Los aplausos en medio de la proyección, el creciente rumor boca a boca, la estatura casi legendaria que ha conquistado en unas pocas semanas la película cubana Conducta obedece, entre otras razones, al cuidadoso entramado de alusiones a temas de alta sensibilidad que se verifican a través del mural, la pizarra y los diálogos entre los personajes, al interior del estrecho espacio del aula donde acontece buena parte de la trama, o al menos algunas de las secuencias que mejor representan las propuestas temáticas y reflexivas de una película con un espectro casi insondable de significados, más allá de la exterioridad anecdótica.
Luego de transcurridos solo 2:45 minutos de metraje aparecen, por primera vez juntos, los tres protagonistas del filme: la maestra, el estudiante y el aula. Un plano cerrado muestra a una niña escribiendo en la pizarra el vocablo “Amigos”, mientras se escucha en off la voz de Carmela reclamando de sus estudiantes otras palabras llanas. De inmediato la cámara se ubica sobre Chala, sentado junto a uno de sus inseparables amigos, un niño negro llamado Richard que lo acompañará en buena parte de sus peripecias. En esa misma secuencia introductoria del aula —en tanto espacio de aprendizaje y convivencia edificante para niños y niñas de las más diversas procedencias, razas, inclinaciones y temperamentos— vuelve a escucharse en off la voz de Carmela en un adelantamiento de la secuencia del “juicio” a que se la somete en el desenlace: “Mi abuela era nieta de esclavos, y no se lo creía el día en que le enseñé mi título de maestra. Se gastó cinco pesos para ponerlo en un cuadro que colgó debajo de la Caridad. Ahí está todavía.” Mientras la escuchamos, la cámara muestra de nuevo a Richard, el amigo negro de Chala, hablándole al oído al tercero de los compinches del protagonista, que se llama Yoan, y es un avispado mulatico, hijo de un disidente según se comenta posteriormente. En el espacio del aula, con la cámara colocada a la altura de las cabezas de los niños, se destacan cabelleras rubias, castañas, indias y trigueñas, rostros negros y mulatos, todo mezclado en una muestra evidentemente intencionada, por lo representativa, de nuestros mestizajes y sincretismos.
En el ejercicio de selección de palabras llanas un niño escribe en el pizarrón, debajo de “Amigos”, el vocablo “Paloma”, que subraya este emblema de altura y emancipación utilizado por los creadores a todo lo largo del filme, el cartel y el tráiler. Otra estudiante, Jessica, una flaquita de pelo dorado, escribe en la pizarra la tercera palabra llana localizada: “Infancia”, y después suena el timbre que marca el fin de la clase. Mientras ocurría la escena anterior, en la pizarra puede leerse con nitidez el asunto de la clase: Textos basados en vivencias y también se destacan las tres palabras llanas seleccionadas por los estudiantes: Amigos, Paloma e Infancia, en las cuales se insinúan, a través de conceptos abstractos, los temas que la película desarrollará en tanto Conducta puede verse cual texto cinematográfico sobre las vivencias de un niño con familia disfuncional, que cría perros y palomas, y de una maestra cuyos valores la enfrentan a ciertos esquematismos y catástrofes espirituales.
En otra de las muy significativas escenas que acontecen en el aula entran en conflicto Chala, el protagonista, y Marta, la maestra sustituta de Carmela. El muchacho está en horario de receso y juega a las cartas con Yoan y con Christian, otro rubiecito del aula. Entonces irrumpe la pandilla “enemiga”, también interracial, para verificar una revancha del duelo a chapas. El protagonista les pregunta que hacen en su aula, y les exige que lo esperen en el patio, en una demanda, al parecer, de respeto por el espacio de instrucción y formalidad que toda aula constituye. Uno de la pandilla “enemiga” le quita el celular a Yeny y lo exhibe con una exclamación, entre admirada y peyorativa, de “lo lindo que está el tarequito” y de que “la palestina está en lo último”. En una pared lateral puede verse un mapa de la Isla, y en la pizarra se lee, por encima de los hombros y cabezas de los niños, los restos de una lección, tal vez de Geografía de Cuba, en la cual se destacan los nombres, a la derecha, de La Habana como la capital, y también de una lista de provincias cubanas que abarca de Pinar del Río, Artemisa y Mayabeque, hasta Ciego de Ávila, Camagüey, Las Tunas, Holguín y las demás, enumeradas en un solo cuerpo de texto que incluye la nación entera.
