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Mirtha Ibarra es una mujer excepcional, dueña de un talento interpretativo único que trasciende tanto la pantalla como los escenarios. Sabe lo que desea y cómo alcanzarlo, sin importar las barreras que tenga que derribar.
Si hay algo que la define, es la autenticidad, cualidad que ha hecho que tanto el público como sus colegas de profesión no solo admiren su trabajo, sino que también se inspiren en su ejemplo. Cuando hablamos de la intérprete de Nancy en la película Fresa y Chocolate (1993) e Iluminada en Neurótica Anónima (2025), nos referimos a una actriz que continúa siendo un pilar de la escena artística y uno de los rostros más representativos del cine cubano.
Desde que debutó en el ámbito teatral en 1967, no ha dejado de sorprender con su destreza interpretativa y su sensibilidad artística.
Nacida el 28 de febrero de 1946 en San José de las Lajas, Mirtha no pierde la sonrisa ni el brillo en los ojos cuando habla de su carrera, que se ha definido por su entrega y dedicación al oficio. Su labor ha sido reconocida con la Distinción por la Cultura Nacional (1996) y con varios premios, como el Actuar por la Obra de la Vida (2019), el Lucía de Honor (2018) y el Premio Nacional de Cine (2025), que obtuvo recientemente.

En este punto de su vida, ¿los premios se reciben con serenidad o con emoción?
Creo que es una mezcla. Primero viene la emoción, porque no lo esperaba; ya había desistido de recibir el premio este año. Sabía que había otras personalidades propuestas que también se lo merecían. Soy una persona que respeta cuando ve que a alguien se le otorga un premio que realmente se ha ganado. Estaba convencida de que me lo entregarían en 2024, y cuando se lo dieron a Jorge Perugorría, me alegré mucho; lo merecía por todo el trabajo que ha realizado a lo largo de los años. Además, lo siento como parte de mi familia.
Después, viene la reflexión, con serenidad y sobre todo con alegría, no solo por el premio, sino porque en la calle no ha habido una sola persona que no me haya felicitado. Eso quiere decir que se alegran y que aún me reconocen. A pesar de los años, sigo siendo Mirtha. Ese es un regocijo inmenso.
Siempre la vemos inmersa en varios proyectos. ¿La quietud va en contra de su naturaleza?
Soy una mujer hiperactiva, que no para, como una locomotora con gasolina de sobra. Creo que esto lo heredé de mi madre, porque ella también era hiperactiva, nada que ver con mi padre, que era más pasivo. Yo no paro ni un minuto. El médico de mi consultorio me dice que ya no tengo treinta años, que baje de la frecuencia 220 a 110, pero me cuesta trabajo realmente, porque me parece que el tiempo se me va. Me gusta terminar los quehaceres de la casa rápido para luego poder sentarme a leer.

¿Ser mujer la ha llevado a ser más persistente?
Sí. En mi época había muchos prejuicios en torno al arte; por eso y por ser mujer me costó más. Afortunadamente, el contexto ha cambiado. Cuando empecé en la Escuela Nacional de Arte (ENA), mis padres no estaban de acuerdo; tenían una visión negativa de los artistas. Más tarde, tuve dos esposos, y ninguno de ellos se interpuso en mi desarrollo profesional. En el plano profesional, nunca he sentido discriminación por ser mujer. He podido realizarme en los proyectos que se me han presentado.
¿Qué le han enseñado las situaciones que se le han presentado durante su carrera?
Cierta vez estábamos haciendo una obra de teatro. Recuerdo que surgieron situaciones con las que no estuvimos de acuerdo y nos negamos a aceptarlas. A partir de ahí, dejé de hacer teatro por un tiempo y comencé a incursionar en el cine.
¿Ha sido rebelde en la vida?
He sido terca, transgresora y rebelde desde niña. Con nueve años, fingía que tenía falta de aire y me tiraba al piso para que me hicieran caso. Mi mamá se asustaba, y mi papá le decía: “¿No te das cuenta? Es una artista”.
¿Cuál ha sido su momento de mayor libertad en el plano profesional?
Siempre me he sentido libre para elegir mis proyectos. He ido siempre por encima de los impedimentos y obstáculos. Durante la época de la alfabetización, mis padres no querían que fuera, así que llené la planilla en secreto. He impuesto mis criterios y mi voluntad. Creo que he llegado a este Premio Nacional de Cine por eso, porque he sido persistente y arriesgada. Hay que ser atrevido y no ser obediente; la gente obediente nunca se realiza como persona.
¿Qué película la marcó?
La bella del Alhambra, de Enrique Pineda Barnet, porque siempre me ha gustado cantar, y esa es una de las cosas que se me han quedado pendientes. Cierta vez canté tres canciones que yo misma escribí en una obra de teatro.

