Si Memorias del subdesarrollo o Lucía son de las mejores películas de la historia del cine, también en el parnaso cinematográfico se ubica Nelson Rodríguez Zurbarán, el editor de ambos filmes.
“Mi nombre normalmente es el cuarto o quinto en la lista de los principales créditos técnicos… Me parece totalmente justo”, decía a Toño Angulo Daneri, refiriéndose a la importancia de su oficio en una muy buena entrevista publicada por Programa Ibermedia.
Para entonces ya era uno de los especialistas de montaje cinematográficos más importante. En Cuba ostentaba del Premio Nacional de Cine desde 2007 y tenía ganado un espacio, junto a la actriz Daisy Granados, en el Programa Historia Visual de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos (2017).
Pero su historia, es larga.
Nelson Rodríguez Zurbarán había nacido en la ciudad de Cienfuegos en noviembre de 1938. Antes de los diez años sus padres se mudaron a La Habana, ciudad donde tuvo sus primeros contactos con el cine como espectador.
Con 16 años fue alumno del crítico José Manuel Valdés Rodríguez en uno de sus famosos cursos de verano sobre Historia del Cine impartido en la Universidad de La Habana.
Esa experiencia le permitió convertirse en uno de los fundadores del CineClub Visión, en la barriada de Santos Suárez, en una época donde la efervescencia cinematográfica y la existencia de muchas salas había logrado una ebullición de cinéfilos de primera en La Habana, como los muchachos vinculados al Cine Club de La Habana o la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo.
Escuchó el sonido de un aparato que lo marcaría para siempre: era la moviola.El trabajo en el Cine Club, le permitió a Rodríguez vincularse al ICAIC luego de su fundación, en marzo de 1959. Entonces estudiaba Ciencias Comerciales y quedó emplantillado como productor.
Una tarde, Nelson Rodríguez pasó por el cuarto piso del Instituto y en medio de la soledad de la hora y la magnificencia del lugar escuchó el sonido de un aparato que lo marcaría para siempre: era la moviola.
Manipulándola estaba Mario González, quien sería su maestro. En ese momento trabajaba en Las doce sillas, de Titón. Al siguiente el joven productor expuso el deseo de ser transferido de departamento y en poco ya estaba en Montaje.
De los primeros trabajos se recuerda su labor en los documentales Historia de una batalla (1962, Manuel Octavio Gómez), Minerva traduce el mar (1962, Oscar Valdés y Humberto Solás) y Primer Carnaval Socialista (1962, Alberto Roldán).
Sin embargo, la lista se prolonga hasta el 2005 cuando hizo Los puños de una nación para la panameña Pituka Ortega-Heilbron. También es memorable su trabajo en Nosotros la música (1964, Rogelio Paris).
“Los documentales se construyen básicamente en el montaje, generalmente si existe un guion es sólo para tener una guía del material”, dijo.
Su primer largo de ficción sería Tránsito (1964, Eduardo Manet), trabajo al que siguieron los filmes que lo catapultaron como uno de los mejores editores del cine cubano: Memorias del subdesarrollo (1968, Tomás Gutiérrez Alea), Lucía (Humberto Solás, 1968) y La primera carga al machete (1969, Manuel Octavio Gómez).
“En Memorias del subdesarrollo, la secuencia final de la cinta era muy importante para el cierre. Titón estaba insatisfecho con la filmación y tenía la idea de repetirla por problemas con la iluminación. A mí se me ocurrió decirle que si cortábamos los planos ‘a lo Godard’ no tendríamos ese problema y que al cambiar al personaje en diferentes planos y con cambios de dirección, o sea, de eje, se haría más evidente el estado anímico del personaje. (…) Al día siguiente lo vimos y se entusiasmó”.
Su estrategia, según contaba, era la siguiente: cuando tenía confianza con los directores y ellos se sentían seguros de su trabajo, les proponía descansar, tomarse unos días hasta que él acabara el primer armado. Si no estaban de acuerdo con lo hecho, aceptaba comenzar de nuevo. “Por supuesto, me funcionó perfectamente”.
Seguido de Memorias… fue Lucía. Durante un momento del rodaje, que alternaban entre Trinidad y La Habana Solás descubre que varias tomas de alta importancia tienen errores. Para repetir había que regresar a Trinidad. Pero, otra vez, Nelson Rodríguez haría un importante aporte: “Le dije a Solás que se podía editar por corte directo los mejores fragmentos de cada toma, con armonía por supuesto, y después con una buena música del maestro Leo Brouwer quedaría preciosa. Y así fue.”
