Resulta ineludible, cuando de cine cubano se trata, omitir la influencia que tuvo el Neorrealismo Italiano en los primeros filmes producidos por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), allá por la década del sesenta.
Entre los pilares fundamentales de la incipiente productora criolla figura Julio García Espinosa, quien junto a Tomás Gutiérrez Alea (Titón), cursó estudios de dirección de cine (1951-1953) en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma.
El Neorrealismo lo sedujo con su concepto de un cine hecho con pocos recursos, sin alardes técnicos, sin actores conocidos, sin escenografías y en lugares naturales. Italia fue el lugar “donde descubriríamos a América Latina. Más que a Europa, a América Latina y al Caribe. Pero donde también pudimos aprender más de la vida que de la escuela”, declararía el cineasta.
Recientemente García Espinosa (Premio Nacional de Cine 2004) recibió de manos del Excelentísimo Señor Carmine Robustelli, Embajador de la República de Italia, la Ufficiale dell’Ordine della Stella Italiana, prestigiosa condecoración que otorga el gobierno europeo a figuras importantes de la cultura mundial.
En el lobby del cine Charles Chaplin, sede de la Cinemateca de Cuba, se dieron cita grandes personalidades de la Isla para rendir homenaje al hombre que marcó con su pensamiento a varias generaciones de intelectuales.
Como un “premio es muy merecido” calificó el reconocimiento Omar González, presidente del ICAIC, quien agregó que “su relación con Italia es muy orgánica, se demuestra en el cine que hicieron él y Titón en los primeros años del Instituto. Julio siempre ha sido muy certero en sus criterios; es un referente imprescindible, no solo para dibujar el mapa del cine cubano, sino para tener una idea cabal de la cultura cubana contemporánea”.
Por su parte, Iván Giroud, presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (FINCL) resaltó la labor pedagógica llevada a cabo por García Espinosa. “Su capacidad para desdoblarse y no imponerse a los demás realizadores, su empuje para llevar por el mejor camino las primeras obras de otros, es lo más grande que se puede resaltar de Julio. Su trabajo al frente de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV) también fue muy importante, es el único director cubano que ha tenido la institución (2002-2005).”
Sobre la permanencia del cineasta al frente del ICAIC agregó: “le suministró un nuevo aire al cine cubano, le dio la oportunidad a muchos jóvenes para dirigir, hizo un cine más popular, buscando más comunicación con el público”, concluyó Giroud, quien asumió recientemente el liderazgo del evento cinematográfico más importante de la Isla, luego del fallecimiento de Alfredo Guevara, su fundador.
También estuvieron presentes en la entrega del reconocimiento la emblemática actriz Eslinda Núñez, y la realizadora Marina Ochoa. Esta última reconoce en la figura de García Espinosa la oportunidad que le permitió a ella y a otras féminas entrar en el patriarcal mundo de la realización cinematográfica.
“Julio fue el primer feminista del cine cubano, antes que fuera una moda. Él trajo de la Universidad de La Habana a las mujeres de mi generación que entramos en el ICAIC. Anteriormente casi todos los realizadores eran hombres, solo habían mujeres editoras, maquillistas o vestuaristas. Nosotras aprendimos cine haciéndolo, gracias a él”, comentó la cineasta.
Por su parte, Núñez, Premio Nacional de Cine 2011, opinó que “este es un premio muy importante, que ha llegado en un buen momento. Julio tiene una trayectoria muy larga como cineasta. Ha sido fundador de muchas cosas, ha hecho mucho por la cinematografía cubana. El aporte que le dio el Neorrealismo es sus primeras obras fue fundamental para el desarrollo que luego tuvo el cine cubano, porque eso se vio en la filmografía de otros realizadores también. Además, su teoría del Cine Imperfecto llevó a muchos jóvenes de entonces a buscar cosas diferentes, vías menos formales. Algunas funcionaron, otras no, pero de ahí salieron filmes muy importantes.”
