, y dijo bien. No existe imagen más indescifrable que la que proyectamos en la superficie especular. En realidad, lo queramos aceptar o no, todos somos nuevos e intrigados Narcisos. Los que se interesan por su reflejo en el espejo creen en el poder de las imágenes. En el arte visual esa posibilidad se da, de manera muy particular, en el género del retrato.
El retrato alimentó y recreó desde siempre la Historia. Los retratos de los hombres relevantes y poderosos se sucedieron desde la antigüedad como una práctica habitual. Y es que el impulso de sustituir un cuerpo o un rostro por una imagen que lo represente está muy cerca de los orígenes de la creación artística, como apuntó tempranamente el especialista León Battista Alberti a inicios del siglo XV. Retratar fue una forma de uncir una imagen a su contexto o, lo que es parecido, darle vida a través de la transferencia de un rostro. Con la práctica del retrato en el Renacimiento comenzó a establecerse el status de los iconos en la Edad Moderna, llegando a convertirse en una tradición y confiriéndole a la pintura no solo una temática atractiva, sino un papel secular. Ningún otro género pictórico de aquella gran época para el arte ofreció más libertad y respondió menos a pautas preestablecidas, tanto para el artista como para el retratado. De ahí su extraordinaria variedad tipológica y conceptual.
Hablaré de una obra que resume, en gran medida, un tramo importante de este arte pictórico universal. Se trata del joven artista trinitario Yasiel Elizagaray, quien expone sus piezas en la galería Artis 718, en el reparto habanero de Miramar. Toparse con la muestra Ánimas es una experiencia sorprendente y enigmática que nos llama a un examen introspectivo desde un primer momento. El artista ha utilizado una técnica de extrañamiento y distorsión en los rostros de la serie que provoca un efecto de irrealidad para cualquier observador.
Los cuadros se concentran solo en los semblantes de los personajes, fundamentalmente niños y adolescentes, por lo que no aparecen otros atributos corporales, con la intención expresa de dejar fuera de la visualidad elementos retóricos que provoquen una dispersión de la atención. Solo son sus caras, donde reside su identidad.
Elizagaray plantea con estas piezas una suerte de juego expresionista que proyecta al retratado más allá del plano pictórico. El Yo individual (es decir, lo caracterológico) resulta la base para la “ficción” o la ilusión de los personajes. En estas piezas el gesto ha sido centrado; cada uno de los retratados, en vez de mirar al artista que les dio vida plástica, parecen mirar o buscar la mirada de los espectadores, ahí radica uno de los valores del singular poder icónico o para textual de la serie. Son, pero no lo son; eso sí, son sus propios fantasmas. La curaduría de la exposición, a cargo de Ariadna Cabrera Figueredo, a su vez, es inteligente y atenta a sus más mínimos detalles.
Aun tratándose de una pintura figurativa, la del autor es una pintura rápida y gestual. No pretende Elizagaray mayores complicaciones técnicas: la expresividad de los rostros debe contener la tragedia de sus existencias. Todo queda resuelto en el trazo firme y libre del pincel y en los empastes que configuran las imágenes.
El artista no violenta el compromiso primordial de la retratística, pues el parecido como garantía de veracidad no existe en estos cuadros, no se sabe quiénes sirvieron a estos misteriosos modelos, si son seres de la alucinación del creador o personas conocidas. Para él, ese margen de autenticidad no es esencial, al final, y es lo que importa, son sus personajes.
Lo que se inició con el pintor bielorruso Chaim Soutine (1893-1943) a inicios del siglo XX, uno de los primeros deformadores de sus retratos, se extiende hasta el presente, solo que Yasiel Elizagaray profundiza aún más en lo caracterológico de sus retratados deformes.