¿Por qué no la hemos visto en un largometraje de Fernando Pérez?
Iba a formar parte del elenco de Madagascar. Fernando me propuso el personaje de la madre de Laura de la Uz. Cuando leí el guión, pensé que el personaje era interesante, pero no estaba bien desarrollado dentro del contexto de la película. Me reuní con Fernando y le dije que no podía hacer cambios en el guión, ya que estaba demasiado cerrado. Aunque he intervenido en muchos guiones proponiendo ajustes, en este caso no podía mover una pieza sin desestabilizar todo. Con lágrimas en los ojos, le dije que no iba a participar en la película. Él me dijo que cualquier actriz que tomara ese personaje, lo haría pensando en mí.
¿Talento o esfuerzo? ¿Qué considera que tiene más importancia en esta profesión?
El talento es fundamental. Si no tienes talento, por mucho que te esfuerces, no llegarás lejos. La sensibilidad se cultiva, a través de la lectura de poesía, novelas y cultura en general, pero el talento es algo innato. Hay quienes se esfuerzan mucho e incluso llegan a actuar, pero siempre serán mediocres.
La palabra riesgo suele acompañar su labor. ¿Qué tanto se identifica con ella?
Cada vez que tengo que arriesgarme por algo cuyo resultado me interesa, lo asumo. Siempre trato de aceptar personajes que me permitan encontrar nuevas facetas de mí misma. Eso me da mucho placer, porque me permite descubrirme como ser humano y mostrar todas mis posibilidades como actriz.
Con todo el recorrido que tiene en el séptimo arte, ¿no se ve detrás de las cámaras?
Dirigí un documental, pero no me considero directora. Me atrevería a dirigir en el teatro, pero no en la pantalla grande. No me siento capacitada para asumir ese riesgo.

¿Suele coincidir la Mirtha actriz con la guionista?
Sí, mis inquietudes personales se reflejan en mis proyectos. Tanto mi visión crítica de la realidad como otros temas que me preocupan los expreso en mis escritos. Esa perspectiva crítica también la aprendí de Titón. Él decía que una realidad que no se critica no mejora ni se perfecciona.
¿Se deja llevar por la intuición cuando crea?
A veces, pero luego siempre llega el análisis. Ambas cosas son importantes: el análisis crítico y la intuición, que también aporta mucho, tanto en el arte como en la vida cotidiana.
En Fresa y Chocolate hay varios personajes que hacen locuras por amor. ¿Recuerda alguna que haya hecho Mirtha Ibarra?
Cuando conocí a Titón, me impactó mucho. Pero yo estaba casada. Luego, cuando regresé de Francia, Titón se me acercó y me preguntó si estaba viviendo nuevamente en Cuba. Le di mi teléfono. Fue a visitarme; estuvo media hora en mi casa. Llamé a una amiga para averiguar si estaba casado o era gay. Finalmente, nos conectamos y ese 31 de diciembre lo pasó conmigo.
Desde la primera versión del guión de Fresa y Chocolate hasta lo que llegó a la pantalla, ¿qué cambios se produjeron?
El personaje de Nancy no estaba incluido en el guión inicial. Titón pensó que la relación entre David y Diego era demasiado pequeña dramáticamente, por lo que decidió añadir a Nancy y crear un triángulo amoroso que enriqueciera la historia. Ese cambio fue clave para el desarrollo de la trama.
¿Qué la une y qué la separa de la nueva generación de actrices cubanas?
En la televisión veo falta de profesionalismo, especialmente entre los jóvenes, que a veces sobreactúan. Recuerdo cierta vez en la que me dieron un premio de actuación. Titón se quedó atrás y escuchó comentarios como: “No sé cómo la han premiado si ni siquiera actúa”. Eso es algo que tienen que aprender. Como actriz, no puedes sentir que estás actuando; de lo contrario, no crees en tu personaje. Yo me formé en el teatro. Pasé a la televisión después de un largo recorrido en el escenario.
¿La han convocado recientemente para trabajar en alguna producción televisiva?
Sí, me ofrecieron trabajar en una telenovela, pero no la acepté porque no me interesa trabajar en la televisión. Son producciones muy largas que ocupan mucho tiempo y no me permiten realizar otros proyectos.
¿Se juzga cuando se ve en pantalla?
Lo bueno del cine es que puedes criticar tu propio trabajo. En el teatro, a veces crees que estuviste excelente, pero el director te dice: “¿Qué te pasó esta noche?”. Es terrible. Otras veces, crees que estuviste mal, pero te dicen que fuiste brillante. Es un desconcierto tremendo.
¿Cuál es el talón de Aquiles del cine cubano?
El tema económico. Hay muchos realizadores con guiones guardados que no han podido concretar sus proyectos debido a la falta de recursos. En la época dorada del cine cubano, las coproducciones ayudaron a materializar proyectos exitosos.
Recientemente terminó el rodaje de la película Neurótica Anónima, en la que actúa y también es guionista. ¿Cómo se gestó esta propuesta cinematográfica?
Cuando llegas a determinada edad, no te llaman para trabajar. Por eso, a partir de ahora, escribiré mis propios proyectos para actuar en ellos. Fue el caso de Neurótica…
Filmamos durante cinco semanas, y logramos sacar adelante este proyecto. Jorge Perugorría fue el director. En Neurótica Anónima interpreto el personaje de Iluminada, una acomodadora que siempre quiso ser actriz. En esta película me di cuenta de cuánto aprendió Pichy de Titón. Hubo momentos que me recordaron sus métodos de trabajo.