A lo largo de su trabajo como asesor de proyectos cinematográficos nacidos en el ICAIC, García Espinosa colaboró en la confección de guiones como Lucía (1968), de Humberto Solás; La primera carga al machete (1969), de Manuel Octavio Gómez; El extraño caso de Rachel K (1972), de Oscar Valdés; De cierta manera (1974), de Sara Gómez, Mella (1975), de Enrique Pineda Barnet; entre otros.
Sobre la filmografía de este intelectual, Núñez confesó: “particularmente me gusta mucho Aventuras de Juan Quin Quín, creo que es una obra muy innovadora. Siempre es un gusto verla, aunque ha pasado muchísimo tiempo.”
El autor, a 24 x segundo
La obra de García Espinosa tiene una clara vocación humanista. A través de su filmografía se puede advertir la insistencia por mostrar la verdadera Cuba, con sus luces y sombras. Desde su obra iniciática, el documental de cortometraje El Mégano (1956), de estética neorrealista e inspiración crítica, el realizador trazó una línea definitiva en su discurso: la preocupación por los conflictos de la sociedad cubana.
Aunque el cineasta ha dicho que “hoy lo vemos como una película naif, sin encanto formal alguno y lo que es peor, con una visión de la realidad muy simplona, como si sus autores tuvieran como única preocupación la de no adentrarse en complejidades que les hiciera imposible ensayar el poco oficio de que disponían”, según los estudiosos, el documental está considerado, desde el punto de vista temático, como el antecedente más importante del cine cubano pos revolucionario.
El primer largometraje producido por el recién creado Instituto fue Cuba baila (1961), que contó con la colaboración de Cesare Zavattini (1902-1989), considerado el patriarca del movimiento neorrealista. El aclamado guionista italiano mantuvo una fluida correspondencia con su alumno, en la cual le brindó sus valoraciones acerca de la trama. El dueto continuaría hasta el año siguiente, cuando el director cubano filmó El joven rebelde (1962), con libreto de Zavattini.
Sobre estos dos largometrajes el director comentó años más tarde que “contaban historias que de alguna manera no me pertenecían, y desde ese punto de vista no me sentía tan comprometido como me sentí cuando hice Aventuras de Juan Quin Quín”, película basada en la novela de Samuel Feijóo, Juan Quin Quín en Pueblo Mocho.
No fue hasta 1978 que volvería a su faceta de director con Son o no son, donde puso en evidencia una vez más su influencia neorrealista al proponerse “hacer la película más fea del mundo, y me propuse quitarle todo lo que habitualmente es objeto de seducción, desde una puesta en escena brillante, hasta una fotografía tremenda o unas actuaciones extraordinarias, es decir, tratar de que todo lo que pudiera seducir al público eliminarlo.”
Dicho filme se desarrolla en el escenario del cabaret Tropicana, pero en un Tropicana de día, sin afeites, sin perfumes ni lentejuelas, invitando a una reflexión sobre la cultura popular.
En 1989 filma íntegramente en los Estudios Cubanacán La inútil muerte de mi socio Manolo, inspirada en la pieza teatral Mi socio Manolo, de Eugenio Hernández Espinosa. Como un neorrealista consecuente evitó “que aquel recurso fariseo de hacer creer que la ficción es realidad, sirviera de distracción a un drama que justamente no requería de adorno alguno”.
Obedeciendo a su voluntad transgresora, en 1993 realiza el filme experimental El plano, y un año después lleva a la gran pantalla Reina y Rey, cuyo guión se alzó con el premio al mejor guión inédito en el FINCL de 1993.
Julio García Espinosa es un visionario del arte. Ha sido toda su vida un cineasta incómodo, contestatario, inquisidor, de esos que al final dejan más preguntas que respuestas, porque “el cine que queremos es una búsqueda, un cine por hacer”.
Escrito por: Ailyn Martín Pastrana