En una entrevista reciente, Yasiel expresó que la amargura de sus rostros tiene sus raíces en situaciones difíciles de su propia infancia. Cuando indagué al respecto, me contó que no solo tuvo esas lamentables experiencias, que pesan en su obra, sino que también sigue las historias de niños conocidos u otras que le cuentan terapeutas y médicos amigos. No son pocas estas dramáticas historias, sobre todo en un momento en que la masiva emigración hacia otras tierras ha dejado atrás a muchos infantes, en casas de otros familiares y vecinos, o peor, sin nadie que los abrigue. La crisis que atraviesa el país es gestora de numerosas tragedias para niños de todas las edades.
Sobre el particular, el crítico Hamlet Fernández afirma en el excelente prólogo que escribió para el catálogo de la muestra Ánimas:
“En una de las obras vemos a una jovencita y a un niño (…). Nos miran de frente. Los ojos de ella son profundos, el de la izquierda es como una sombra opaca, pero el de la derecha tiene una pequeña mancha blanca que la torna más real y ese solo detalle activa una sensación muy rara. Es difícil codificar ese tipo de vibración, pero yo la siento como una mirada triste, una conexión lúgubre que se transmite solo con la presencia, el silencio, las bocas apretadas. El niño parece no tener ojos, el de la izquierda es un gran hueco negro, el otro está como tapado con capas de pintura. Aun así nos mira, parece que nos mira, se reafirma en su presencia, quiere que sepamos de su existencia; es como si ambos intentaran transmitir la tristeza y la resignación por un padecimiento terrible”.
Hamlet Fernández es un especialista en la recepción de la obra visual dentro del gremio de la crítica de arte del país y vale la pena escuchar su opinión. En efecto, tristeza, soledad y amargura, son sensaciones que traslada esta serie de Yasiel Elizagaray. El arte no solo es para embellecer una pared del hogar o de una galería, es también para sumirnos en hondas reflexiones. Por otra parte, esos cuadros están muy bien elaborados, su terminación, los detalles de sus texturas y las proporciones están cuidados en extremo. Si Alfredo Sosabravo es el pintor de los colores exultantes y alegres de la infancia, aun siendo el relevante artista nonagenario que es, podemos decir que Elizagaray es la cara opuesta, es el pintor de las profundidades oscuras de la niñez con problemas.
El artista ha estudiado el expresionismo europeo, sobre todo el alemán, lo que se evidencia en sus cuadros. Muchos artistas importantes de la historia del arte han sido sobresalientes por este tipo de pintura misteriosa y oscura. El ya mencionado Soutine, Francisco de Goya, Francis Bacon, José Luis Cuevas, Jean Dubuffet, William de Kooning, Antonia Eiriz y Fidelio Ponce. Estos dos últimos cubanos, ellos son los creadores de atmósferas y de personajes extraños, a veces siniestros, y así y todo, o por eso mismo, y por sus descomunales talentos, han ascendido en el competitivo mundo de las imágenes de todos los tiempos.
En Yasiel, de igual manera, lo monstruoso se da como derivación de la angustia y la soledad de sus modelos; en sus obras se afronta lo no bello, la anti-forma. La noción de misterio, además, es sinónimo del carácter humano, de nuestra insondable naturaleza. Se trata de pintar lo que es imposible de reflejar en una superficie, aunque sea válida la tentativa de hacerlo.
Ánimas es la primera exposición de Elizagaray en galerías habaneras, antes expuso en su provincia y en Camagüey. En muestras colectivas ha tenido un desempeño mayor, y ha sido reseñado por varias publicaciones, muchas para un artista emergente como él. Cuando se examinan estas muestras en el transcurso de un puñado de años, es fácil notar la calidad en progresión de su obra. Cada una de ellas evidencia un dominio mayor de la técnica y del concepto del retrato expresionista. Hoy es un creador que trabaja con prestigiosas galerías en Estados Unidos y Europa y tiene por delante varias exposiciones en importantes escenarios como Art Basel y Art Miami.
Cuándo: Hasta el 15 de noviembre, de lunes a viernes (10am a 4pm).
Dónde: Galería Artis 718, 7ma. Y 18, Miramar.
Cuánto: Entrada libre.