Solía decir que había logrado una mayor comunicación trabajando con directores como Tomás Gutiérrez Alea, Humberto Solás o Manuel Octavio Gómez, pero la relación que logró con Solás fue diferente.
A José Luis estrada Betancourt le respondió para Juventud Rebelde: “Nosotros nos hicimos muy amigos desde que empecé a trabajar en el ICAIC. Después del regreso de Europa, Humberto decidió viajar por toda Cuba. Y de Oriente vino con la idea de Manuela (1967). Yo lo ayudé con el guión, porque el montaje te da una idea muy clara de la relación de una secuencia con la otra y la otra; te da una coherencia. Así inició la colaboración que después terminaba con la edición (…) Lo otro que comenzó a pasar, a partir de Manuela, es que a él no le hacía ninguna gracia estar metido durante horas en el estudio de sonido doblando las películas. Porque eso se podía eternizar. Entonces me dijo: ‘Ay, Nelson, tú sabes lo que quiero’”.
Otra cita suya: “Realmente prefiero editar ficción, me resulta siempre más fácil, es más agradable de hacer, más complicada la técnica, pero es algo que aprendí a dominar hace mucho tiempo. El documental es más complejo para el montaje…”
En los ochenta su trabajo fue más allá de lo correspondiente a un editor, pues también fue importante su desempeño como codirector y guionista en Amada (1985) aunque toda su participación no sería reconocida. Sobre esto Solás contó:
Amada fue una película que Nelson la concibió como un experimento, y yo también, un poco siguiéndole los pasos, como un experimento de estudio, de las películas de estudio del cine norteamericano de la década del cuarenta, de los años treinta también.
Amada era como un divertimento, a pesar de que era un drama psicológico e histórico muy fuerte. Amada representaba para él como la plasmación de todas sus fantasías de cinéfilo y, por otro lado, era también una manera de acabar con esos fantasmas… o no: creo que nunca terminó con ningún fantasma, los fantasmas siguen vivos.
Llegamos, incluso, al caso tipo hermanos Taviani, en el que Nelson dirigía un plano y yo dirigía el otro, según las afinidades que teníamos con determinadas escenas. En fin, para mí era importante esa película porque, aunque no está lograda, significaba también un homenaje a la relación humana y profesional que habíamos tenido durante tantos años.
Lo más ingrato que tuvo Amada para Nelson es que la dirección del ICAIC -que en este caso era Julio García Espinosa, el presidente- no consideró oportuno que él apareciera como codirector, porque pensaba que unido a la aventura anterior de Cecilia, pues entonces era como si yo necesitara un bastón para hacer una película.
Fue una larga discusión, donde realmente quizás lo que yo tenía que haber hecho era haberme negado a aceptar esa situación de manera muy abierta pero, en fin, llegamos a la conclusión de que Nelson apareciera en los créditos como director de doblaje, autor del guión… Eran tantos cargos que, a simple vista, pues la participación de Nelson era más alta que la mía.
También junto a Solás fueron memorables, y en él dejaron huellas imborrables, los filmes Un día de noviembre (1976, Humberto Solás) y Un hombre de éxito (1986, Humberto Solás).
Para entonces ya había hecho trabajos descomunales como Cecilia (1982, Humberto Solás), la primera película cubana que compitió en la selección oficial del Festival de Cannes; y había colaborado con directores extranjeros en La tierra prometida (1973, Miguel Littín); La rosa de los vientos (1983, Patricio Guzmán) y Danzón (1991, María Novaro).
Cuando se creó la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en 1986, de la cual es fundador, tenía en su haber el primero de los premios corales entregados en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano con Tiempo de morir (1985, Jorge Alí Triana), tres años más tarde merecería otro por Papeles secundarios (1989, Orlando Rojas).
El 2004 fue halagado en el Festival de Cine de San Francisco, que reconocía su obra y labor profesional. En la octava edición del Festival Internacional de Cine Pobre Humberto Solás, que se celebra en la ciudad de Gibara, también se le homenajeaba y veía caminando por las calles como un gibareño más.
Al morir tenía 81 años y Nelson Rodríguez Zurbarán era ya una leyenda del cine cubano inscrita en la historia del cine universal.
EPD