Chala le exige al gordito pandillero e invasivo que le devuelva el celular a Yeny. Ante la negativa, Chala lo empuja, y en medio de la bronca llega Marta, quien expulsa a los invasores, y le quita a Chala el celular que el muchacho había recuperado. Yeny lo reclama como suyo y la maestra se lo devuelve, diciendo que no lo vuelva a traer. Pero entonces Marta descubre las barajas que estaban jugando los tres compinches. Se las va a quitar, pero antes de entregarlas el muchacho le promete a la maestra que nunca más las va a traer a la escuela. La maestra insiste en sustraérselas, a lo cual Chala responde guardando las barajas en su bolsillo, como si la intransigencia de ella solo provocara su rebeldía y el enfrentamiento con la autoridad. Chala es llevado a la dirección, un espacio dominado por un mapa enorme de Cuba.
Cuando el muchacho entra en la dirección, o después, cuando camina por la calle a la salida de la escuela, se escucha de nuevo a Carmela en off poniendo en evidencia la debilidad de todo sistema educacional, cubano o de cualquier otro país, en estrecha relación con la pugna que acabamos de presenciar: “Todos los años tengo a un Chala en el aula. Ninguno pudo más que yo, porque en el fondo, todos son muchachos. Hay cuatro cosas que hacen a un niño: la casa, la escuela, el rigor y el afecto. Pero cuando cruzan esa puerta está la calle, y un maestro necesita saber lo que les espera allá afuera. Antes para mí la vida era más clara, y yo sabía para lo que preparaba a un alumno. Pero ahora, lo único que tengo claro, es para lo que no debo prepararlo”.
En otra de las escenas medulares en cuanto a los significados de la película, el aula acoge una reunión de adultos: Carmela, la directora de la escuela, Marta, dos funcionarias del municipio de educación, y el director de la escuela de conducta. Se reúnen para analizar el lugar donde Chala debe permanecer. Carmela entra en el aula y asegura que ese es el lugar donde estarán más cómodos. Inmediatamente las vigilantes funcionarias detectan la estampa religiosa que una alumna colocó en el mural. Carmela le ruega que la devuelva a su sitio, y Raquel, una de las funcionarias, visiblemente irritada, reprende a la maestra. Raquel es sorda a toda explicación, porque según ella “no hay manera de explicar la presencia de esa imagen en el mural de un aula nuestra”. Muy pronto la disputa se cierra entre la maestra y la funcionaria:
—Carmela, usted sabe del respeto que se le tiene. Pero es que ya se van sumando varios problemas en su clase. Entienda que no podemos permitírselos.
—Perdón, pero en mi aula ustedes no permiten nada. Yo doy clases aquí antes que tú nacieras…
—A lo mejor ha sido demasiado tiempo.
—No tanto como los que dirigen este país. ¿Te parece demasiado?
Carmela se levanta y abandona la reunión. Raquel le sugiere a la directora que hable con ella, porque lo último que quisiera hacer es tomar una medida con Carmela. La escena cierra con el rostro de Marta, cuyas posiciones se han ido acercando a las de la maestra experimentada y contenciosa. La joven está sentada delante del cuadro del Martí adolescente. En la pizarra que atestigua tal discusión puede leerse: “Los corazones juntos crecen”, y se desgrana un vocabulario que incluye términos como Hermandad, Dignidad e Integridad.
Luego vemos Marta sentada en un pupitre, como un alumno más, escuchando la clase de Carmela. Mientras la cámara describe elegantes movimientos transversales en el espacio del aula, escuchamos a Carmela leyendo en off otro fragmento de su informe final: “No hay dos grupos iguales. Y cada uno trae muchachos que te marcan para siempre. Este es el grupo en que le di clases a mi propio nieto. Con él, son siete los que se me han ido en apenas tres años. Una les habla de Martí y de la patria, pero en la casa desentierran a los muertos para hacerse ciudadanos españoles. Este es el grupo de Camilo, que les enseñó lo que es la muerte. El grupo de Yoan, con su padre preso por asuntos políticos. El grupo de Yeny, una gran alumna, pero con la cruz de ser palestina. Y claro, este es el grupo de Chala, el grupo donde en el mural hay una estampita de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, y no hay dios que la quite mientras la maestra sea Carmela”.
En las dos últimas escenas que ocurren en el aula se potencian al máximo los iconos de significación antes presentados. La pizarra habla sobre Educación Cívica, y hay un esquema sobre los Derechos del niño en relación con la salud, la vivienda, la protección, etc. Marta está al frente del aula y debe responderle a una alumna si es verdad que van a retirar a Carmela por haber permitido la estampita en el mural, y por haber sacado a Chala de la escuela de conducta. Ante la imposibilidad de dar respuesta de la joven maestra, Yeny se levanta y retira del mural la imagen de la Virgen que tanto problema ha generado.
La última escena de la película que ocurre en el aula entra por corte directo a la cara de Yeny, con Chala al fondo, mientras se escucha la voz de Carmela preguntándole si recordaba la razón por la cual la estampa fue colocada en el mural. La maestra reitera: “¿alguien aquí vio algo de malo en eso?”. Mientras se escucha a coro la respuesta negativa, la cámara toma en plano medio a Carmela, al centro del aula, con la imagen de Martí adolescente a la izquierda. Una estudiante le pregunta a la profesora si cree en la Virgen, y ella le responde que hizo catequesis y primera comunión en la misma iglesia que la niña visita ahora. Yeny asegura que nunca ha visto a la maestra en la misa. Carmela le contesta que no soportaba a un cura diciéndole que había algo malo en los santos de su abuela.
Los estudiantes le siguen preguntando a Carmela si es verdad que se va. Ella les dice la primera mentira que le escuchamos en toda la película: “Están preocupados por mi salud y quieren cuidarme”. Cuando Yeny pregunta si hay algo malo en que la estampita esté en el mural, Carmela le contesta: “Todo tiene un motivo, y yo te prometo que en otro momento vamos a hablar de eso. Pero ahora lo más importante para mí es que todo sea como ustedes sientan que debe ser”. Chala riposta: “Aquí nadie es bobo profe, todo el mundo sabe que eso la mete en tremenda candela”. Como respuesta a la observación de Chala, Carmela le pide la estampita a Yeny y vuelve a colocarla en la misma esquina del mural, bajo la frase martiana que celebra la escuela como fragua de espíritus, y la clase simplemente continúa con la revisión cotidiana de la tarea. En toda la película nunca se vieron tan nítidas, escritas en la pizarra, palabras como las que pueden leerse en el fondo, a todo lo largo de la escena: “No hay rito mejor de religión que el uso libre de la razón”. Debajo de la máxima aparece un esquema que alude a la Constitución, sus decretos, artículos, derechos y deberes, en franca sugerencia a la libertad de credo que la propia Carta Magna asegura y garantiza.
A través de una dirección de arte articulada a la perfección con la fluencia narrativa, el cineasta-guionista Ernesto Daranas, y el director de arte Erick Grass, movilizan la emoción y proponen, con mayor o menor sutileza, el cuidado de valores como la solidaridad, el antirracismo, la tolerancia o comprensión con quienes profesan otro credo, el convencimiento de la unidad nacional por encima de regionalismos, la necesidad de fomentar la espiritualidad y el amor al prójimo. El público lo comprende a cabalidad e inunda los cines donde se programa una película capaz de convertir el aula, la pizarra y el mural en espacios altamente simbólicos donde se dirime día por día el futuro de dos niños y una maestra, el futuro de un grupo y de la escuela. En fin, el futuro de una nación asumida como un todo y cultivada para el bien de todos.